lunes, 30 de junio de 2008

LA SOBERANA IGNORANCIA

¡Qué poca palabra tienen los perredistas!

Como se les ha hecho bolas el engrudo del financiamiento y los tiempos para llevar a cabo su dizque consulta petrolera al pueblo, ahora amenazan con tomar la tribuna para evitar que los congresistas puedan eventualmente discutir y aprobar la reforma en un periodo extraordinario.

Recordemos que los foros de discusión que se llevan a cabo en el Senado tienen como objetivo satisfacer una demanda de información de los partidos frentistas, terminados los cuales el compromiso es votar en el sentido que mejor convenga a unos y a otros.
Pero por lo visto no saben perder ni proponer.

Los noventa y nueve millones de mexicanos que no asistimos el domingo al delirante Circo de la Soberana Ignorancia que lidera el peje, con nuestra ausencia le reiteramos que estamos mandando al diablo sus amenazas y su falta de seriedad.

Ojalá que la ley propuesta por nuestro presidente se vote cuanto antes, pues urge que PEMEX deje de ser el espantajo ideológico de vivales como López Obrador; y que los beneficios económicos de nuestra principal empresa nacional realmente lleguen a todos los mexicanos.

martes, 17 de junio de 2008

PRELUDIO A LA CAÍDA

El maldito tridente me estaba fastidiando las costillas.

-De ti depende, Rocco, acuérdate bien...

Empujaba suavemente, como jugando, pero sé que estaba consciente del dolor que me ocasionaba. Aspiré el olor a carne quemada emanando del subsuelo: una inmensa, teológica barbacoa.

-Acuérdate bien…

¡Pero si ya les había explicado todo con detalle! Al parecer, sin embargo, mi memoria no estaba en la mejor condición. Inventé algunas circunstancias, suplanté algunos nombres, intenté llenar los huecos que habían quedado en los recuerdos, nada que según yo alterara el hilo original, la esencia.

Así que esto era el famoso Juicio. ¿Cómo es que fui a dar ahí? Lo ignoraba por completo. Estaba discutiendo agriamente con Natalie, cuando de súbito observé un destello; un segundo después me encontraba en un lugar desierto, oscuro y pedregoso en el que apenas se distinguían en la penumbra una suerte de escalinatas blanquecinas. A mis espaldas, al otro lado, un largo precipicio recortado en el suelo de donde provenía la única iluminación del sitio: una luz naranja en movimiento, algo como una aurora infernal que producía continuamente sombras fantasmales.

Miré donde el tridente sobre mi torso: una gota de sangre resbalaba del primer piquete, trazando un camino sinuoso hacia el ombligo, el rojo ennegrecido por la siniestra luz ambiental. Fue entonces que comencé a sentir miedo, verdadero miedo.

Si sólo me hubiese acordado con precisión…pero ¡Demonios! ¿A quién le importaba a estas alturas lo que yo hubiese hecho? Siendo escritor, y siendo sincero, pensé siempre que muriendo yo, el diablo se llevaría muy lejos mi recuerdo, quedando sólo para el mundo algún legajo que a alguien le hubiese parecido interesante, y que se hubiese salvado del olvido por el momento. Porque aún después de eso, sólo el polvo sería el destino de toda la existencia humana, arte incluido.

El rostro del otro personaje era decididamente beatífico. Sus ojos verdosos y grandes traslucían terrible bondad, al mismo tiempo que una enorme compasión (¿lástima?) por mi persona.

MI ángel estaba pergeñado de manera cursi, nada digna para lo que uno supondría pudiera salir de la mente de un artista: bastante teatral, diría yo, con su túnica blanca; complexión robusta, barba cana; cinturón y sandalias con relumbroso dorado. Alas grandes, por supuesto. Plumas blancas y algodonosas, qué remedio.

Sus manos me sujetaban con firmeza, rodeando mis muñecas con la fuerza apenas necesaria para hacerme subir los peldaños que iba ganando con mis recuerdos. Miraba arriba, a lo lejos, hacia una puerta como la cima de una montaña azul envuelta en nieblas.

Una mala respuesta me hizo retroceder varios escalones a la vez; esta vez sentí, además del amago constante del condenado azadón, que me brotaba del cuerpo un sudor torrencial, una lluvia amarga.

El rostro del Diablo se henchía de placer cada vez que mi torpeza provocaba un fruncir de cejas en mi Defensor. ¿Cómo podían saber aquellos las circunstancias, los detalles de mi vida mejor que yo? Empecé a comprender: el objetivo era comprobar qué tanta sabiduría pude acumular en los inútiles años de mi paso por el mundo. No era momento para cuestionarse a quién pudiera aprovecharle eso ¡Siempre pensé que si existía un Ser Supremo, le tenía sin cuidado cuanto hiciéramos o dejáramos de hacer! Pero visto que no, el reto para mí era salir lo mejor librado de la angustiosa situación en que me tenían estos dos, jaloneándome escaleras arriba o abajo según las respuestas que yo iba dando en una, al parecer, interminable entrevista.

El Diablo se relamió los largos bigotes dalinianos, observándome con fiereza mientras sus carbones al rojo fulgían con intensidad desalmada. Era obvio que estaba pensando cómo darme en la madre de manera definitiva.

Volteé hacia mi Defensor implorando clemencia con la mirada. La suya, lánguida y acuosa me dio una respuesta inesperada que supe interpretar con claridad pasados los primeros segundos de pasmo: es el procedimiento, hijo. Mero trámite, ya lo verás.

La Puerta tan lejos, y yo francamente no veía una actitud de cooperación en el Defensor. Pensé en echarme a correr desenfrenado hacia arriba, pero era seguro que en cuanto lo intentase, sería traspasado de forma instantánea como un pedazo de carne, para ser arrojado de inmediato a aquella boca del infierno cuyas lenguas de calor a veces lamían mi piel de manera insistente y hasta provocativa.

-Rocco, piensa. Piénsalo bien…

-Descríbenos la última plática que tuviste con Natalie antes de que ella te disparara. Me refiero no a la última última, sino a la de la semana anterior a eso.

Fulminante.

Dos certezas. La primera: Natalie me pasó a joder y yo ni siquiera lo sospechaba. Tan frágil que se veía. Literalmente me había mandado al diablo, al infierno, a la chingada. O por lo menos al Purgatorio, al Juzgado, o como fuera que se llamase donde yo me encontraba entonces. De todas formas me alegró pensar que era imposible que ella se enterase de los apuros que yo estaba pasando en ese momento. Hubiera sido el colmo de su venganza.

Segunda: se acercaba el final final. Habiendo abundado hasta la saciedad en multitud de acontecimientos que muchas veces juzgué irrelevantes, me daba cuenta que esto no podía durar para siempre. Quiero decir, ya estaba bueno de haber repasado de arriba a abajo mi niñez, la historia con mis padres, los viajes que hice, los libros que escribí, las mujeres que cortejé, los pensamientos a veces no tan nobles para con mis editores y críticos, que tuve en circunstancias hacía largo tiempo olvidadas.

Sucesos que para mí jamás fueron importantes y que estaban en el fondo de mi memoria, fueron rescatados entre el Diablo y mi Defensor; y supe que tales hechos habían constituido una especie de pruebas que yo había ignorado por completo a veces de manera despótica. Dicho sin sarcasmo alguno, esta entrevista del Juicio ya había durado toda mi vida; tal vez incluso más que mi vida misma.

Confieso que nunca pude acercarme lo suficiente a la dichosa Puerta. Más bien, siempre oscilé entre subir un par de peldaños por cada respuesta adecuada, y bajar otros dos en la siguiente ronda. Toda una vida después, me encontraba igual que cuando llegué: más bien cerca del precipicio.

Eso era desastroso. Y lo peor, que no había lugar para preguntas. Nunca encontré el momento. Subir por subir, ¿tendría sentido?

Intuía lo que podría existir al otro lado de la Puerta: algo así como la magnificencia del Señor, rodeado de Coros Celestiales que entonaban de manera continua los gospels más electrizantes.

Caer implicaría, pues el olor a frito impregnaba mis pulmones, arder a fuego lento en compañía de millones de seres cuya disolución quedaba posiblemente a criterio: la segunda muerte podría alcanzarse en unos minutos, o durar para siempre. Yo suponía que eso dependía de las expectativas de cada uno. En cuanto al Cielo se refiere, unas huríes al fondo de las escalinatas, que por mi formación religiosa era imposible haber imaginado, me hubiesen presentado mayor incentivo que aquel simple portón azul.

-Acuérdate bien.

Mi Defensor, ahora sí, prensaba mis muñecas con sus gruesos dedos, como en un último y desesperado intento previo a la Caída. Su rostro denotaba una grave preocupación. Imagino que mis ojos se encontraban desorbitados, pelados como cebollas.

-¡No me dejes caer…!

-Acuérdate bien…

Comencé con el recuerdo:

Recibí la llamada de Natalie a media tarde. Hacía ya muchos días que la había evitado: la situación se complicaba por Diane.

Esta vez noté un leve tono de ironía, alguna amargura, una especie de lástima en su voz. Intrigado por las noticias que según decía ella, sólo podía darme en persona, me dispuse a salir.

Por un instante me enfrenté al arrepentimiento ¿Qué carajos estaba haciendo? ¿Qué podía ser tan importante? Sospeché de los garlitos a los que habitualmente me sometía Natalie: un día prometía que haríamos el amor desde la medianoche hasta el amanecer, y al llegar la medianoche, después de visitar los antros más fascinantes y escandalosos de la ciudad, se inventaba que hacía una hora la regla le bajó en el sanitario. Otras veces me sometía a interminables esperas junto al teléfono, llamándome cada media hora para avisarme que ya casi salía de su junta, hasta que el cansancio o el sueño hacían ya imposible ninguna salida.

Otras veces, muchas, es cierto, me sorprendía con una inesperada fogosidad que cancelaba de inmediato cualquier compromiso mío por más anticipado que éste hubiera sido.

En el eje de esa pasión, de esos enredos, estaban los celos por Diane la posesiva, la loca, la amiga de Natalie.

Natalie buscaba por todos los medios alejar a Diane de mis pensamientos. Natalie misma, sin embargo, se encargaba de invocarla con el sólo hecho de querer comportarse mejor que ella cuando fue mía: ser más apasionada, más ordenada, más cuidadosa en su persona, buscando complacerme en detalles en los que bien sabía que Diane me había fallado.

Por el camino la preocupación, la duda; sólo por enterarme de la verdad valía la pena reunirme con Natalie. Una noticia que sólo podía darme personalmente…algo que podría hacerme feliz o no, según lo fuera a tomar… -así me dijo.

Me apresté a hacer acopio de los mejores argumentos para convencerla que no era el momento adecuado para tener un hijo nuestro. Los clásicos sofismas y chantajes de hombres para someter a las mujeres en la continua lucha entre placer y reproducción.

Sabía que de ser así, prácticamente no había camino de vuelta: un inesperado embarazo de Natalie representaba para ella posiblemente el mayor de sus desplantes frente a la odiada Diane, a la que sin embargo hacía más de un año que yo no frecuentaba.

Sospechaba que si bien entre esas dos mujeres había un pacto público de no agresión, me encontraba en medio de una sorda lucha de poderes que se había manifestado, por ejemplo, en un súbito arranque de pasión de Natalie adentro de una alberca, donde apenas pude librarme de cometer ahí la imprudencia de penetrarla.

Sin embargo, repasando los detalles de nuestros encuentros carnales, no era del todo imposible que ella hubiese logrado ya lo que tanto deseaba. También me daba cuenta que en muchas ocasiones las tardanzas, los plantones, los aparentes olvidos de Natalie, no tenían más sentido que inmovilizarme ante una posible ofensiva de Diane, de la que sabía yo por otros círculos, no había abandonado las esperanzas de regresar conmigo, a pesar de la supuesta amistad con Natalie.

Llegué puntual al café, y no obstante lo apresurada que escuché a Natalie por el teléfono, sabía de todas formas que iba a hacerme esperar, acentuando la “gravedad” de la situación que por mucho estaba seguro, no iría a sorprenderme.

Tomándolo con calma pedí una copa de blanc cassis, paladeándolo y haciendo pasar lentamente cada sorbo a través de mi garganta, intentando adivinar en el aroma la forma y la textura de las uvas que le dieron origen. Una premonición ovular.

Y como siempre ocurría, sólo cuando Natalie estuvo a un metro de mí fue que la reconocí. Antes, la miré de lejos a mitad del camellón, enfundada en un traje sastre. La observé cruzar la Rue Saint Germain lentamente, su contoneo sincronizado al ritmo de la ciudad que la rodeaba. Ahí todavía la desconocía: el cabello acomodado distinto, su color distinto, el diferente cuerpo. La miré subir la banqueta. Con estirar un brazo habría podido rozar sus mejillas. Y sólo hasta que me encontré de frente con el destello de los ojos, el beso y la sonrisa plena de su rostro, caí rotundamente en la cuenta de que era ella desde el camellón.

La sorpresa en mi cara era algo que ella apreciaba mucho, así como yo agradecía siempre que ella cambiara totalmente de aspecto de un día para el otro.

Ordenó un cocktail verde con hojas de menta, cuyas puntas mustias molió entre los dedos y la orilla de la copa al cabo de diez minutos.

Paciencia, -pensé. No debes apresurarte. Deja que sea ella quien lleve la batuta, que ella mande y te dirija en apariencia hacia donde tú sabes que todo desembocará…

-Pues bien, ¿ya quieres saber la sorpresa?

-Lo que sea, venga.

Ella miraba el fondo de la copa, observé que en su cara las emociones intentaban desbocarse formando rostros que pasaban veloces, destellando cada uno en cuestión de segundos.

Cuando recobró la fuerza y la compostura para soltar lo que quería decirme, volteó a verme de manera extraña para preguntar:

-¿Cuándo fue la última vez que viste a Diane; quiero decir, no has salido con ella desde que la dejaste, verdad?

Suspiré aliviado, y creo que Natalie lo notó: ¡Un ataque de celos! ¡Un maldito y corriente ataque de celos! ¡Bárbaro, qué buena suerte!

-Natalie, te juro que yo…

-Estoy hablando en serio, acuérdate bien: ¿no has tenido nada qué ver con ella en estos meses?

En sus ojos una dureza inusual me indicaba que estaba dolida. Sin duda Diane la había echado a andar con alguna mentira. No cabía más que la sinceridad para tranquilizarla.

-A ver…¿Qué me quieres decir? ¿Que si he salido con ella? ¡La respuesta es no!

-…pero entonces sí la has visto.

-¡Para nada! Le he tomado las llamadas en un par de ocasiones, hasta ahí.

Su mirada cambió. Súbitamente pasó del dolor a la burla. Bajó la vista y con una media sonrisa, arrastrando las sílabas, prosiguió mientras poco a poco levantaba la cabeza:

-…pues eeeentoooonceees… te voy a decir algo que te va a sorprender: ¡Diane está embarazada, mi amor!

Un poco más y escupo el último trago de blanc cassis.

Por la actitud y los notorios celos de Natalie, comencé a preguntarme: ¿Qué chismarajo había urdido Diane? Por despecho, ella me había involucrado en algo en lo cual yo no tenía qué ver.

Natalie me miraba divertida, segura que así conviniera o no a mis intereses, el asunto se acoplaba maravillosamente a los suyos. La noticia tendría que calar en mí. Si no era yo el padre -y entre los propósitos de Natalie estaba averiguarlo con absoluta certeza-, eso le allanaba por completo el camino para dejar en la lona a su pretendida rival. Para ella, estaría eliminada de tajo cualquier intención mía de regresar con Diane. Por el contrario, si yo confesara mi pecado (y aún si no), le quedaría al menos la vengativa satisfacción de darme una noticia que descompondría por completo las cosas entre Diane y yo, pues nos conocía a ambos perfectamente, y sabía que una de las causas de nuestra separación había sido mi reiterada negativa a tener hijos. De cualquier manera, Natalie ganaba.

Pero una campana repicó adentro de mi cabeza, anunciándome otras posibilidades:

Que todo fuese una perversa maquinación de Diane, queriendo alejar a Natalie de mí.

O que se tratara de una ingenua treta de Natalie, buscando alejarme de cualquier supuesta intención de regresar con Diane.

O si lo del embarazo fuera cierto, el verdadero padre tal vez no estaba dispuesto a aceptar al hijo; de ahí el oportunismo de Diane para colgarme el milagrito, justificarse de momento, y aprovechar para joder mi relación con Natalie.

También cabía la posibilidad que fuese verdadero lo del embarazo; pero su pareja cuestionaba la paternidad a causa de los devaneos de Diane; y también por la larga, conocida e intensa relación que ella tuvo conmigo. Lo mismo: una oportunidad de oro para fastidiarme.

Pudiera ser que Diane se hubiese embarazado por despecho, o que se hubiese embarazado accidentalmente; que decidiera tener al niño, o que decidiera interrumpir su embarazo.

O que no existiese embarazo alguno, y que se inventara posteriormente un supuesto aborto, voluntario o prematuro, de Diane. Cualquiera de esas cosas no hubiese yo tenido manera de comprobarlas, pero constituirían una decepción o un acicate para moverme en el sentido que a cualquiera de las dos, Diane o Natalie, les conviniera.

A estas alturas, sin embargo, igual que yo (¡pero cómo!), era obvio (corrijo: parecía) que tampoco Natalie estaba segura de nada.

Luego de la lluvia de alertas que se encendieron en mi cerebro, una por una como el alumbrado público en una ciudad, intenté fingir la mayor de las calmas.

- ¿Cómo te enteraste, cuándo te lo dijo?

- Apenas ayer cuando platicamos la observé sentir mareos y me lo confesó. Tiene tres meses.

- ¿Y quién es el padre?

- ¿Tú crees que ella sea tan tonta como para no saberlo?

- Bueno, es algo que realmente no me importa, pero no creo que vaya por ahí diciendo que yo soy…

- ¿La crees capaz?

A las dos las creía capaces de todo.

Por primera vez en todo el Juicio, mi Defensor sonreía con satisfacción. El Diablo parecía pensativo; su tridente arañaba las escaleras, no mis costillas.

Con alivio observé algo de lo que no me había percatado en el transcurso de mi narración: de manera paulatina habíamos ido ascendiendo, y nos encontrábamos a sólo unos pasos de la colosal Puerta.

En toda mi vida de escritor, muy pocas veces había logrado captar la atención de mis ocasionales oyentes. Mi voz era más bien monótona; mi fraseo, pésimo. A pesar de haber puesto en práctica varios consejos de mis amigos, nunca logré dar a mi voz el volumen o la cadencia necesaria para cautivar al público. Me consolaba pensar que había pulido lo suficiente mis escritos: eran ellos los que en todo caso me representarían. La entonación perfecta iba a ser la de cada uno de mis lectores, ya fuera que leyesen en voz alta o no…

- ¿Qué pasó después?

- ¡Sí, Rocco, dinos!

Así que por fin lo había logrado ¿eh?
Había sido necesario llegar hasta ahí para vislumbrar el reconocimiento o la perfección a los que siempre aspiramos los escritores. Era una verdadera lástima no tener boleto de regreso.

- ¿Pues qué pasó? ¡Es lo que quisiera yo saber! La discusión de la semana siguiente en el departamento de Natalie, parece que se interrumpió de manera abrupta y lamentable ¿Recuerdan?

La Puerta Azul rechinó de modo secular, entreabriéndose y dejando pasar por una rendija un haz que iluminó de súbito la bruma de aquella siniestra caverna.

El Diablo y mi Defensor se miraron entre sí, desconcertados.

Por mi parte, consideré suficientemente bueno lo que ya les había contado. Era injusto retenerme un segundo más en aquel sitio. Me abalancé hacia la Puerta de manera furiosa, llenándome de una luz tan poderosa que hacía ver incluso las venas de mi cuerpo.

Justo en el umbral, en el último segundo, mi Defensor y el Diablo se arrojaron sobre mí, desesperados.

No quedó más remedio que arrastrarlos también en mi Caída, pues al otro lado de la Puerta no existe más que el vacío; un luminoso, blanco, eterno e infinito vacío en el que desde entonces caemos juntos, matando el tedio, inventándonos historias de final perfecto.

viernes, 6 de junio de 2008

LA CONSULTA DE LA CONSULTA DE LA CONSULTA

Yo digo que para qué pelearse: si los fapistas y perredistas quieren hacer su consulta petrolera al "pueblo", pues que la hagan cuando y como quieran; que le inviertan, y que se quemen ellos.

No tiene sentido rogarles que no lo hagan, ni demostrarles con argumentos que están equivocados en llevar de regreso la representatividad de los diputados y senadores hacia la gente, o que la figura del referendo no existe en nuestras leyes; cuando su verdadero objetivo es retrasar lo más posible, si no es que reventar, cualquier proyecto de reforma a PEMEX.

Una buena idea sería dejarlos solos, loquitos embarcados en su alucinante pejeaventura, continuar trabajando en el Congreso como si estos dementes no existieran, y que ningún legislador o funcionario emita pronunciamiento alguno al respecto, por no venir al caso, ni ser procedente lo que plantean.

De nuevo, más pronto de lo que pensábamos, estos cerebritos volverán a quedar en gran ridículo, al margen de las grandes decisiones nacionales.

jueves, 5 de junio de 2008

LO QUE ES YA NO CREER

No comparto la impresión de muchos, que consideran que la guerra contra el narcotráfico la está perdiendo el gobierno mexicano.

Para mí está claro que por más espectaculares que sean las ejecuciones aisladas y los asaltos sorpresivos de grupos paramilitares; por más vehículos y armamento que éstos exhiban en los tiroteos; por muy entrenados y audaces que parezcan los integrantes de estos grupos, nuestras autoridades están combatiendo a una guerrilla cuyos integrantes están siendo cazados sistemáticamente, uno por uno.

No importa si son diez mil o cien mil aquellos dispuestos a matar o a morir defendiendo "sus plazas" con un cuerno de chivo entre las manos: su número es finito y por mucho inferior a la cantidad de elementos que el Estado mexicano puede desplegar, y no existe día en que estos delincuentes no sean capturados por decenas en todo el territorio nacional.

De igual forma, a diario los elementos policiacos y militares confiscan por miles lo que por muchos años dio vida y sostuvo a este negocio ilegal: cargamentos de droga, dinero, armas, vehículos y propiedades. No hay "empresa" que aguante tantas pérdidas de manera tan prolongada; de hecho ya existen indicios de un encarecimiento de sus productos.

Mi impresión es que esta actividad terminará por hacerse tan riesgosa que la mayoría de estos delincuentes, si es que antes no son muertos o capturados, acabarán por huir y emigrar a otros países.

Sólo unos cuantos, los más discretos y silenciosos, sobrevivirán en el negocio y llevarán a cabo sus actividades tratando de no involucrar a sus familias y comunidades, evitando en lo posible el fomento del consumo local, pues el adicto es la punta de la madeja que puede llevar a localizar al narcotraficante.

Cuestión de tiempo y de mantener el ritmo que hasta ahora ha llevado nuestro gobierno, lo que merece todo nuestro apoyo como sociedad, hasta reducir el problema a su mínima expresión.