viernes, 9 de mayo de 2008

LEYENDO ENTRE LÍNEAS. COPA O CARAS

Observo un papel en blanco por el tiempo suficiente: bastan no más de treinta segundos para que de súbito lo que antes era una mancha inerte y sólida comience a poblarse de vida.

Los signos siempre han estado ahí. Me esfuerzo por mirar, en taladrar con la mirada la superficie para encontrar los hilos, las sombras, esas oleadas de gusanos grises esparcidos a todo lo ancho, y que se mueven de manera incesante.

Habrá quien mencione las fosforescencias de la retina, los complementos de las últimas imágenes o colores vistos por los ojos. Yo digo que existe un más allá de la simple trama. Que el tejido del mundo tal y como se nos muestra, oculta infinitas capas visuales que corresponden a los diversos momentos de la existencia. Universos paralelos, tiempos coexistentes, quizás; antimateria, dirán otros. Escarbo con los ojos levantando las capas, las ruinas, los avisos difusos que encuentran acomodo de inmediato: palabras apenas balbucidas y titubeantes que debo pescar al aire y acomodar hasta que de manera estruendosa y firme comienzan a llamarse unas a otras, para volar juntas como parvada de cuervos que me sacarán los ojos una vez mostrada toda la fuerza de lo e-vidente.
Los seres humanos, las personas, somos quienes cargamos de significado lo escrito, al haber establecido de manera arbitraria un código común para la lectura. Con todo, aún lo escrito con intención posee diferencias de signo a veces fatalmente definitivas para las personas. Los juicios, las leyes, las guerras, todo contrato, las más agrias disputas legales dejan constancia de ello.

Leer entre líneas tiene su mérito: encontrar en las frases significados adicionales más allá de lo literal.

Un problema: muchas veces el propio escritor descubre esos sentidos –exactos, innegables- con posterioridad, por comentarios de otros lectores. Todo lo que se entiende en lo que está escrito lo dijo además de, o a pesar de, su tosca intención primaria. Es sabido también que en las peores traducciones de las mejores obras, éstas últimas jamás demeritan: se enriquecen gracias al error o la intención fallida. Existe una especie de cordón que jala los significados del texto hacia un abalorio virtual.

Pero el mundo del fondo, el recorte, la silueta que emerge de los párrafos -¿copa o caras?- merece tanta atención como las letras: ése es el significado preciso y oculto de la lectura entre líneas.

Entrecerrando los ojos ante la página escrita, la serie de huecos hace sentido: caracoles, escaleras, tormentas, dragones, dibujos, ríos, nubes, lagartos, mapas, rostros, nuevas palabras. Las figuras no se establecen sólo de manera azarosa como resultado de la formación del texto: existe un lenguaje paralelo, un ritmo vital en los espacios blancos. Puede establecerse una conexión inmediata entre el sentido literal del texto, y la música que de él emana en la forma de siluetas escondidas entre las frases. Es el Tarot de las palabras. Los espacios entre las palabras, las figuras que nacen ahí, merecen nuestra atención tanto como la dispersión de sesenta y cuatro palillos chinos tirados al formular una pregunta.

Jugar al poema y hacer un sapo o un árbol (como Tablada) a partir de las palabras establece una relación directa: lo escrito es simultáneamente la imagen. Pero el fondo, sin embargo, de inmediato surge rebelde e imprudente, como queriendo decirnos algo que aún no nos hemos atrevido a escuchar. Jugar con el fondo, mirar al fondo, ésa es la clave.

Ejercicios: generar un libro a partir de juegos de luces y sombras de párrafos (¿y qué no es sino solamente eso la palabra escrita?); contrastar al extremo las páginas de un libro impreso, destacar las figuras más evidentes que nazcan de su relación con lo escrito.