martes, 20 de julio de 2010

TURQUÍA HUELE A FLORES














































































Cuando llegamos a Estambul, pensé que mañosamente, el personal de la agencia de viajes que había ido por nosotros al aeropuerto, de manera intencional nos estaba dando un paseo por “lo bonito” hasta llegar a nuestro hotel.

Parques con el pasto impecablemente verde y rasurado, decenas de cafés y restaurantes llenos a rebosar, amplias avenidas, niños jugando, gente vestida elegantemente, mujeres en minifalda, ejecutivos de saco y corbata esperando el metrobús, automóviles de modelo reciente, bancas con enamorados besándose, construcciones antiguas pero bien conservadas, edificios ultra modernos; orden, limpieza y flores, muchas flores.

¿Dónde los árabes y su caligrafía? ¿Dónde los musulmanes barbudos de mirada torva? ¿Dónde los camellos, los tendidos de lonas de los bazares, las mujeres de las que sólo se conocen los ojos? ¿Y los ladrones que secuestrarían a nuestras mujeres? ¿Y los policías que nos pedirían de manera grosera nuestros papeles y nos extorsionarían para no llevarnos a la célebre prisión del expreso de medianoche?

Pues todas esas patrañas fueron cayendo por su peso al cabo de los días. Turquía hoy es un país como el que probablemente los mexicanos tendríamos qué aspirar a ser. Ellos son tan musulmanes como nosotros católicos: pocas expresiones encontré de fanatismo en la gente. Tienen su propia moneda, la lira turca, que de tan estable ya no les interesa sustituirla por el euro e ingresar a la CCE ¿Para qué?

Turquía, hasta el comienzo del siglo XX, era el enorme imperio otomano que abarcaba lo que hoy es Siria, Palestina, Arabia, Libia, Marruecos, Rumania, Bulgaria…territorios de los que al término de las guerras, ingleses y franceses dispusieron o se repartieron de manera generosa conforme a sus intereses estratégicos.

Algo de esa grandeza antigua, cierta altivez, se percibe en la mirada de los habitantes de la actual Turquía. “No somos árabes”, insisten. De hecho, su líder histórico, Ataturk, en sólo quince años los llevó a olvidarse del Corán como única lectura, del fez y de la caligrafía árabe, para instituir de manera obligatoria la educación laica, la vestimenta y el alfabeto occidentales como instrumentos de modernización y progreso para su pueblo.

Tienen seguro social, pagan impuestos, el campo es de propiedad privada aunque se trabaja colectivamente. Respetan y aman las leyes, su historia, los monumentos, museos y sitios arqueológicos. Prácticamente no encontramos basura ni grafitti. Existen normas estrictas para conservar bosques, ríos, construcciones, y hasta el paisaje mismo. En carretera nadie maneja a más de 70 km/hr, por lo que supongo, los accidentes de tránsito han de ser escasos.

Aún en las ciudades más pequeñas y apartadas, es una constante el esquema de construcciones cuidadas, parques llenos de flores y plazas arboladas, avenidas amplias y bien pavimentadas. Niños de cinco o seis años caminan solos y uniformados hacia sus escuelas. La publicidad espectacular es esporádica y situada de manera estratégica para no afear el ambiente. Quien conoce Europa, pudiera suponer estar en Londres si visita Estambul, o en algunas ciudades de Francia, si visita el interior, con mujeres que eventualmente utilizan pañoletas.

Turquía es un país que por dondequiera huele a flores, repleto de viñedos, olivos y cipreses, entre los que destacan, aquí y allá, los minaretes y cúpulas de las majestuosas mezquitas que antes fueron iglesias, que mucho antes fueron construcciones romanas, y que primero fueron mármol de templos griegos.

No hay que olvidarlo, la mitad del mundo griego que conocemos en los libros de historia, está situado en lo que hoy es Turquía: Efesos, Mileto, Troya, Pérgamo, por citar algunos nombres.

Y de tanto cruzarse los rumbos de la historia y las culturas por estas tierras, Ulises, Alejandro Magno, Ciro de Persia, Afrodita, Adriano, Constantino, Ataturk, Ricardo Corazón de León y muchos más, gente o leyenda, se encuentran todos aquí reunidos en armoniosa convivencia.

Muchas preguntas quedan pendientes para responder. Pero la primera impresión es altamente positiva. No es que nos hayan llevado de paseo sólo por los rumbos “nice” de Turquía: es que todo su territorio mantiene un estándar de bienestar que ojalá pudiéramos alcanzar en México, tomando ejemplo de lo bueno que un país tan similar al nuestro –rica tradición histórica, densidad de población, recursos naturales, clima, geografía- ha logrado de manera espectacular en tan solo unos cuantos años.