lunes, 23 de abril de 2007

O JUÁREZ O BIZANCIO

Va quedando demostrado en los hechos que independientemente de clasificarse como delito o pecado, la interrupción voluntaria del embarazo será siempre una decisión que compete a la mujer, pues será ésta quien llevará a cuestas, para toda la vida y a veces con desventajas irreversibles, las cargas morales, de salud, económicas o sociales por llevar a cabo dicho acto. Queda claro que es una situación extrema a la que nadie desea llegar y que falta mucho por hacer en esquemas de educación para prevenir embarazos no deseados. Que la Iglesia Católica, con su particular visión del mundo participe en el debate, me parece correcto y deseable. A fin de cuentas, las mujeres católicas decidirán conforme a su conciencia religiosa, pues aunque se aprueben las disposiciones en cuestión, a ninguna obligarán a abortar. Pero que defendiendo su posición la jerarquía católica intente revivir la violencia cristera que tanta sangre costó a nuestro país, verdaderamente se pasa de la raya. Cuánto daño hizo el ex-presidente Salinas al pretender modernizarnos sacando a los sacerdotes de sus templos. Qué bueno que siempre existan un Juárez o un Círigo que impongan la laicidad y la soberanía de nuestro Estado por encima del pensamiento medieval de estos señores, asombrosamente expuesto con su reciente y bizantina argumentación acerca de la "esperanza piadosa" en la inexistencia del limbo.

Enviado a Opinión del lector de Reforma

martes, 17 de abril de 2007

ESPEJO DE AGUAS NEGRAS

ESPEJO DE AGUAS NEGRAS

Sexenio Juárez espera en lo alto de su nido. A sus pies, extendidas las escleróticas arterias del palpitante valle que se han ido trepando por encima de las piedras y por sobre el polvo. El paisaje es impactante si se considera que lo que está a la vista hace quince o veinte años eran parajes llenos de arbustos, algunos pastizales con borregos, una que otra finca aislada, y que hoy, tabique con tabique, el espacio está rebosante de casas construidas con la precariedad que da la incertidumbre en la tenencia de la tierra.

Sexenio es de edad indefinida, la cara llena de prematuras arrugas que le dan continuidad y mimetismo al personaje. Está y no está. Se encuentra y no. Las últimas casas de la ola de concreto están aquí, donde los vehículos ya no pueden avanzar más que con el riesgo de voltearse. Las pipas que les cobra y les envía el Ayuntamiento cada tercer día desde hace muchas administraciones, llegan tres calles abajo, por lo que los integrantes de la familia Juárez deben abastecer su tambo acarreando el agua en cuatro cubetas y en varios viajes por persona. Nada del otro mundo comparado con el arrastre del propio peso, al menos un par de veces al día, dos kilómetros cuesta arriba y cuesta abajo, hasta llegar a la terminal de los camiones que los llevan al metro.

La última vez que se le preguntó, Sexenio afirmó no estar ni siquiera trescientos metros por encima del valle, a salvo de las inundaciones que estacionalmente desmadran el canal de las aguas negras, negrísimas, que espejean en el fondo, revolviendo brillos. Cuando ocurre el desborde, no tienen manera de subir, pues no hay transporte. No queda más que aguantar la noche y dios quiera que tu hija o tu esposa lleguen con bien. Porque sabe, ni entre nosotros nos respetamos, pues qué le pueden quitar a uno, los diez pesos del pasaje, y más vale que los traigas o te pican y te dejan ai tirado.

Malintzin, la hija mayor, es tan viva como el padre. Su piel es tersa, moreno tenso, y sus ojos se impacientan con la plática de quienes venimos a ofrecerles la posibilidad de mejorar su calidad de vida si votan por el candidato que representamos. Cada palabra nuestra es cuidadosamente medida y atesorada luego de salir de la boca. Aquí no valen los arrepentimientos. Lo dicho, dicho está e incorporado de manera inmediata al larguísimo bagaje de promesas multicolores incumplidas en años que a ellos se les pierden en la memoria.

Ella nos insinúa de unas pláticas que han estado organizando los amarillos. No ha estado en ellas, pero le han dicho. Y están así de gente. Muy difícil remontar la ventaja que ya nos llevan, dice. Le replicamos que una cosa es el Peje y otra a quien representamos, en un nivel de gobierno más cercano a ellos, alguien que verdaderamente les resolverá y asignará un presupuesto para construirles los tanques y dotarlos de las bombas y las tuberías que llevarán el agua potable hasta sus casas. Percibimos su incredulidad, nos damos cuenta que ya conocen completito el guión, la trama y el final de la obra. Dígannos algo nuevo. Para ellos lo único aprovechable sería lo que hoy pudieran obtener gratis de nosotros, y que por cierto, no les traemos: algunas despensas, unos bultos de cemento, el reconocimiento de algo parecido al liderazgo entre sus gentes. Después, que cada quién vote por quien carajos quiera.

Sexenio Juárez nos observa aburrido, convencido de nuestra inutilidad. Una luz se apaga en sus ojos cuando se ha percatado que en verdad (¡cómo!), no traemos dádivas ni “apoyos”. Involuntariamente se le asoma un faro de burla. Corrige de inmediato porque piensa en la remota posibilidad de solicitar luego una chamba si hoy nos demuestra gestualmente el suficiente entusiasmo por nuestra propuesta, si de casualidad ganáramos. Uno nunca sabe.

Por considerarnos mentirosos, a su vez nos miente: asegura representar a por lo menos doscientos vecinos que está dispuesto a llevar el miércoles cuando el licenciado se acerque a las colonias de abajo. Pero va a necesitar cinco camiones y unos dos mil pesos. Ambas partes intuimos la falsedad y la imposibilidad de cumplir con lo que se ofrece y menos aún con lo que se pide a cambio. Entiendo: incluso ganando, no podemos cambiar de golpe su condenada vida, que es lo que él esperaría de todo esto. Por eso nos la pone difícil. Qué tanta gente es capaz de llevar al mítin pasado mañana, él y nosotros lo ignoramos. Pero continuamos diciéndonos las cosas con una seguridad que ni Og Mandino.

Roberto Mendoza Ayala