martes, 15 de diciembre de 2009

CAMBIO CLIMÁTICO ¿CAMBIO DE PARADIGMAS?

En estos días de amplias discusiones y cumbres energéticas, uno se pregunta -humilde ciudadano del mundo que es- lo que uno hizo mal para haber llevado la cuestión ambiental al borde de una catástrofe.

Se siente verdadera culpa por no ser el habitante urbano ejemplar que tantos ambientalistas desearían: nos falta reciclar el agua de nuestra casa, utilizar menos el automóvil, sembrar árboles en nuestro entorno, comer más verduras, consumir menos carne, mantener un invernadero en nuestra azotea, depositar las pilas gastadas en los recipientes colocados ex profeso en algunos centros comerciales, llevar al súper nuestra propia bolsa para no utilizar más plásticos, preferir los productos en empaques reciclables, separar siempre la basura en orgánica e inorgánica, hacer composta y un sinfín de etcéteras.

La lista de “inconsciencias” sería interminable y abrumadora. Parece que nadie puede darse el lujo de vivir, porque al hacerlo está matando al planeta.

Todo lo mencionado es cuestión de cultura, de costumbres, algo que no va a cambiar de manera masiva ni instantánea a menos que todos nos viéramos súbitamente obligados a ello.

A mí me parece que los gobiernos y las grandes corporaciones están eludiendo su responsabilidad, dejando en nuestras manos las decisiones que ellos deberían haber tomado “desde arriba” hace ya mucho tiempo, y que no han tomado por razones políticas y económicas.

Como hombres de la calle no podemos hacer más de lo que habitualmente hacemos: cerrar bien el grifo, no tirar basura, caminar cuando se pueda. Pero a millones de personas les importa un bledo lo que ocurra después de hoy: la inmensa mayoría no tiene los medios, ni la educación, ni las intenciones, ni los productos, ni las normas que los obliguen a ser amigables con el medio ambiente.

Cuando yo tenía 14 o 15 años, mi amigo Hermilo Córdova ya había construido en el patio de su casa un pequeño prototipo de automóvil eléctrico, -estoy hablando de los años setentas-; en aquel entonces era una quimera proponer un automóvil impulsado por electricidad cuando el mundo tenía disponibles enormes yacimientos de petróleo barato.

Para entonces los japoneses ya habían inventado un motor con un rendimiento de 30 km por litro de gasolina; de todas formas solíamos platicar de las eficientes baterías de litio o de la energía provocada por la explosión del hidrógeno, que da vapor de agua como único residuo.

Casi 40 años después, cuando voy a una agencia a comprar un automóvil, lo mejor que consigo a precio razonable es un auto con un rendimiento de gasolina de 12 a 14 km por litro. Ni hablar de autos híbridos, o eléctricos, o de aquellos que utilizan baterías de hidrógeno: son excepciones, y su exorbitante costo rebasa por mucho lo que el ciudadano promedio puede adquirir con su ingreso promedio.

Es decir, después de tantos años de existencia y desarrollo de tecnologías eficaces, de guerras por el petróleo, alguien que decida contribuir al mejoramiento del ambiente lo único que puede hacer de manera efectiva es no utilizar un automóvil, pues si lo hace aunque sea por necesidad, provocará el gesto de desdén de aquellos que abogan por el regreso a la vida rural del siglo XIX.

No puedo usar mi auto porque contamina. No puedo bañarme cinco minutos más porque el agua se acaba en el mundo. Soy un inconsciente porque en el techo de mi casa no hay pasto sembrado y entonces se refleja el calor del mediodía. Si como carne, imagínate cuántas hectáreas de selva fueron arrasadas para servirme un bistec. Me aterra jalar la cadena y dejar ir al caño cuatro o cinco litros de agua potable por cada miadita. Si me traslado en avión contribuyo al calentamiento global el equivalente a diez mil personas que viajan por tierra…

Otro dato: el 80% del agua dulce del mundo se utiliza –y se evapora más de la mitad- en los riegos agrícolas tradicionales. Eso quiere decir que si en este momento todos los habitantes de todas las ciudades del mundo ahorrásemos la mitad del agua que utilizamos, lograríamos incidir apenas en el 10% del total del agua disponible. No es una cantidad desdeñable, ciertamente, pero eso no nos va a sacar de apuros ni va a impedir que algún día el agua dulce disponible en el planeta se nos termine. Quizá unos años más de reserva, pero sólo eso.

Los dos ejemplos citados (el automóvil, el uso del agua) me dicen que aún cuando como ciudadanos conscientes hagamos nuestro mejor esfuerzo con acciones individuales para salvar el planeta, nunca lo lograremos a menos que las grandes corporaciones y nuestros gobiernos implementen los mecanismos necesarios para conseguir ese objetivo.

Hago una lista de propuestas que considero podrían ser tomadas en cuenta:

-Que nuestros gobiernos obliguen a las armadoras de automóviles a fabricar modelos con motores eficientes que consuman la mitad de gasolina que los actuales, o que de plano cambien su tecnología a eléctrica: las tecnologías existen y están disponibles para los ingenieros desde hace muchos años.

- Incentivar y popularizar los sistemas autónomos de generación de energía por medios solares, eólicos, etc. Lo mismo los sistemas autónomos de captación, almacenaje, reciclado y ahorro de agua.

- Proponer a nuestros congresistas una ley para que toda nueva edificación de inicio cuente con un sistema de almacenamiento de agua, aprovechamiento del agua pluvial y reciclado, así como un sistema autónomo de generación de energía eléctrica y/o térmica.

- Proponer una ley para que toda edificación ya existente en las ciudades, en un plazo mediano, en la medida de sus posibilidades cuente con dichos sistemas.

- Revisar y modificar nuestros métodos tradicionales de irrigación, para cambiarlos hacia el riego por goteo, cultivo en invernaderos, etc.

- Desarrollar potabilizadoras, desalinizadoras y tratadoras de aguas más eficientes que proporcionen a las ciudades toda el agua dulce necesaria, para no seguir extrayéndola de los mantos freáticos.

En fin, son algunas propuestas, no soy experto, pero son medidas posibles que nos ayudarían a reducir considerablemente la magnitud de nuestro actual problema ambiental. Sé que topan con cuestiones económicas de gran calado, por ejemplo la reducción drástica del ingreso de las empresas petroleras, o el control patrimonial de la energía que ejerce el Estado en países como México, y también sé que el gobernante que implementara tales medidas en su territorio, difícilmente ganará el favor de sus habitantes, por el costo y la obligatoriedad que conllevan.

Esas son las razones por las que nadie lo ha hecho hasta ahora.

Sirvan entonces estas líneas para alzar la voz a los gobiernos y a las grandes corporaciones para decirles: ¿están ustedes haciendo lo necesario en favor de nuestro medio ambiente? ¿por qué se escudan en la irresponsabilidad de los ciudadanos?

No son las empeñosas acciones individuales de unos cuantos, por muy loables que éstas sean, las que van a lograr abatir el cambio climático, la deforestación o la falta de agua potable. Urgen medidas, productos y sistemas responsables con el medio ambiente, cuya aplicación sea global.

Quizá entonces sigamos utilizando automóviles y dándonos duchas romanas de diez minutos. Pero será muy diferente hacerlo sin culpa.

jueves, 3 de diciembre de 2009