viernes, 25 de septiembre de 2009

BODRIO FISCAL

Lo único que saldrá de tanta discusión de la propuesta fiscal del Presidente Calderón, será un bodrio misceláneo como el que nos enjaretaron hace dos años, y que nos dejó en el mismo lugar de hace cuatro, de hace diez, de hace muchos años. Vaya bicentenario: nomás no podemos.

Si de todas maneras se le iban a ir encima, el Ejecutivo sólo tenía la alternativa de plantear de una vez por todas una solución fiscal definitiva, la que se usa en todo el mundo desarrollado: IVA generalizado y sin excepciones para nadie y dejar el posible descrédito de su no-aprobación al Legislativo.

A estas alturas, con las cámaras en manos de la oposición, y con altas probabilidades de entregarles la presidencia, no hay necesidad de quedar bien con los "pobres", ni con la burocracia, ni con los sindicatos, ni con los partidos.

Con retorcidas complicaciones fiscales, con medianías, manteniendo zonas de privilegio y exenciones irracionales, nos van a joder más la vida a todos.

viernes, 18 de septiembre de 2009

TACUBA

Sólo de imaginar
aquel aciago ejército de aventureros
sifilíticos perseguidos de ambición,
las mulas con su fabuloso cargamento
ido para siempre al fondo de los cañaverales…

Me pregunto si no se abrió la tierra
aquí nomás
para intentar el rescate de lo que todos cargamos
en memoria colectiva:
los míticos lingotes, lágrimas de un sol
empañando el espejo de Moctezuma.

Es inevitable la tristeza,
el silencio roto por la lluvia
en sigilo intransigente
dando la voz de alarma.

Canosa, vieja hechicera lluvia.

Teas y arcabuces,
griterío sorpresa de muertos aferrados al oro
no se abandonaron
ni siquiera en la tumba.

Quinientos años después
siguen tendidos los puentes
busca Remedios debajo de ellos
un pueblo que nunca se fue
y sigue atascado en el fango de la huída.

Se multiplican las carpas y las tiendas,
la memoria epidérmica de la Ciudad
reconoce sus planchados pliegues,
se instala donde hace mucho
se aparece el barco fantasma
de un tianguis antiguo.

En el caos pervive el Principio de lo nunca muerto:
las piedras que volaron para hacerse templos,
en otro orden colocadas, pero siempre templos;
los olores y los sabores de paso,
el transbordo, los pasillos,
el cruce de estaciones con el obligado cambio de luces.

La estatua del que espera abajo del reloj
marca la hora siempre atrasada
de un convoy que apenas viene
o que nunca llega.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

LA MÁSCARA Y OTROS RELATOS

RECUPERANDO EL SIGLO QUE SE NOS FUE

Leído en la sala Manuel M. Ponce del Palacio Nacional de Bellas Artes de la Ciudad de México la noche del 1o. de septiembre de 2009, con motivo de la presentación del libro "La Máscara y otros Relatos" de Juan de la Cabada, con Prólogo de María Ángeles Juárez Téllez. El 4 de septiembre se cumplen 110 años del nacimiento del escritor.

Es un alivio saber que en este México donde estamos cada vez más enajenados con las cuestiones de la simple sobrevivencia, aún existan personas, interés, instituciones y presupuesto para realizar una labor de preservación y rescate de la memoria colectiva.

Es el caso del Gobierno del Estado de Campeche, de la USBI de la Universidad veracruzana, y del mismo Instituto Nacional de Bellas Artes, que propicia la presentación de este libro en un foro de máxima importancia, con el objetivo de difundir el resultado de un minucioso trabajo de investigación y transcripción para evitar que el tiempo arrasara con -y se perdiera sin remedio- una parte importante de la obra de un escritor fundamental para las letras mexicanas.

Juan de la Cabada Vera quien ya de por sí nos es necesario literariamente hablando -por la maestría de sus trazos, por la riqueza del lenguaje que emplea, por su recreación fiel del habla popular del mexicano, por su penetrante conocimiento de la psicología humana-, es un cronista imprescindible a la hora de buscar entender el mundo del siglo XX desde una perspectiva iberoamericana con dos grandes ventajas: la primera, él fue testigo y en muchos casos, hasta protagonista de los hechos; la segunda, su longevidad.

Situaciones afortunadas que le permitieron como a pocos ubicarse en lugar privilegiado, para relatar con maestría hechos con información de primera mano, o bien realizar sus ficciones con alarde de envidiable bagaje social, político, cultural y psicológico.

Es la suya una visión que abarca desde las postrimerías de la presidencia de Porfirio Díaz hasta el terremoto de 1985 de la Ciudad de México.

En los relatos que conforman este libro, María Ángeles Juárez Téllez ha agrupado con inteligencia los textos en torno a una secuencia cronológica que coincide no tanto con las fechas en que fueron escritos, sino con los periodos históricos de los que éstos forman parte.

Habrá que recordar aquí que muchos relatos fueron transcritos de originales hechos a propia mano del autor –manuscritos- a tinta o lápiz, y que sólo con base al conocimiento de la historia y de la literatura que María Ángeles Juárez Téllez tiene, además –por qué no decirlo- de los años de pláticas atesoradas con Juan de la Cabada, fue como ella logró en numerosas ocasiones deducir o descubrir el verdadero sentido de algunas palabras aparentemente ilegibles, orientarnos -en la introducción que hace al libro-, hacia los nombres reales de los personajes atrás de las anécdotas; llevarnos hacia la adecuada conclusión de una frase sin terminar.

Asimismo fue capaz de discernir entre el descuido o el adrede de una escritura caprichosa, algunas veces hermanada con el oficio de guionista cinematográfico del escritor.

No omito señalar el gran esfuerzo de investigación literaria e histórica que le requirió a María Ángeles corroborar, o en otras ocasiones sugerir con autoridad, el nombre correcto de una población, el significado exacto de unas siglas, deducir el idioma original o la grafía de una palabra extraña.

Encontramos en Juan de la Cabada tonos y colores que nos hacen recordar tanto a José Revueltas como a Luis Buñuel, a Martín Luis Guzmán o a Chava Flores, a Juan Rulfo y a John Lennon. En estos trabajos coexisten la literatura “pura”, por denominarla de alguna manera, con el trabajo social y la denuncia política, que por influjo del buen oficio de su autor muy poco se rebajan a lo panfletario. Existen pinceladas de poesía, así como prosa que en medio de la rapidez de palabra del escritor se convierte en lluvia de reflexiones que bordea lo poético.

Y señalo con ejemplos: en su relato Las lágrimas, existe más que la sola evocación de la miseria del trabajador mestizo en la ciudad. Hay algo tremendamente inasible, tremendamente literario y lleno de vigor en el patetismo, en lo pesimista de la visión de destino, que lo hermana con Revueltas, por no mencionar la denuncia implícita de la corrupción tanto del patrón como del líder sindical que encontramos en el texto.

De Buñuel encontramos un eco evidente: la resonancia de Viridiana en el relato de Juan de la Cabada denominado Yo trabajaba… Cito:

“Sacó un traje de novia y Josefina se lo puso, la botonadura toda era por el frente. Se extrañó ella, pero se lo puso. Él, la condujo a otra recámara completamente a obscuras y la hizo acostarse en un diván que tenía como un metro de altura. Aunque ella no sabía exactamente en qué estaba acostada. Ya tendida en el diván, el alemán prendió cuatro cirios…( )…se reía frente al miedo que ella demostraba y la empezó a calmar, explicándole que no se trataba de ocasionarle algún mal, sino que únicamente necesitaba para satisfacer su deseo sexual con una mujer, vestirla con ese traje de novia que había pertenecido a su novia en realidad, y que murió de un síncope cardiaco la noche de bodas en sus brazos, sin haber logrado hacerla suya.”

Hasta aquí la cita, y dejemos para los especialistas cinematográficos dilucidar la cuestión de las primicias: el intercambio, influencia o préstamo de imágenes entre Buñuel y de la Cabada, pues ya se ha mencionado aquí que Juan de la Cabada fue también hombre de cine.

En La Máscara, relato que da nombre al libro, la trama se sitúa en tiempos de la Revolución Mexicana. El protagonista, el viudo Arévalo, que fungía al mismo tiempo como militar, licenciado, juez, y pintor de Francisco Villa, logra engatusar a una joven el mismo día del entierro de su esposa. Cito:

“Sorprendida, y con una gran compasión hacia el señor Arévalo, a quien creyera en un estado completo de locura o histeria por su inmenso dolor, la comprometió en gestión de matrimonio. Y como el señor Arévalo era juez, inmediatamente la convenció de que ya estaban casados. Es curioso que él ya tuviera lista el acta de matrimonio, firmada por el juez del Registro Civil”.

Más adelante, nuestro coronel se traslada en cargo de autoridad a Ciudad Juárez; vemos que las vocaciones de los lugares perduran, porque luego de varias situaciones donde la Muerte hace sólo una presencia lateral, alcanza por fin a Arévalo en alguna cantina de mala fama, a manos de un desconocido, para que las balas que le estaban destinadas hicieran blanco en su humanidad. Cito:

“Era viernes, pero Arévalo murió el sábado, y en la autopsia se comprobó que, en efecto, habían sido dos balazos los que recibió el cuerpo, pero los tiros habían entrado en el mismo sitio, por lo cual, la segunda bala hizo penetrar más la primera…”

Lo increíble de la imagen de una bala empujando a la otra, la fatalidad presente en el relato, remite por necesidad a Martín Luis Guzmán. Sin embargo, no es sólo en este trabajo donde la Revolución o las balas son protagonistas: el relato que mencioné anteriormente, Yo trabajaba… más adelante viene a ser una descripción minuciosa y emocionante de la frustrada huida del tren presidencial de Carranza hacia Veracruz, con lujo de detalles militares que sólo podía proporcionar alguien que participó en acciones bélicas, y que olió de cerca el humo de la muerte.

Encontramos coincidencias con Chava Flores en los relatos que hacen crónica social, en la manera de retratar a los personajes populares, en la forma de recrear el habla de los habitantes de las ciudades de principios de siglo, que poco a poco se irán poblando de entes pintorescos como los que aparecen en La Carga. Sin embargo el más logrado de los relatos en ese sentido es En 1900, mi padre se sacó la lotería… que por sí solo merecería un análisis detallado tanto por la riqueza de su contexto histórico y social, como por el caracter de sus protagonistas que oscilan entre los de la picaresca española y los del Rosario de Amozoc.

El laconismo y la crudeza de Rulfo, la pincelada eficaz de lo real maravilloso, los muertos parlantes, todo ello lo encontramos en El ataúd, relato muy breve que sin embargo nos conmueve en una cuartilla con la escalofriante resignación de su personaje.

En Y el muerto murió, donde de manera sarcástica se hace referencia a las enfermedades y a la agonía que precedieron a la casi interminable muerte de Franco, la poesía está presente. Compruébese esto leyendo como poema el patético listado de dolencias e intervenciones médicas del dictador. De la misma forma, como prosa poética habrá de leerse El Pastor, vivaz proclama antirreligiosa, donde de manera descarnada, desnudando la hipocresía del sacerdote -versículos bíblicos de por medio-, Juan de la Cabada arremete contra esa forma del corrupto poder que se escuda entre los rezos y el pase de charola.

Podría seguir mencionando ejemplos de influencias literarias, musicales o cinematográficas en estos relatos de Juan de la Cabada. Lo más importante, sin embargo, es que ya los tenemos, que son nuestros, que están aquí, y han sido publicados. Algo que se encontraba en la oscuridad ha sido dado a la luz, y revelado a nuestros ojos y mentes. Cosa de agradecerse a quienes hicieron esto posible: universidades, gobiernos e institutos. Enhorabuena por la cultura mexicana, enhorabuena por Juan de la Cabada a los casi ciento diez años de su nacimiento.

Nuestro patrimonio literario, en un país que ha dado al mundo grandes escritores, se ve felizmente incrementado con estos relatos. Y esa es una buena noticia.

Roberto Mendoza Ayala