martes, 28 de octubre de 2014

MARY SHELLEY'S FRANKENSTEIN: Monsters also have rights



In Mary Shelley’s Frankenstein, she tells a disturbing tale of horror through an ingenious method of epistolary narrative structure. This novel is written in first person through personal letters and diaries that contain each other and are on display throughout the book, until they close in a perfect circle.

We found the backgrounds of this work in the Gothic novels (1765-1815), which were intended solely to awaken in the reader a sense of horror through the exaltation of the superstitions and legends of ghosts that filled the imagination of the population of that time, most naive and uneducated. While recognizing their literary or stylistic attributes, these novels were made ​​only for entertainment, and they didn’t seek greater intellectual depth.

Mary Shelley was far beyond of that (Frankenstein was first published in 1818), and her main merit is that while instilling a sense of horror in the reader, she manages the plot to incorporate rational and meta-scientific elements —as opposed to those of the prevailing romanticism— that provide a high "probability" of truth to the characters and situations of this work, leaving us at the end with the concern about the uncertain fate of the monster that may still lurks us.

Through the plot become obvious the interest and knowledges of Shelley in terms of scientific advances, especially experiments with electricity (Franklin, Galvani) and the Theory of Evolution (Darwin). It also takes the many exploration trips, and the adventurers and scientists’s stories as a source of inspiration for her novel, incorporating them into the frame with accuracy and detail, taking advantage that she traveled some of the places she describes.

We also found some traces of an Orientalist exoticism, exalted by the restoration of the Ottoman Empire just at the time when this novel was written, yet this Empire had left a deep cultural imprint in many of the European countries.

The writing style is impeccable and extremely courteous. All the characters, even at the most committed or aggressive of situations, dialogue with absolute finesse and education, sometimes bordering on the improbable. More to be unsuccessful, this resource gives charm to the narrative. And of course, it would not be "impossible" if we stick to the story of the dry and polite English joy at the meeting in the African jungle, having found the lost-for-many-years Dr. Livingstone.

The perkiness of this first novel by Mary Shelley is observed in some precipitations. For example, the speed with which Victor Frankenstein goes from being a mere student to a first-rate scientist, capable of an incredible discovery which itself deserves a more professional management of the subject and a more complex philosophical discourse than he raises as a researcher.

All the intellectual preparation of Victor vanishes without further, once he has achieved his goal of creating life in the laboratory: the monster wakes up and then the scientific abandons him with horror and then he will come back until the next day just to check with relief that the beast has gone. An unlikely, immature behavior in a man of science, but again: it could be “possible".

Frankenstein is also an essay on human condition, based on the reflections and dialogues of the characters of the novel, through which they arise —sometimes answering, others exposing— numerous questions concerning the nature of men. Questions that —even today— have several wrong answers as truth, which has affected us as a species.

In a time when slavery was justified without blushing by the "absence of a Christian soul" in the indigenous who lived in the colonies of dominant empires, Shelley gives her beast an absolute and contradictory human spirit. However, the monster has a condition of origin marking him as "different" and therefore that will exclude him of the human race and the consideration of people that he would deserve. He is a monster without rights.

The philosophical discussion is given throughout the novel in the three or four meetings between the beast and his creator when they talk to each other, and in the remembrance the creature makes of his secret life among men, watching a human family and trying awkwardly to approach them unsuccessfully.

Finally, the intolerance to differences is the key to this work. It exposes what it is in the nature of us, human beings: our ambiguity, our ability to act interchangeably with acceptance or rejection, with kindness or wickedness. In this novel the lack of acceptance addresses and even subtly touch the nationalisms, as well as our religious and racial conflicts: it confronts us with our visceral attitude of rejection to those who are different from us.

A subtle irony —this novel was written by a woman—, arises when Victor Frankenstein discovers that making the female counterpart of his first creation is a process much more complex than expected; therefore, to continue his work he should use the most recent discoveries in biology in a foreign country to carry it out. In the end, however, he decides to interrupt it, as he anticipates with horror the reproductive potential of these beings, but not before leaving us abruptly and forever with the enigma of the origin of the parts of a female body —how the hell he got them— in the farther and deserted islands of Scotland.


Roberto Mendoza Ayala

New York City, October 26th, 2014

EL FRANKENSTEIN DE MARY SHELLEY: Los monstruos también tenemos derechos



En su Frankenstein, Mary Shelley narra una inquietante historia de horror a través de un ingenioso procedimiento narrativo de estructura epistolar. Esta novela está escrita en primera persona por medio de cartas y diarios personales que se contienen unos a otros y se despliegan sucesivamente a lo largo del libro, hasta cerrar un círculo perfecto.

Encontramos el antecedente de esta obra en la novela gótica (1765-1815), que tenía como único objetivo despertar en el lector un sentimiento de horror a través de la exaltación de las supersticiones y leyendas de fantasmas que llenaban la imaginación de la población de esa época, en su mayoría ingenua y poco instruida. Sin dejar de reconocer a estas obras sus atributos literarios o estilísticos, eran novelas hechas para el entretenimiento, que no pretendían mayor profundidad intelectual.

Mary Shelley va más allá (Frankenstein se publica en 1818), y su primer mérito consiste en que sin dejar de infundir un sentimiento de horror en el lector, logra incorporar en la trama elementos de carácter racional y meta-científicos, —opuestos al romanticismo hasta entonces imperante— que dotan de una alta “probabilidad” de existencia verdadera a los personajes y situaciones de la obra, dejándonos hacia el final con la inquietud por el incierto paradero del monstruo que quizás aún hoy todavía nos acecha.

En la trama son obvios el interés y los conocimientos de Shelley en cuanto a avances científicos, muy especialmente los experimentos con electricidad (Franklin, Galvani) y la teoría de la Evolución (Darwin). Así mismo acude a los numerosos viajes de exploraciones y las narraciones de aventureros y científicos como fuente de inspiración para esta novela, incorporándolos a la trama con veracidad y detalle, aprovechando además que ella misma viajó por algunos de los lugares que describe.

Encontramos también algunos trazos de un exotismo orientalista, exaltado por el restablecimiento del Imperio Otomano justo en la época cuando se escribió la novela, Imperio que dejó una honda huella cultural en los países europeos. 

El lenguaje de la obra es impecable y extremadamente cortés. Todos los personajes, aún en las situaciones más comprometidas o agresivas, dialogan con absoluta educación y delicadeza, rayando a veces en lo inverosímil. Más que resultar fallido, éste es un recurso que dota de encanto a la narración. Y por supuesto, tampoco sería algo “imposible” si nos atenemos a la anécdota de la seca y cortés alegría inglesa ante el encuentro en plena selva africana del por muchos años desaparecido Dr. Livingstone.  

La frescura de esta primera novela de Mary Shelley se advierte en algunas precipitaciones. Por ejemplo, la rapidez con la que Victor Frankenstein pasa de ser un simple estudiante a un científico de primer nivel, capaz de un descubrimiento tan increíble que por sí mismo merecería un manejo más profesional del tema y una disquisición filosófica más compleja que la que se plantea de inicio el investigador. 

Toda la preparación intelectual de Víctor se esfuma sin más una vez que éste consigue su objetivo de crear vida en el laboratorio: el monstruo abre los ojos y en ese momento el científico lo abandona horrorizado, y regresa hasta el día siguiente sólo para comprobar con alivio que éste se marchó. Un comportamiento inmaduro, poco probable en un hombre de ciencia, pero que —de nuevo— no deja de ser “posible”.

Frankenstein es también un ensayo sobre la condición humana, basado en las reflexiones y diálogos de los personajes de la novela, a través de los cuales se van planteando —a veces respondiendo, otras sólo exponiendo— numerosas interrogantes concernientes a la naturaleza de los hombres. Preguntas —algunas— que aún hoy toman por verdaderas varias respuestas equivocadas, lo que nos ha afectado como especie.

En una época en la que la esclavitud se justificaba sin sonrojos por la “ausencia de un alma cristiana” en los salvajes que habitaban las colonias de los imperios dominantes, Shelley dota a su criatura de un espíritu absoluta y contradictoriamente humano, no obstante que el monstruo tiene una condición de origen que lo marca como “diferente” y por tanto le excluye del género y de la consideración de los demás que ello le merecería. Es un monstruo sin derechos. 

La discusión filosófica se da a lo largo de la novela en los tres o cuatro encuentros entre la fiera y su creador cuando éstos dialogan entre sí, así como en la rememoración que hace la criatura de su vida secreta entre los hombres observando a una familia humana a la que intenta acercarse con torpeza y sin éxito.

Finalmente la intolerancia a lo diferente es la clave de esta obra. Expone lo que está en la naturaleza de nosotros, seres humanos: nuestra ambigüedad, nuestra capacidad para actuar de manera indistinta con aceptación o rechazo, con bondad o con maldad. En esta novela incluso se tocan de manera sutil los nacionalismos, así como también nuestros conflictos religiosos y raciales: nos encara con nuestra actitud visceral de rechazo a los que son distintos a nosotros.

Una sutil ironía —esta novela fue escrita por una mujer—, se da cuando Víctor Frankenstein descubre que fabricar la contraparte femenina de su primera creación reviste procesos que hacen mucho más compleja de lo prevista su labor; tanto que debe recurrir a los descubrimientos más recientes de la biología en un país extranjero para poder llevarla a cabo. Al final sin embargo decide interrumpirla, previendo con horror las posibilidades reproductivas de estos seres, no sin antes dejarnos precipitadamente y para siempre con el enigma de la procedencia de las partes de un cuerpo femenino —cómo diablos las obtuvo ahí— en la más remota de las islas desiertas de Escocia.


Roberto Mendoza Ayala

New York City, October 26th, 2014

lunes, 13 de octubre de 2014

CASO IGUALA ¡Ya estamos hartos!

Ya todos estamos hartos de que nuestras autoridades "se hagan patos". Es una vergüenza que a más de 15 días de ocurrido el secuestro de 43 estudiantes en la ciudad de Iguala, Guerrero, no haya una explicación coherente de cómo ocurrió, ni sepamos dónde podrían haberse llevado a esas personas. 

Iguala no está al otro lado del planeta. Es México. Ahí hay celulares, internet, carreteras, cámaras, helicópteros, GPS, tecnología de punta. Desde hace varios días los "autodefensas" guerrerenses mencionan una iglesia abandonada en el "Alto Balsas" donde tienen retenidos a los estudiantes desaparecidos, un lugar al parecer tan inaccesible como si fuese un lugar remoto en los Himalayas. ¿A nadie le ha interesado confirmarlo o desmentirlo de inmediato, echar un vistazo? Se supone que la federación está volcada en Iguala con sus peritos investigadores y con toda la fuerza de seguridad del Estado mexicano. ¿En serio al día de hoy nadie sabe nada? 

Todo apunta más a intentar desvanecer responsabilidades y administrar el daño con fines electorales, que querer resolver a fondo este caso abominable. Todos nuestros funcionarios están muy cuidadosos en no tocar los intereses de siempre, aplazan respuestas y explicaciones, propician tiempos para  huídas, trámites de amparos y hasta más desapariciones.

No les interesa que se vean los sembradíos de mota o de amapola, o que alguien cuente o encuentre más fosas con los (presumiblemente) cientos de cadáveres allí sembrados; que los poderes locales con los que tan bien se entienden en términos de negocios, no se vean cuestionados por la robadera de recursos que han hecho toda la vida; que en todo caso ellos no tengan qué responder más que tan "sólo" por estos 43 desaparecidos.

Que en unos días, todo vuelva a la "normalidad", es lo que parece que quieren nuestras autoridades. No se dan cuenta que esto ya saltó al plano internacional, que empieza a dar vergüenza ser mexicano, y que dejar que en Guerrero y en todo el país las cosas sigan más o menos como estaban antes de esta tragedia, volverá inútil cualquier pretendida reforma o modernización de México.