miércoles, 17 de junio de 2009

METZERI

METZERI

Me pides un poema.

“Miren, –dirás- tengo un padre poeta:
ha logrado unos versos
que, leyéndolos,
lo hacen a uno vivir para siempre.

Nadie como él
sabe describir la noche
en que nací,
cuando atravesamos ululando
la ciudad del dios
de la cabeza inclinada.

Ocho de abril, 1996, 22:35 horas,
las jacarandas destellaban.

Antes de salir escuché mi nombre:
era él que resignado me bautizaba,
mientras en su mano sostenía mis primeros mil gramos.

Miró de reojo a mi madre,
ella estaba en un grito.”

Yo sé: quisieras mejor
que este poema
hablara de la vida de tus ojos,
de la pícara sonrisa
que es el cetro
de tus ochenta amigos.

Pero hay palabras
que no debemos olvidar
aunque se remojen en cada escena:

la incubadora

el hospital

el hospital

el rumor del oxígeno en la noche

el diminuto puño
apretado hasta rehacerte
con las uñas clavadas,
la línea entera del destino.

tus manos y tus pies alfileteados,
sujetos con mangueras y cables,
como una valiente Gulliver
atrapada en el país de las cofias.

tus cicatrices, mías, todas…

(¿Ves lo que te digo?)

Yo sé: quisieras mejor
que hablara de tus luces,
de tus modales con gracia,
del arco iris que te nimba
en cualquier estación.

Del día cuando sin querer
te nos apareciste en la tele.

O de tu figura armoniosa…

Pero hay que recordar también
los montes claros,
el camino de la escuela,

yo acariciaba tu mano herida
antes de cruzar la calle,

este callejón de poesía
a donde ahora me llevas,

con vericuetos, y esquinas:

Las casas llenas de gorjeos
donde vivimos.

Las ciudades que visitamos.

Los mares y albercas que te escucharon reír
buceando en sus atardeceres.

Tu hermano y tú danzando
juntos en la tierra, zumbando en las alas
de los aeroplanos

Te advierto que hoy tienes trece
y aquí permanecerás en ese encanto,

no importa que mañana

alguien llegue a tu rescate

con otro poema.

miércoles, 10 de junio de 2009

¿VOTO EN BLANCO?

¿Voto en blanco? Cuestión de que los dirigentes partidistas se pongan abusados para aprovecharlo.

Muchos estaríamos dispuestos a votar por cualquier candidato a diputado, de cualquier partido, que nos ofrezca por escrito y ante notario, promover iniciativas legislativas que propongan:

a)Reducir de manera sustancial el financiamiento a los partidos.

b)Reducir a la mitad la cantidad de diputados.

c)Eliminar las candidaturas plurinominales.

d)Reelección de diputados, alcaldes y jefes delegacionales.

Esas propuestas sí nos interesan a los ciudadanos. Con un solo partido que hiciera suyas las iniciativas de los promotores del voto blanco, todos ganaríamos.

viernes, 1 de mayo de 2009

CURRICANEANDO EN EL CHUMPÁN




Cuando viajas por la carretera que va de Emiliano Zapata, Tabasco, hacia el río Chumpán, en Campeche, se van cruzando por el camino algunos compañeros de paisaje. Por ejemplo los guaraguao, aves combinación de águila con buitre que acechan desde los árboles a la orilla de las carreteras, para alimentarse de los despojos de cualquier animal que pudiera ser atropellado.

Su menú consiste en tejones, mapaches, liebres, iguanas, tepezcuintles, zorrillos, coyotes, puercoespines, e incluso aves como los tapacaminos, pájaros singulares que acostumbran no moverse de su sitio aunque el mundo les pase por encima con todo y llantas.

No se piense que uno va alegre por ahí, masacrando especímenes como los que he mencionado. Sin embargo es inevitable que cada tantos kilómetros de pavimento se encuentren los restos diseminados de cualquiera de ellos.

Amanece y el sol apenas comienza a levantarse en medio de la bruma que convierte de ensueño el paisaje horizontal salpicado de árboles y de palmeras.

De forma equivocada, los campesinos han desmontado sus selváticas parcelas mediante la quema, -hectáreas enteras-, para dar paso a los pastos que en los meses siguientes alimentarán a un ganado que para estas fechas se está muriendo ante nuestros ojos por la sequía.

Las pieles y cornamentas abandonadas, los animales moribundos, se cuentan por decenas a la orilla de la carretera, desde que salimos de Zapata. Las zonas de potrero presentan en su mayoría un color dorado y la lluvia no llega. Hay quienes tienen pozo, riego o tecnología y mantienen extensiones verdes bien cultivadas. Irónicamente, junto a los alambrados que preservan estos ranchos hay gran cantidad de reses muertas.

Al llegar a nuestro destino, un pueblo situado debajo de un puente junto al río, subimos a una lancha las hieleras, las provisiones y las cañas. El río tendrá en su parte más ancha unos dos kilómetros de orilla a orilla. Pero el ancho promedio es de unos trescientos metros. El Chumpán desemboca cincuenta kilómetros abajo, en la Laguna de Términos.

La orilla está bordeada de mangles blancos casi en su totalidad; éstos hunden sus raíces en el fango, proporcionando cobijo a gran variedad de animales. Todo es un continuo de follaje verde, palmeras, lirios, plátanos, mangos y árboles de flores, frutos y maderas exóticas.

Desafortunadamente, a pesar de esta explosión vegetal propiciada por el agua, en grandes tramos se puede apreciar que la selva termina a no más allá de unos metros de la orilla, debido a la quema que he descrito.

El tipo y tamaño de los peces que uno encuentra está en función de su proximidad a la orilla y la profundidad del río. A la mitad encontrará uno las especies más grandes, entre ellas los sábalos, peces robustos que sin embargo parecen no ser tan apreciados como alimento en la zona, debido a que su carne tiene gran cantidad de espinas, por lo que generalmente se les cocina desmenuzados, en “minilla”.

Entre el centro y la orilla, uno podrá pescar los robalos, esos sí muy codiciados por su carne limpia y de excelente sabor. Recuerdo haber visitado este mismo lugar hará unos quince años, y la pesca en esos días era abundante y de muy buen tamaño: los robalos que obtuvimos entonces pesaban cuatro o cinco kilos. En esta ocasión hubimos de conformarnos con ejemplares de algo más de 500 gramos.

Andrés, nuestro lanchero, explica que lentamente han ido terminando con la antigua abundancia algunos inconscientes que a pesar de estar prohibido, pescan con grandes redes de malla chica, que se llevan prácticamente todo cuanto encuentran por el río, no dando oportunidad a los ciclos de reproducción natural.

Las mojarras se localizan en lugares frondosos, escondidas entre las raíces de los mangles, donde es posible pescarlas con un sedal de mano y algo de paciencia. Carnada: corazón de res. Aunque suene repulsivo, a las mojarras les encanta esta víscera, y pudimos obtener con ella algunos ejemplares de las variedades Roja y Castarrica; éstas últimas de aspecto atigrado.

También entre las raíces habita una gran cantidad de jaibas, de coloración entre azul y roja, que se alimentan de los desperdicios de los peces, y de los animales muertos. Junto con los bagres, los peces bigotudos que todos conocemos, las jaibas se encargan de mantener la limpieza de los bajos fondos.

El agua aquí, por increíble que parezca, es salada pues por ser temporada de “secas” el mar penetra río adentro los cincuenta kilómetros que mencioné, y aún más. De ahí la profusión de mangles, especie vegetal habituada a la salinidad y que yo ubicaba más bien muy cercana a la costa.

Por motivo de la entrada de mar, los pescadores han avistado en esta temporada algunos tiburones surcando las tranquilas aguas de tierra adentro.

Otro temor: los lagartos. El año pasado hubo una crecida tal que desbordó numerosos pantanos y lagunas interiores que son hábitat natural de los caimanes. Estos reptiles entonces se diseminaron por el río Chumpán, y algunos otros, provocando que en las aldeas situadas en sus orillas, los padres prohíban a sus hijos bañarse sin vigilancia en sus aguas, como lo habían hecho hasta antes de la crecida.

Observamos grupos de cuatro a seis turistas en lanchas confortables, con chaleco fosforescente, toldo y buenos implementos, pasando rápidamente junto a nosotros, haciendo olas, dirigiéndose cada quien a los lugares “secretos” donde todavía es posible capturar buenos ejemplares de pesca.

Por nuestra parte nos dedicamos, con bastante éxito, a “curricanear” desde nuestra modesta lancha: pescar engañando al pez con una cucharilla brillante que va girando o vibrando conforme la embarcación se mueve lentamente y en paralelo a unos metros de la orilla.

Por su voracidad, el robalo se engancha con el anzuelo al confundir el currican con un pequeño animal de colores vivos. Alberto llevó varias cajas llenas de las clases más variadas de curricanes que pueda uno imaginar: de arco iris, con pluma, plateados, dorados, en forma de pez o de insecto; amarillos, rojos, etc. En tres días de pesca los utilizamos todos.

Hacia las doce del día los peces quizá se van a trabajar o a echar la siesta, pues es hora en que ya no pica nada. El sol empieza a calar duro y advertimos que es hora de retirarnos. Regresamos con el motor a toda marcha hacia la aldea. Al llegar, Andrés extrae las vísceras de los pescados con un machete, y ya limpios son cargados en las hieleras y subidos a la camioneta, junto con toda nuestra parafernalia de cañas y anzuelos.

Desmañanados, insolados, cansados, pero contentos, nos dirigirnos hacia la fresca palapa del rancho de Horacio, donde nos esperan unas estupendas puntas de filete a la mexicana. Por cierto que aquí, en Campeche, los filetes suelen ser de venado.


lunes, 6 de abril de 2009

LLEGÓ ABRIL

POR AQUÍ PASÓ

Ataviada de jacarandas
llega abril y su poesía,
con explosión de lilas y reflejos.

El alba se me aparece sobre la almohada:
eres tú lloviendo flores en el corazón,
enlluviándome
con esas pestañas largas
que acarician la mañana.

En tus ojos,
huellas de la noche entintada y caliente dicen:
por aquí pasó.

Sobre las plumas describes el plan,
las argucias y los atajos que siguen,
mientras crepito en suavidades que me prenden
como besos de agua viva.

Tus manos no dan reposo
sino hasta la rendición fortuita
o el encuentro.

lunes, 30 de marzo de 2009

JAIME SABINES, ANIVERSARIO LUCTUOSO

INTERVENCIÓN DE ROBERTO MENDOZA AYALA
CASA JAIME SABINES, CIUDAD DE MÉXICO MARTES 24 DE MARZO DE 2009

Existe una sola razón para la poesía, que los que escribimos pretendemos secreta, y que consiste en lanzarnos con todo y chivas hacia el futuro. Llámese afán de inmortalidad o simple curiosidad por anticiparnos al qué dirán de nosotros en nuestro sepelio.

Paradójicamente, quienes estamos aquí reunidos con motivo de la muerte de Jaime Sabines, lo hacemos en ambiente festivo. Se lamenta, sí, la ausencia de su figura poderosa en nuestras letras. Sin embargo, se festeja el cúmulo de palabras e inteligencia fulgurante que nos legó y que sólo se extinguirá, acaso, el día de nuestro fin como especie sobre la Tierra.

La poesía de Sabines es supernova cuya luz viaja, traspasa, y se refleja. Poesía relámpago: grieta que se abre inesperada en la pared del mundo. La luz que hoy vemos, intensa y prodigiosa, llega hasta nosotros desde el pasado y seguirá brillando mucho tiempo, trascendiendo el nacimiento y la muerte del ciudadano Jaime Sabines, así como también la muerte de cada uno de los aquí presentes. Y todavía después de eso, poesía quedará para testimonio de la humana existencia.

Para conmemorar apropiadamente a Jaime Sabines en estos aniversarios, deberíamos medir su tiempo en años luz.

Me despido leyendo un poema suyo:

ME DUELES

Me dueles.
Mansamente, insoportablemente, me dueles.
Toma mi cabeza, córtame el cuello.
Nada queda de mí después de este amor.
Entre los escombros de mi alma búscame,
escúchame.
En algún sitio mi voz, sobrevive, llama,
pide tu asombro,
tu iluminado silencio.
Atravesando muros, atmósferas, edades,
tu rostro (tu rostro que parece que fuera cierto)
viene desde la muerte, desde antes
del primer día que despertara al mundo.
¡Qué claridad tu rostro, qué ternura
de luz ensimismada,
qué dibujos de miel sobre hojas de agua!
Amo tus ojos, amo, amo tus ojos.
Soy como el hijo de tus ojos,
como una gota de tus ojos soy.
Levántame. De entre tus pies levántame, recógeme,
del suelo, de la sombra que pisas,
del rincón de tu cuarto que nunca ves en sueños.
Levántame. Porque he caído de tus manos
y quiero vivir, vivir, vivir.

jueves, 5 de marzo de 2009

¿REHABILITACIÓN?

Lo he sugerido en otras ocasiones y lo reitero: la única manera segura y eficaz para aplicar la pena de prisión consiste en el aislamiento individual y absoluto de los reclusos.

Hechos vergonzosos como los sucedidos ayer en la cárcel de Ciudad Juárez, y que cobraron la vida de 20 presos, sería imposible que ocurrieran si se eliminara la convivencia entre ellos.

Vale ya la pena que se considere si como sociedad estamos haciendo lo correcto al fomentar y pagar con nuestros impuestos una supuesta rehabilitación de los delincuentes, que en los hechos jamás se da.

Hago un llamado a nuestros diputados para proponer una iniciativa que transforme de raíz los reclusorios y el sistema carcelario, que tenga como base la no convivencia entre los detenidos, para preservar a toda costa la integridad física de éstos, y para hacer nula toda posibilidad de reciclaje criminal.

lunes, 16 de febrero de 2009

LA BALA VA A LA FIESTA

Viejos ritos y nuevas deidades del mexicano en las fiestas de su muerte.

Lo ritual es de naturaleza instintiva. En México vivimos una regresión hacia lo primitivo cuanto más nos acercamos a la emoción, a lo simbólico, y nos apartamos del razonamiento.
Grandes sectores de la población, con una formación intelectual deficiente, sin una base de ideas sólidas, se comunican entre sí y viven casi solamente a través de imágenes simbólicas; algo que evoca el pensamiento mágico y los códigos con que se transmitía el conocimiento y se mantenía el poder religioso en algunas culturas antiguas.

Sería injusto y absurdo limitar u otorgar el grado de “civilizadas” solamente a nuestras sociedades modernas basándonos en el bagaje intelectual o el refinamiento cultural alcanzado por éstas: ejemplos de salvajismo y deshumanización en la época contemporánea abundan, más que el número de hazañas de la razón.

La utilización de símbolos primigenios, si bien de conocida eficacia y de altísimo contenido sintético, nos regresa a las etapas primarias del hombre, aquellas en las que se depende solamente del instinto para sobrevivir, haciendo a un lado la reflexión, característica esencial de lo humano.

En las etapas sórdidas de los pueblos donde la guerra, la muerte o la destrucción se enseñorean de éstos, el resurgimiento de símbolos, mitos, festejos y deidades de naturaleza sacrificial, eventualmente rescatados de los panteones de la historia, va aparejado con el grado de violencia e intolerancia inoculado entre la gente.

La prevalencia de la imagen sobre el razonamiento, explicaría en algo la reincorporación de antiguos ritos y divinidades a nuestra sociedad. Éstos se han reciclado para ofrecernos de nuevo toda su fuerza, asociados de manera natural al carácter emotivo de los actos y fiestas tribales de nuevos grupos constituidos alrededor de supuestos de sobrevivencia y no de convivencia.

Decapitados, mutilados, fusilamientos masivos, carnicerías. En los últimos años México ha vuelto a ser el país de la barbarie: una violencia que pensábamos superada luego del interminable ciclo de guerras floridas, conquista, rebeliones locales, Independencia, invasión norteamericana, Reforma, invasión francesa, Revolución, guerra cristera y guerra sucia.

Quedará en el país la memoria de la guerra contra el narcotráfico como una de las más sangrientas, con su correspondiente producción de muertos –más de 9000 desde diciembre de 2006 hasta enero de 2009, y contando –, tanto que ya es lugar común comparar el número de nuestras víctimas con los solamente 3900 norteamericanos muertos en los cinco años que van de la guerra de Irak (unos cuantos miles de civiles iraquíes parecen ser enteramente olvidables para la estadística).

Es largo y morboso escarbar en los detalles de cada una de las ejecuciones que se están llevando a cabo en México: hay muertos por todos lados, de muchas formas, y por todos los motivos imaginables.

Desde el músico de pueblo sospechoso de engatusar a la novia del jefe de la banda local; pasando por la muchachita que no llegó a tiempo con el encargo de dos kilogramos de mariguana; siguiendo con el policía corrupto que dicen delató a sus patrocinadores; el narcomenudista que no llegó a entender para quién trabajaba, ni por qué se le iba a matar; el otro que creyó fácil quedarse con la mercancía o el dinero de su jefe muerto o capturado; hasta aquel que desconcertado escucha a sus antiguos amigos pedirle perdón mientras lo torturan, antes o después de soltarle una ráfaga de balazos, y antes o después de cortarle un dedo, la cabeza, la lengua, o el pene.

Este comportamiento se ha generalizado hasta en los delincuentes que nada tienen qué ver con el narcotráfico: algunos asaltos o latrocinios que antes se ejecutaban casi siempre con saldo blanco, ahora son acompañados de violaciones, torturas y asesinatos tan inútiles como llenos de significados por la manera en que se realizan.

Prevalece lo ritual, la fiesta, la ceremonia, el aparente respeto hacia la víctima antes de sacarle el corazón para después aventar los despojos escaleras abajo del templo.

Escabechándose al enemigo
Vale recordar aquí las fiestas de Xipe-Totec, el Dios Desollado, cuando los sacerdotes aztecas despellejaban cuidadosamente a los sacrificados para vestir su piel durante la fiesta –y veinte días más –, como si fuese un overol; la sangre ahí vertida era mezclada con amaranto, y con la masa resultante se hacían figuras que asemejaban a los muertos. Dichas figuras eran repartidas entre el pueblo, que jubiloso se comía las viandas, literalmente a modo de comunión, y tal vez como una manera instintiva (y por ritual, respetuosa) de afirmar la superioridad ante los enemigos.

Tan frecuentes eran tales fiestas, y en ellas, el reparto de esas grotescas alegrías (que es como se conoce actualmente al dulce elaborado mezclando semillas de amaranto y miel de piloncillo), que Hernán Cortés impuso pena de muerte para todo aquel que cultivase la planta, casi logrando su extinción como especie botánica.

La cultura de la muerte al parecer no nos ha abandonado desde que los mexicanos no éramos más que grupos de cazadores y recolectores dispersos por el territorio. Hoy florece en todo su esplendor, y se expresa de las formas más terribles; es sangre que no se acaba: los criminales ahora hacen pozole o barbacoa con los cadáveres (Es decir, alimentos que se preparan y consumen generalmente en ocasiones festivas), y de vez en vez aparecen evidencias de canibalismo.

¿Una cabeza es un cadáver?
Aparte del canibalismo ritual o literal, cada vez es más común entre los mexicanos la práctica del descabezamiento, la decapitación, algo que considera el mayor escarnio o humillación para el vencido, y que produce un alto grado de horror y desaliento entre los rivales.

Los antiguos guerreros mesoamericanos colocaban en estacas de madera afiladas los cráneos de los enemigos sacrificados. Un conjunto grande de estacas colocadas en hileras, con las cabezas apiladas de a cuatro por vara, constituía un tzompantli. Solamente en la Gran Tenochtitlán, las crónicas señalan hasta siete de estos altares distribuidos por la ciudad.

El uso de cabezas cortadas para intimidar o desalentar al potencial enemigo fue práctica corriente en nuestra Guerra de Independencia. Al sacerdote insurgente Miguel Hidalgo y Costilla que fue hecho prisionero y eclesiásticamente degradado, execrado, y juzgado de manera civil para luego ser fusilado, le fue cercenada la cabeza. Ésta se envió a Guanajuato conservada en sal, para colocarse en una jaula de hierro en una de las esquinas de la Alhóndiga de Granaditas; lugar donde se exhibió por años junto con las de Allende, Aldama y Jiménez, para escarmiento de los guerrilleros.

Los nuevos tzompantlis ahora son mediáticos: exhibidas en YouTube o entregadas por paquetería, las cabezas sirven como trofeos o como advertencia. Son dejadas en salones de baile o en playas concurridas; arrojadas frente a comandancias y cuarteles; cabezas a su vez mutiladas, con mensajes escritos sobre papel (casi siempre con faltas de ortografía y mala sintaxis, encubriendo, vaya uno a saber si por casualidad, al intelectual autor del crimen), o con partes del cuerpo embutidas en la boca o en los ojos.

Uno de los principales tzompantlis del mundo mesoamericano, un literal “muro de calaveras”, asociado no sólo con las guerras sino con las fiestas religiosas del sangriento Juego de Pelota, se encontraba en Chichén-Itzá, en las cercanías de la actual Mérida.

En esa misma ciudad, lugar tradicionalmente pacífico al grado que en son de broma hasta hace poco cualquier mexicano afirmaba que “si el mundo se acaba me voy a Mérida”, a fines de agosto se produjo un asesinato colectivo donde las víctimas, doce personas, fueron decapitadas. Los cuerpos fueron colgados hasta desangrarse por completo (¿para qué?), y posteriormente apilados y abandonados. Las cabezas fueron dispersadas a kilómetros de los cadáveres.

¡Tengan sus santitos!
El movimiento cristero, provocado por la decisión del presidente Plutarco Elías Calles de descatolizar al país, es decir, la intención de suprimir junto con la práctica religiosa el caudal de fiestas que hasta la fecha son razón de la existencia para millones de personas en México, abunda en ejemplos de barbarie.

En Los Recuerdos del Porvenir, novela fundamentalmente autobiográfica de Elena Garro, ubicada durante la guerra cristera en un pueblo imaginario denominado Ixtepec, se presentan de manera paralela situaciones de fiesta y muerte, escenas de teatro y fusilamientos. Es también la narración de cómo los mexicanos asistíamos entonces de manera inevitable, ya fuese como participantes u observadores, a las grotescas ceremonias de la muerte; un espectáculo interminable de ejecuciones y torturas.

Ya el historiador Jean Meyer, en su obra La Cristiada*, especifica las múltiples maneras de ajusticiamiento disponibles en la época:

“Todos los Cristeros a quienes se hacía prisioneros eran pasados por las armas. La pena de muerte era también el castigo de quienes ayudaban a los rebeldes, de los que propalaban falsas noticias, y hasta de los que hacían bautizar a sus hijos, asistían a las Misas clandestinas o se casaban por la Iglesia. Los civiles sucumbieron en más de una ocasión, víctimas de matanzas colectivas. En Tenanzingo todos los lunes había fusilamientos y muertes en la horca, en público…”


“La tortura se practicaba sistemáticamente, no solo para obtener informes, sino también para hacer que durara el suplicio, para obligar a los católicos a renegar de su Fe y para castigarlos eficazmente, ya que la muerte no bastaba para asustarlos. Caminar con las plantas de los pies en carne viva, ser degollado, quemado, deshuesado, descuartizado vivo, colgado de los pulgares, estrangulado, electrocutado, quemado por partes con soplete, sometido a la tortura del potro, de los borceguíes, del embudo, de la cuerda, ser arrastrado por caballos... Todo esto era lo que esperaba a quienes caían en manos de los federales”.

Asistir a un fusilamiento o a un ahorcamiento público, en fechas especialmente señaladas y obligatorias –para que lo pudiera observar el mayor número de personas –, era todo un acontecimiento donde los balcones de las casas principales que daban a las plazas, abrían sus puertas para que las señoritas no perdieran detalle de las ejecuciones.

Abajo, el pueblo llano, el peladaje, observaba y participaba de las más diversas maneras en la amarga pero desmadrosa ceremonia, aunque los condenados a muerte fueran de los suyos: no faltaban los insultos, los gritos, los silbidos. Había que manifestarse con relajo –ya qué – a favor del vencedor, de la autoridad en turno. Corrían de manera abundante el tequila y el mezcal, exaltándose los ánimos que eran brutalmente llevados al clímax con cada una de las ejecuciones. A la mañana siguiente, las dos crudas…

La multitud de cristeros martirizados en aquella época, algunos cuyo único mérito fue haber recibido la muerte de forma atroz, sirvió como excelente filón de nuevos nombres para agregar al atiborrado santoral de la Iglesia Católica en el siglo XXI. Lo cual para fines prácticos sólo implica…más fiestas.

La bala va a la fiesta
En Sinaloa –uno de los estados que mayores problemas tiene con la violencia asociada a la producción y el tráfico de drogas, y que ha generado toda una cultura de la delincuencia –, en las fiestas de Fin de Año hacia la medianoche se reúnen multitudes de personas armadas que salen de sus casas para celebrar disparando cada quien doce tiros al aire (algunos lo hacen de manera continua por doce minutos), en una ruleta rusa de balas perdidas que increíblemente casi nunca cobra víctimas.

No ocurrió así en el Estado de México, en el municipio de Ocoyoacac, donde el pasado mes de septiembre veinticuatro certeros balazos segaron la vida de igual número de albañiles, presuntamente constructores de un túnel clandestino en la frontera con los Estados Unidos.
Todos los muertos ultimados a manos de una persona, con una sola pistola; algo que nada tiene de ajeno para nosotros si nos remitimos al relato La Fiesta de las Balas de Martín Luis Guzmán, incluido en su novela El Águila y la Serpiente.

En él se cuenta cómo el general villista Rodolfo Fierro, apodado El Carnicero, decide fusilar personalmente a 300 soldados orozquistas capturados en una batalla, para escarmiento de los federales prisioneros que buscaba adicionar a su tropa.

Leyenda con visos de realidad, pues el hecho histórico es que al militar le gustaba disparar a la menor provocación**, del relato se deduce que Fierro ofrecía al menos la remota posibilidad de salvación si su puntería fallaba mientras el prisionero intentaba escapar tratando de saltar una barda.

En Ocoyoacac, los veinticuatro albañiles fueron asesinados atados de manos e hincados, sin la menor oportunidad de escape o defensa: un auténtico festín para su verdugo; algo que no podemos imaginar sin evocar la famosa fotografía de Edgard T. Adams, donde el jefe de la policía de Saigón ejecuta de un disparo en la sien a un maniatado prisionero Vietcong.

La Muerte Unisex
Existe un inquietante paralelismo entre la antigua dualidad prehispánica Mictecancuhtli-Mictecacihuatl –Señor y Señora de la Muerte, guardianes del Mictlan o región de los muertos–, y el moderno culto a la imagen de la Santa Muerte, prohibido en México tanto por autoridades civiles como religiosas (La clandestinidad confiriéndole el halo de misterio que en algo habrá contribuido a su propagación).

La Santa Muerte, en efecto, se torna masculina o femenina de acuerdo a las circunstancias o sexo de los creyentes. En ocasiones su atuendo es de mujer con reminiscencias de novia, en otras es un esqueleto vestido con hábito de monje y guadaña. Sus devotos, en la dulce costumbre del lenguaje heredada de los antiguos mexicas, la nombran con diminutivos: Flaquita, Santita, Mi Chiquita, etc.; finalmente es un ente de naturaleza dual cuya fiesta se celebra el 1º de noviembre, día de los muertos niños.

Como en toda fiesta que se respete, a la Niña Blanca en su día le ofrecen antojitos, bebidas alcohólicas, tabaco y hasta mariguana. Los más comprometidos, aquellos que por alguna circunstancia le deben favores, la festejan llevándole mariachis para cantarle “Las Mañanitas”.

Los fieles de este culto afirman que el principal precepto de la Santa Muerte es el respeto. Y con todo respeto le rezan como platicando con su mejor amigo, pidiéndole consejo o protección antes de acometer acciones temerarias que ponen en riesgo su vida, ya que por mayoría, sus adeptos son personas con actividades peligrosas como los policías; aunque sus contrapartes criminales la honran igualmente, pidiéndole como favor eliminar al contrario, en un macabro juego de malos deseos donde la realidad es que nadie sabe cuándo ni cómo saldrá perdiendo.

A mediados de 2008, Jonathan Legaria Vargas, comandante Pantera, uno de los principales sacerdotes del culto a la Santa Muerte en México, murió violentamente atravesado por más de cincuenta balas cerca del templo donde erigió una estatua de la Santita de 22 metros de altura. La imagen se yergue a la vista de todos los automovilistas y transeúntes que cruzan por la Vía José López Portillo, en Tultitlán, Estado de México, sin que a la fecha ninguna autoridad se haya interesado por solicitar su desmantelamiento alegando, al menos, la falta del permiso de obra. No vaya a ser la de malas…

* Meyer, Jean. La Cristiada. FCE/CLIO. Colección Tezontle. 1ª Edición. 384 pp. México, 2007

**Por su proclividad a resolver las disputas a tiros, Rodolfo Fierro provocó un conflicto internacional entre México e Inglaterra al ajusticiar personalmente al ciudadano y ranchero inglés avecindado en Chihuahua William S. Benton cuando éste acudió en 1914 a los cuarteles de Villa en Ciudad Juárez para reclamar la devolución de unas tierras…que Benton había arrebatado.