miércoles, 21 de noviembre de 2007

CUATRO POEMAS

ÁNFORA HÚNGARA
Para Roberta Garza

El día naranja descubre tras el nocturno oleaje
una noche de vendimia
en el lagar de tu habitación.

La tibieza ocurre aquí,
a contraluz de las ventanas.

La luna se asoma dos veces para mis ojos
y tu respiración es pez en marea baja.

Cuento las arenas de tus playas:
cuántos hombres se han aproximado a tu costa
sin advertir los principios del naufragio.

Desde la orilla me tiras línea,
navego hacia ti con un monzón en mis espaldas.

Bebo de un ánfora húngara
que guarda un misterio rojo,
almanaque de abejas
que da a tu boca ácidos racimos
y dulce miel de estío a punto.

Tu voz sucede de lejos,
inaudita y mediterránea:
me bautizas de embriaguez
mientras las sílabas crepitan.

Termina el culto y la paz desciende
sobre el jardín de los jazmines.




MEAR581029
La luz se filtra transparente
en pálidas, repentinas oleadas.
Húmedas serpentinas,
felices hélices, aspavientos,
dorado clarín al alivio del arribo.
Encima la claridad,
los contrafuertes de la mañana.
En competencia franca
el luminoso disco cenital
con los áureos remolinos
tragaluces del mediodía.



DIZQUIERDA

Bebo el champán del pueblo,
me traslado al mítin en proletario corcel.
El claxon toca consignas: Mercedes, Mercedes.
Más tarde, sudoroso de tinta y palabras,
agotadas las instancias,
los problemas se prologan en Le Cirque.
A la hora de los anices
tus palabras me devuelven realidad:
el pueblo unido hace gestos y votos.
Cruzo los dedos, la plaza llena lo anuncia,
somos más de los que pensábamos.
Fidel, es hora de Fidel.
Comunícame al comunista.


ASÍ, VESTIDA

Para buscar dentro de ti,
para conocer tu verdadera desnudez,
hay que asomarse al fondo de tus ojos.

Olvidar que existe tu rostro de asombro
e ignorar tus ígneos pechos,
para encontrar uno por uno los sortilegios
anidados piel adentro.

Y fingir que no existe el arco iris
que circunda tus cabellos.

No me atreví a gozar
de tu furia ni de tu gracia
para no rasgar el velo:
quise hacer tu voz dadora de verdad
a sabiendas de lo imposible.

Aún así la sospecha
siempre atisba el alma:"¿Y si acaso...?"