jueves, 20 de junio de 2013

LA BESTIA DE KANDAHAR

Enorme Hermano
hasta donde alcanzamos a ver
¿por qué tienes las orejas tan grandes?

Antes de comernos
líbranos, Señor, de nuestros enemigos.
No es intención contrariarte,
pero en esas desdentadas listas tuyas
un marcador cubre a los indiciados.

Aún así nos sentimos seguros
cuando dejas caer tu furia sobre los Elegidos,
animando cada tanto
nuestras pequeñas y breves existencias
con tu pirotecnia de vísceras.

Noches de Kandahar
acompasadas por el aleteo nocturno
de dioses mortales sin invitación,
aguafiestas de bodas y música de entierros.

La red se teje sobre el planeta:
los sabios lo saben,
y desesperados no encuentran la punta al hilo.

Se enlazan los nodos, la geografía se nos hace chiquita,
vamos quedando arrinconados
sobre este ladrillo triste
que quiebra el cristal
de una noche sin gemas.



Woody Allen





Que Woody Allen no toque el clarinete con un nivel mínimamente aceptable para los que estuvimos dispuestos a pagar por una audición suya fue una gran decepción.

Uno asumía que valía la pena escuchar a un genial director de cine, escritor y humorista al que además le da por tocar su instrumento con su grupo de jazz los lunes por la noche en el Café Carlyle de Nueva York.

Tal vez no me informé lo suficiente. Es posible que una breve consulta a los comentarios en línea del lugar me hubiesen abstenido de asistir. Mi conclusión: sigamos disfrutando de las películas de Woody Allen, sigamos festejando su humor y su excentricidad, sus libros y sus comentarios. Y no dejemos de admirarlo en el Carlyle.

martes, 4 de junio de 2013

EVANGELIOS APÓCRIFOS: El bullying del niño-dios

Agradezco al poeta y periodista andaluz avecindado en México, Juan Cervera Sanchís, el obsequio que me ha hecho de un ejemplar de Los Evangelios Apócrifos, en edición de 1963 por la Editorial Católica de Madrid.

Ejemplar de consulta para los especialistas, en este caso el libro goza del Nihil obstat, esto es, la autorización de los censores de la iglesia católica para ser publicado. Ello implica que a la par de los eruditos análisis y comentarios del compilador Aurelio de Santos Otero, quien nos da abundantes luces acerca del origen y evolución de estos textos, evidentemente quedaron fuera de la edición numerosos pasajes pues las versiones omiten versículos y hasta capítulos enteros, quizás por explicar de más o incluso contradecir las pulidas versiones de los evangelios canónicos aprobadas a principios del siglo IV.

Paradójicamente, en estos evangelios apócrifos se encuentran muchos de los elementos de la mitología cristiana que son parte informal de la tradición, o constituyeron material que numerosos artistas -y no olvidemos que las grandes obras de arte en Occidente fueron financiadas por la Iglesia-, retomaron para documentar ciertas imágenes pictóricas o literarias que han llegado hasta nuestros días sin que se encuentre referencia alguna de ellas en los libros del culto católico.   

Los ejemplos son numerosos: baste mencionar los nombres de Joaquín y Ana, abuelos de Jesús y padres de María; las referencias a los hermanos de Cristo; la presencia del buey y el asno en el nacimiento milagroso del Salvador en una cueva; los nombres de los tres reyes magos; el nombre de Longinos, soldado romano que atravesó con una lanza el costado del crucificado...

Estos evangelios apócrifos (apócrifo viene del griego: "cosa escondida, oculta"), devinieron para la Iglesia en libros de origen dudoso, cuya autenticidad se impugnaba. 

Lo extraordinario del caso es que la Iglesia misma no pudo desentenderse del todo de éstos, quizás porque aportaban algunos elementos no tanto verificables (pues ni siquiera la existencia misma de Jesús ha sido comprobada de manera histórica, y los testimonios escritos, los evangelios, -sean canónicos o apócrifos-, datan los primeros de por lo menos dos siglos después del supuesto nacimiento de Cristo) como contra-argumentales: corroboraban los "errores" filosóficos, teológicos o hasta dizque históricos en que incurrían las numerosas sectas o escuelas de interpretaciones (gnósticas, docéticas, encratísticas, maniqueas, monofisitas, bogomiles, coptas, y un largo etcétera) que se disputaban la titularidad del cristianismo que desde esa época iba decantándose hacia la forma del poder que actualmente conocemos.

No deja de ser fascinante, sin embargo, el paseo por la evolución de estos manuscritos, que se sucedían unos a otros en torrente conforme se diseminaban las enseñanzas de la doctrina cristiana  fundacional. 

Nada extraño que surgieran versiones incongruentes, adornadas, explicativas, disparatadas y hasta contradictorias de un mismo texto, al gusto de los intereses de cada secta, o bien de acuerdo a las limitaciones, humores, geografía, imaginación, información, educación o dominio de los idiomas que tuviese cada uno de los escribas encargado de realizar las respectivas copias o traducciones, en un tiempo en el que no existía la imprenta y el conocimiento era difundido de manera oral o manuscrita.

Como en un juego del teléfono descompuesto, entre decenas de anécdotas no oficiales, se asiste a la progresiva transformación de estos primitivos manuscritos expuestos a los más diversos accidentes: ortográficos, fonéticos, errores de copiado, diferencias de interpretación, mutilaciones, ilegibilidad por deterioro del soporte, etcétera. Todo explicado en el libro con abundantes anotaciones a pie de página que en muchas ocasiones, obviamente sin querer, confirman silogísticamente al lector la falta de autenticidad o  inspiración divina...¡de los evangelios canónicos!

Conforme la nueva religión se extendía, igual se multiplicaban sus textos, cuyo conjunto llegó a ser de varios cientos (más los que se acumulen, pues varios de ellos están perdidos y se conocen sólo por referencias), escritos en o traducidos al arameo, griego, latín, siríaco, hebreo y hasta francés; encontrándose fragmentos de los mismos desperdigados desde Etiopía hasta Rusia, pasando por Egipto, y llegando hasta la biblioteca Británica de Londres, por citar sólo algunos de los lugares donde han sido encontrados o están bajo resguardo. 

Al margen de cualquier otro que se les asigne, queda el valor literario de estos documentos, algunos de los cuales relatan pasajes fantásticos al estilo de las leyendas orientales, donde entre otras cosas interesantes descubrimos a un niño Jesús arrogante y violento, capaz de matar por medio del bullying mental a sus inocentes compañeros de juegos, que no sabían con quién se estaban metiendo.

Podría haber sido digno de incluirse en la antología de Cuentos Breves y Extraordinarios compilada por Borges y Casares en 1956, este Pasaje II del Evangelio del Pseudo Tomás que transcribo por su belleza de imagen y lenguaje exacto; anécdota que prefigura -siempre dentro de la tradición cristiana-, el mandato de Jesús a sus apóstoles:


1. Este niño Jesús, que a la sazón tenía cinco años, se encontraba un día jugando en el cauce de un arroyo después de llover. Y recogiendo la corriente en pequeñas balsas, la volvía cristalina al instante y la dominaba con su sola palabra.

2. Después hizo una masa blanda de barro y formó con ella doce pajaritos. Era a la sazón día de sábado y había otros muchachos jugando con él.

3. Pero cierto hombre judío, viendo lo que acababa de hacer Jesús en día de fiesta, se fue corriendo hacia su padre José y se lo contó todo: "Mira, tu hijo está en el arroyo y tomando un poco de barro ha hecho doce pájaros, profanando con ello el sábado".

4. Vino José al lugar y, al verle, le riñó diciendo: "¿Por qué haces en sábado lo que no está permitido hacer?" Mas Jesús batió sus palmas y se dirigió a las figurillas gritándoles: "¡Marchaos!" Y los pajarillos se marcharon todos gorjeando.

5. Los judíos, al ver esto, se llenaron de admiración y fueron a contar a sus jefes lo que habían visto hacer a Jesús.