sábado, 31 de diciembre de 2011

LA ÚLTIMA Y NOS VAMOS

Se acaba el año, y para México no se ven más que nubarrones a la salida. Ayer, justo ayer, tomé conciencia que me quejo demasiado de las cosas negativas que ocurren en este país. Tal vez debiera, como Calderón recomienda, hablar bien de México en todas partes y quizá con eso propagar un poco de buena vibra en el territorio.

Pero cuesta trabajo. Aún dentro de lo bueno a lo que uno accede de manera privilegiada, como lo puede ser un viaje a la Península de Yucatán para ver sus playas, las pirámides, los cenotes, las selvas, los arrecifes, la fauna, no deja uno de percibir que inclusive eso, tan hermoso y en lo que todos gastamos mucho dinero para disfrutar de ello, no nos va a durar mucho: nos lo estamos acabando.

Y vuelta al principio: sí, hay personas, instituciones, empresarios, interesados en que lo bueno que tenemos en demasía y que son nuestras riquezas naturales, generen un modo de vivir sustentable, compatible con la vida.

Pero la política nacional rema a toda velocidad en abrumador sentido contrario al de estos ciudadanos responsables y trabajadores; ya sea por ignorancia, omisión, o lo que es peor: por corrupción.

Desde la falta de educación, pasando por el parasitismo de los sindicatos, el desorden urbano en lugares como Cancún o Playa del Carmen, hasta el arrasamiento de bosques y selvas para obtener solo un par de malas cosechas, las personas se empeñan en transgredir la ley en un país donde hacerlo es sinónimo de ser más listo que los demás.

Un país sin cultura cívica, sin respeto por el otro, donde a diario observamos gente que desde su automóvil o el transporte público arroja sin parpadear botellas y envolturas a la vía pública.

Un país donde desde Mérida hasta Tijuana, existe un continuo de casas a medio construir, de varillas oxidadas, muros grafiteados, y prados convertidos en terregales o basureros. Un México sin dignidad, atado a un pasado relativamente grandioso (pero también depredador), paradójicamente empeñado en destruir lo poco que nos queda de gloria arquitectónica.

Y lo peor: ¿Pri, Pan o Prd? ¿Peña, Josefina o Peje? Si nos atenemos al principio de que haciendo siempre lo mismo, los resultados serán siempre los mismos...pues los antecedentes y la biografía de cualquiera de ellos, que pudiera resultar elegido como nuestro próximo Presidente, de entrada anulan cualquier posibilidad de un cambio positivo para nuestro país.

Ni Peña cuando fue gobernador, ni López cuando fue Jefe de Gobierno, ni Josefina Vázquez cuando fue Secretaria de Educación demostraron con sus acciones que sus miras iban más allá de mantener el sistema corporativista, clientelar y de prebendas que nos ata sin remedio al subdesarrollo mental y económico.

Hace unos días, en Jilotepec, Estado de México, municipio que ha sido gobernado sucesivamente y con pobrísimos resultados por alcaldes de los tres partidos, un humilde herrero se dirigía a mí de esta forma: "dígame señor, ¿y entonces ahora por quién vamos a votar, si todos son iguales?".

Para mí, las dudas de este hombre, su desencanto, constituyen una encuesta instantánea del sentir nacional.

¿Qué podemos hacer? Por lo pronto insistir como ciudadanos para terminar con la partidocracia que nos está asfixiando. Votar, aunque sea por el que consideremos el menos malo de los candidatos que nos ofrecen los partidos. No ceder nuestro precario lugar en la democracia. Llegará un tiempo en que a fuerza de votos y reclamos, los diputados y los partidos tendrán que abrir las oportunidades, modificar las leyes por algo más afín a nuestros intereses.

Sirve también el esfuerzo del ejemplo: mejores ciudadanos generarán mejores líderes, responsables con la sociedad de la cual emergen.

Sirve pagar nuestros impuestos, ahorrar, ser puntuales, no consumir drogas, evitar el consumo excesivo de alcohol. Ayuda no discriminar, ser respetuosos con todos, pero de manera especial con aquellos distintos a nosotros, o cuya jerarquía laboral o social sea menor que la nuestra.

A todos beneficia leer y prepararse, estudiar. Yo no tengo dudas en que a pesar de la aparente fragilidad de la palabra escrita, poco a poco ésta va incidiendo para impulsar cambios en nuestras vidas, ya sea a nivel personal o social.

Reseñar nuestro desacuerdo, nuestro malestar. Facebook, twitter, blogs, chats, se están convirtiendo en una poderosa herramienta de denuncia. Que los políticos y los funcionarios aún burlándose de nosotros pasen un mal rato sabiendo que no nos pasa inadvertida su corrupción, sus arbitrariedades o sus injusticias. Exhibirlos de alguna manera abona el terreno para acotar sus acciones deshonestas, contrarias al bien común.

Y sí se puede estar mejor: hoy por la mañana leía que en la India, en 1991 se promulgaron leyes de apertura comercial total que detonaron un desarrolo económico y educativo sin precedentes para ese país. Hoy los indios están orgullosos de lo que han logrado. Pensé en nuestro México, con por lo menos 20 años de atraso en sus reformas estructurales, ocupando los últimos lugares mundiales en educación, y todavía con taras ideológicas de principios del siglo XX.

Con las personas, las actitudes, la voluntad y las ideas adecuadas es posible revertir en unos años la mayoría de los males que nos aquejan. Es cuestión de participar y de exigir ahora que todavía gozamos de libertad para hacerlo. Mañana, quién sabe si sea posible: los partidos y los gobiernos están cada vez más ajenos a los intereses reales de las personas, promulgando leyes y restricciones de acceso al poder que garantizan la reproducción del mismo sistema, donde la responsabilidad y la lealtad no es hacia los ciudadanos, sino hacia las personas en los grupos de mando.

Habrá qué encontrar la manera de romper la camisa de fuerza en la que estamos insertos. Si no lo intentamos, estaremos condenando al fracaso a este país.