viernes, 30 de mayo de 2014

Poema: EL TEMBLOR / THE QUAKE



EL TEMBLOR

De la entrepierna de la montaña,
de un olvidado pliegue suyo,
de una profunda herida de azogue y agua 
brota la queja.

Columnas de fuego juegan a las luchas 
entre el lodo y el tezontle,
y un repentino cambio de postura
mece la antigua nave de piedra
varada a la mitad del lago.

Espasmos buscan el cielo abierto,
exhalación de un grito sordo
hacia el nublado espacio solar.

Es la vibración del inframundo
rebelado contra sí mismo,
y contra el éter negro de lo inútil.

Hay temblores y sudor,
los xoloizcuintles alzan las orejas
atentos al tremor que asciende
desde el nudo ciego que desata
cerros y placas.

Como insectos atolondrados
nos movemos superficiales
a vueltas sobre nuestro frágil plato.

Buscamos entonces refugio y a los hijos,
palidecemos y empezamos a entender 
la inutilidad de rezos y súplicas cuando creíamos, 
con suerte, agarrar a dios desprevenido:

ahora no queda sino esperar su réplica.


THE QUAKE

From the crotch of the mountain,
from one of its forgotten folds,
from a deep wound of mercury and water
the wail arises.

Columns of fire wrestle
between mud and volcanic rock,
and a sudden change of position
rocks the old stone ship
stranded in the middle of the lake.

Spasms seek the open sky,
exhalation of a muffled cry
into the cloudy sunspace.

It’s the vibration of the underworld
rebelled against itself,
and against the useless black ether.

There is trembling and sweating,
xoloizcuintles* raise the ears
attentive to the tremor climbing
from the blind knot that unties
hills and plates.

As giddy insects
we move shallow-minded
circling over our fragile dish.

Then we seek refuge and the children,
we pale and begin to understand
the futility of prayers and supplications when we thought, 
hopefully, to catch an unsuspecting god:

now we can only wait for his reply.

*Xoloizcuintle= mexican bald dog


lunes, 19 de mayo de 2014

Poema LA OBRA MAESTRA/ THE MASTERPIECE



LA OBRA MAESTRA

Un artista está inquieto frente a una pintura.
Le duele abandonarla dejándola inconclusa,
pues esperaba dar más de sí.
Sin embargo, sabe que sus brillos fulgen 
siglos por delante en la dirección correcta:
un hilo dorado atraviesa su estudio.

Exacto azar repartirá asimétrico la Fortuna.
El hombre tendrá una sola muerte
y asomará fantasmal en el tiempo,
desvaneciéndose entre las plastas.
Su obra en cambio, pasará vicisitudes extraordinarias.
Será vendida y olvidada largo tiempo en algún desván
luego será robada falsificada recuperada 
copiada dañada restaurada
heredada denostada incomprendida
exhibida admirada.

Él sólo intuye que se le va de las manos
y quiere despedirse de ella acariciándola.
Toma distancia, 
toma un trago;
la toca desnuda por última vez.
Le percibe aromas de eternidad
y lo llena una nostalgia de cuerpo entero:
le duele lo injusto 
de un viaje al que no es invitado.


THE MASTERPIECE 
An artist is restless facing a painting. 
It hurts him giving up and left it unfinished 
as he expected to give more of himself. 
However, he knows that its brightness shines 
centuries ahead in the right direction: 
a golden thread is crossing his study. 

Exact randomness will distribute asymmetric Fortune. 
The man will have only one death 
and spectral he will peer out in time, 
fading between the lumps. 
His piece instead will spend extraordinary vicissitudes. 
It will be sold and forgotten long in some attic 
then it will be falsified stolen recovered 
copied restored damaged 
inherited insulted misunderstood 
exhibited admired. 

He senses this is getting out of his hands 
and wants to say goodbye by caressing her. 
He distances himself, 
he takes a drink; 
he touches her nakedness for the last time. 
He perceives fragrances of everlasting in her 
filled with a full-length longing: 
it hurts him the injustice 
of a trip to which he has not been invited.



jueves, 8 de mayo de 2014

Noche de Open-Mic en Queens


Fui invitado por mi amigo el poeta norteamericano Gordon Gilbert a una sesión de Open-Mic (Micrófono Abierto, en español) en el barrio de Queens de la Ciudad de Nueva York.

Lo que hasta hace unos años era una zona de bodegas industriales se ha transformado en una zona de comercios y viviendas que aprovechan la estructura de los edificios originales. Una cafetería de techos altísimos ubicada a la mitad de una amplia avenida, sirve una vez a la semana como lugar de encuentro para una comunidad de artistas emergentes locales. Este esquema se repite todos los días en varios sitios esparcidos por toda la ciudad.

Materialmente se requiere de muy poco, además del espacio reservado: un par de bocinas y micrófonos de pedestal, y una consola de sonido. La cafetería se beneficia de la venta de bebidas y bocadillos, en lo que antes del acuerdo con los organizadores del Open-Mic quizás hubiese sido una noche de bajos ingresos.

La cita era a las 7pm, y desde poco antes empezaron a llegar los artistas para ocupar sus lugares entre un público conformado por ellos mismos, algunos amigos y hasta una incipiente legión de seguidores. De manera previa cada uno se había registrado en línea. Para esta sesión hubo treinta participaciones disponibles, que se agotaron en una semana. El costo por inscribirse era de 7 dólares, que se podían pagar por internet, o bien en efectivo al llegar: la lista ya estaba impresa y completa. Cada presentación tenía un tiempo límite de seis minutos.   

La maestra de ceremonias, parte del equipo organizador formado por tres personas, dio comienzo a la sesión interpretando al piano tres extraordinarias piezas compuestas por ella misma, cantándolas en un estilo desenfadado, pleno de humor. 

Si el inicio fue sorprendente, lo que siguió durante cuatro horas más fue una muestra contundente del talento artístico neoyorkino, reunido por una noche mediante una estrategia profesional de apoyo recíproco. 

Artistas de todas las edades, géneros, razas, vestimentas, creencias y tendencias (aunque la mayoría, sí, jóvenes de 20 a 35 años) -todos aspirantes a un lugar en la "escena"- se presentaron uno tras otro actuando, aplaudiendo y festejando sucesivamente las actuaciones de los demás.

Escuchamos trovadores y compositores de voces excepcionales acompañados sólo por su guitarra (jazz, country, rock); comediantes en la mejor tradición del inteligentísimo stand-up norteamericano; una chica de ascendencia oriental que cantó y bailó al estilo de Kelly Clarkson con una pista probablemente elaborada por ella misma; una cantante afroamericana sensacional que no requirió del micrófono, acompañada al piano por un muchacho, interpretando piezas de su autoría como salidas de un musical de Broadway.

Y por supuesto los poetas. La palabra bien dicha es algo muy respetado en los Estados Unidos, cualquier estudiante tiene en la memoria algunos de los mejores poemas en lengua inglesa. La poesía es celebrada y en Nueva York sobre todo, hay una tradición literaria con una decidida vocación liberal, que ha sido instrumento y protagonista de los grandes hitos norteamericanos: libros, discursos, manifiestos, canciones, investiduras presidenciales, por mencionar algunos.

Las participaciones de los poetas en estas sesiones de Open-Mic, tal vez por razones culturales -a diferencia de nuestra ceremoniosa tradición hispánica- están despojadas de solemnidad, y los escritores tienen sobre sí la responsabilidad adicional de entretener. Es en este contexto que las lecturas tienen un fuerte componente físico: modulaciones de voz, movimientos corporales, interacción con el público, bromas, fraseo rítmico ("rapeo"). Es decir, el poeta debe aquí dramatizar y hasta cantar el poema, hacerlo interesante independientemente de sus valores literarios.

Esa noche escuchamos la voz profunda y los poemas vitales de nuestro amigo Gordon Gilbert, así como la diáfana expresión literaria de Valerie G. Keane, entre otros escritores. 

Adicionalmente al altísimo nivel de los participantes -casi todos pasarían sin problemas como profesionales- quiero señalar algo que llamó mi atención: el respeto de todos para cada uno de ellos, que fueron escuchados con detenimiento y aplaudidos sin excepción, haciendo que los artistas se sintieran en confianza para desplegar lo mejor de sus habilidades.

Eran las diez de la noche y el micrófono seguía abierto. A esa hora sólo unos cuantos se habían retirado, la mayoría seguíamos ahí, atentos, escuchando. Los murmullos eran de satisfacción. Nunca vi a nadie codear maliciosamente a otro ni hacer un mal comentario. La gente seguía llegando. 

Si es que existe, aquí tienen el secreto del éxito. Impresionante.




El poeta Gordon Gilbert leyendo