PENTAGRAMA
I
Buscando pleito con mi piel
dejaste señas de tu dulce guerra,
inmortales heridas.
II
Cada beso tiene su tiempo,
tu color, y una mitad opuesta:
arrójame rojo.
III
Bebiste con la mirada
leche obscura y diamantina,
recital de estrellas titilando.
IV
De nuevo tus pies,
arcos de tus pies:
de noche caminas
sobre arco iris.
V
Enredadera carnal
rematada en flor:
una de tus manos.
CORAZÓN DE SOMBRAS
Reyna Xóchitl:
Al dolor por los ochocientos soldados
habrá que sumar ahora
la pena yerta
por este árbol que sembraste,
ahuehuete de chinescas sombras
que nos alcanzó a llorar
los primeros quinientos años
de su interrumpido adiós.
Reencarnados en historia antigua,
conquistador y princesa se abrazan
sigilosos bajo la mortecina
primera luz de su triste noche.
VIENTO FRÍO
Es Normal.
Los fantasmas por aquí pierden el paso.
Detienen con sus manos de ectoplasma
las perdidas letras de una marquesina Cósmica.
Pagan a peso la entrada
sólo para observar en pantalla,
por enésima función, a sus pares.
Al salir, las desdentadas fauces
lamen ávidas el espectral aroma
de un azaharoso Pan de Muerto.
Después se van al Otro Lado
para ser estafados una noche más
por Fabulosas bailarinas
que les sorben el seso hasta el amanecer,
cuando tambaleantes
y con dolor de marimba en las costillas,
salen a curarse de realidad
soplándole hasta helarla,
a una fría y Polar cerveza.
viernes, 19 de marzo de 2010
jueves, 4 de marzo de 2010
ULTRASONIDOS, MÁS
RUMBO A XOLA
(Otra tú)
Tú vas a Xola y yo finjo que voy contigo.
Una destartalada caravana
nos aguarda siempre:
echamos a diario un volado
en la mano sucia del cacharpo,
nos jugamos la pájara suerte
con un doblado boleto.
En sentido contrario soy
arrastrado por tu luna nueva
con el invisible hilo que tejes sobre mí.
Desmadejado dejo que vengas:
abrazas una bufanda de adioses
que no sé cómo ignorar.
El mosaico de la pared
hace el juego a tu falda
que se calienta por levantisco vaho
exhalado del averno;
enseguida partes el aire
de una ciudad de ojos
que se te viene encima.
Te pierdes en un giro, aunque poco importa:
el Metro es una fábrica
que hace gente a carretadas.
Mañana será otra tú.
CRUCES EN EL ZÓCALO
El tiempo da la razón:
el Templo quedó al final
al lado de la Moneda.
El amaranto del Hombre
amasado con su vino
fue la corrupción entonces:
mismo pan del nuevo Cristo.
Metales ambos acuñados
con fraterna sangre:
en vaso de oro sirven
el elíxir del cadáver.
Empuñadura y cuchillo
cambiados por una cruz
sea máxtlatl o sotana,
cruz o cara, o arcabuz.
Coyolxauhqui desmembrada,
fragmentado su valor,
en la luna de la plata
brilla siempre al mismo sol.
VARADOS
EN BELLAS ARTES
A tierra poco firme
vino a parar
el blanco mar de mármol
del Palacio.
En volcánico amanecer
convocado cada noche,
al cielo devuelto,
un sol fulge en su interior.
Sucumben nuestros muertos
en sus salas,
pequeños ante el homenaje
de las Edades.
Ecos guardados en la piedra
por metales cien años templados,
las notas de cristal ascienden
por las columnas.
Con el vórtice de su huida
Bellas Artes arrastra una ciudad
que se hunde lentamente
en arcoírico estertor.
En sus orillas petrificadas los mexicanos
-náufragos ciegos-,
no entendemos todavía el arribo:
no sabemos si embarcarnos o partir.
(Otra tú)
Tú vas a Xola y yo finjo que voy contigo.
Una destartalada caravana
nos aguarda siempre:
echamos a diario un volado
en la mano sucia del cacharpo,
nos jugamos la pájara suerte
con un doblado boleto.
En sentido contrario soy
arrastrado por tu luna nueva
con el invisible hilo que tejes sobre mí.
Desmadejado dejo que vengas:
abrazas una bufanda de adioses
que no sé cómo ignorar.
El mosaico de la pared
hace el juego a tu falda
que se calienta por levantisco vaho
exhalado del averno;
enseguida partes el aire
de una ciudad de ojos
que se te viene encima.
Te pierdes en un giro, aunque poco importa:
el Metro es una fábrica
que hace gente a carretadas.
Mañana será otra tú.
CRUCES EN EL ZÓCALO
El tiempo da la razón:
el Templo quedó al final
al lado de la Moneda.
El amaranto del Hombre
amasado con su vino
fue la corrupción entonces:
mismo pan del nuevo Cristo.
Metales ambos acuñados
con fraterna sangre:
en vaso de oro sirven
el elíxir del cadáver.
Empuñadura y cuchillo
cambiados por una cruz
sea máxtlatl o sotana,
cruz o cara, o arcabuz.
Coyolxauhqui desmembrada,
fragmentado su valor,
en la luna de la plata
brilla siempre al mismo sol.
VARADOS
EN BELLAS ARTES
A tierra poco firme
vino a parar
el blanco mar de mármol
del Palacio.
En volcánico amanecer
convocado cada noche,
al cielo devuelto,
un sol fulge en su interior.
Sucumben nuestros muertos
en sus salas,
pequeños ante el homenaje
de las Edades.
Ecos guardados en la piedra
por metales cien años templados,
las notas de cristal ascienden
por las columnas.
Con el vórtice de su huida
Bellas Artes arrastra una ciudad
que se hunde lentamente
en arcoírico estertor.
En sus orillas petrificadas los mexicanos
-náufragos ciegos-,
no entendemos todavía el arribo:
no sabemos si embarcarnos o partir.
martes, 23 de febrero de 2010
EL SUROESTE NORTEAMERICANO
Poco queda de los antiguos nombres. La historia, en general, se relata de Billy the Kid en adelante. En el Museo del Suroeste, se pasa súbitamente del mapa encargado por un virrey, a la historia de la fiebre del oro. Apenas de pasada el recuerdo de lo que alguna vez fue parte del imperio español, lleno de poblados y misiones con nombres pintorescos.
Aquí no hubo guerra contra México, ni compra de territorio, ni nada: siempre hemos sido norteamericanos, punto.
¿Roswell habrá sido en algún momento Santa María? ¿Pecos se inició como La Villa? No lo sabemos. Vestigios quedan, pero el orgullo esta vez es por lo norteamericanamente puro: el republicanismo exaltado en las banderas que están por todos lados, la devoción por la milicia, las iglesias que se anuncian como restaurantes por el camino, la extracción personal de petróleo a todo lo que da.
Al regreso, sin embargo, queda la sensación de orden, de pulcritud, de civilidad, de autoestima, así como el gran respeto por los otros que mucha falta nos hace en México, y que estamos muy lejos todavía de replicar.
martes, 12 de enero de 2010
ULTRASONIDOS
CONSIDERACIONES
DEL LOBO
El sentimiento de culpa
ante tanta catástrofe que no me toca
por invisible escudo que hasta hoy
sin abolladuras fulge indemne,
golpeado ocasional por lejanas muertes
o súbitas enfermedades boreales;
esa protección que se me concede
sin implorarla ni deberla,
sin ahondar en vericuetos kármicos
es ciertamente inmerecida,
que nada grande creo haber hecho
en favor del clan, pues otro sería y no yo.
Una sensación de angustia y maravilla
por ser invulnerable al daño que se ceba
en territorios que me son ajenos,
y aún a la vuelta de la estepa:
mis verdades no son el hambre ni el pantano,
ni los cazadores con sus balas y cuchillos...
Desayuno como todo un sibarita,
una cautiva enciende mi instinto a diario;
hace más de cincuenta años que vago en el bosque,
y un roble no me cae sobre la cabeza
-todavía.
Este hueso atorado en mi garganta
estorba festejar a todo aullido
que un sólo yo se dijese feliz hoy.
No viene al caso lamentarse por la buena suerte
(ni siquiera eso cambiaría nada),
pero gruño para dejar constancia
de mi coraje por tantos inocentes apaleados
en los muy inescrutables
caminos del Señor.
Son ellos, inoportunos y patéticos,
quienes con sus desfigurados rostros
impiden que yo devore todo como dios manda.
NO LO MERECE
Sólo un momento posó para mí
-quería tatuarla en el poema-
pero batió sus alas en retirada.
Dejó este borrón con su polvo negro.
DEL LOBO
El sentimiento de culpa
ante tanta catástrofe que no me toca
por invisible escudo que hasta hoy
sin abolladuras fulge indemne,
golpeado ocasional por lejanas muertes
o súbitas enfermedades boreales;
esa protección que se me concede
sin implorarla ni deberla,
sin ahondar en vericuetos kármicos
es ciertamente inmerecida,
que nada grande creo haber hecho
en favor del clan, pues otro sería y no yo.
Una sensación de angustia y maravilla
por ser invulnerable al daño que se ceba
en territorios que me son ajenos,
y aún a la vuelta de la estepa:
mis verdades no son el hambre ni el pantano,
ni los cazadores con sus balas y cuchillos...
Desayuno como todo un sibarita,
una cautiva enciende mi instinto a diario;
hace más de cincuenta años que vago en el bosque,
y un roble no me cae sobre la cabeza
-todavía.
Este hueso atorado en mi garganta
estorba festejar a todo aullido
que un sólo yo se dijese feliz hoy.
No viene al caso lamentarse por la buena suerte
(ni siquiera eso cambiaría nada),
pero gruño para dejar constancia
de mi coraje por tantos inocentes apaleados
en los muy inescrutables
caminos del Señor.
Son ellos, inoportunos y patéticos,
quienes con sus desfigurados rostros
impiden que yo devore todo como dios manda.
NO LO MERECE
Sólo un momento posó para mí
-quería tatuarla en el poema-
pero batió sus alas en retirada.
Dejó este borrón con su polvo negro.
viernes, 8 de enero de 2010
martes, 15 de diciembre de 2009
CAMBIO CLIMÁTICO ¿CAMBIO DE PARADIGMAS?
En estos días de amplias discusiones y cumbres energéticas, uno se pregunta -humilde ciudadano del mundo que es- lo que uno hizo mal para haber llevado la cuestión ambiental al borde de una catástrofe.
Se siente verdadera culpa por no ser el habitante urbano ejemplar que tantos ambientalistas desearían: nos falta reciclar el agua de nuestra casa, utilizar menos el automóvil, sembrar árboles en nuestro entorno, comer más verduras, consumir menos carne, mantener un invernadero en nuestra azotea, depositar las pilas gastadas en los recipientes colocados ex profeso en algunos centros comerciales, llevar al súper nuestra propia bolsa para no utilizar más plásticos, preferir los productos en empaques reciclables, separar siempre la basura en orgánica e inorgánica, hacer composta y un sinfín de etcéteras.
La lista de “inconsciencias” sería interminable y abrumadora. Parece que nadie puede darse el lujo de vivir, porque al hacerlo está matando al planeta.
Todo lo mencionado es cuestión de cultura, de costumbres, algo que no va a cambiar de manera masiva ni instantánea a menos que todos nos viéramos súbitamente obligados a ello.
A mí me parece que los gobiernos y las grandes corporaciones están eludiendo su responsabilidad, dejando en nuestras manos las decisiones que ellos deberían haber tomado “desde arriba” hace ya mucho tiempo, y que no han tomado por razones políticas y económicas.
Como hombres de la calle no podemos hacer más de lo que habitualmente hacemos: cerrar bien el grifo, no tirar basura, caminar cuando se pueda. Pero a millones de personas les importa un bledo lo que ocurra después de hoy: la inmensa mayoría no tiene los medios, ni la educación, ni las intenciones, ni los productos, ni las normas que los obliguen a ser amigables con el medio ambiente.
Cuando yo tenía 14 o 15 años, mi amigo Hermilo Córdova ya había construido en el patio de su casa un pequeño prototipo de automóvil eléctrico, -estoy hablando de los años setentas-; en aquel entonces era una quimera proponer un automóvil impulsado por electricidad cuando el mundo tenía disponibles enormes yacimientos de petróleo barato.
Para entonces los japoneses ya habían inventado un motor con un rendimiento de 30 km por litro de gasolina; de todas formas solíamos platicar de las eficientes baterías de litio o de la energía provocada por la explosión del hidrógeno, que da vapor de agua como único residuo.
Casi 40 años después, cuando voy a una agencia a comprar un automóvil, lo mejor que consigo a precio razonable es un auto con un rendimiento de gasolina de 12 a 14 km por litro. Ni hablar de autos híbridos, o eléctricos, o de aquellos que utilizan baterías de hidrógeno: son excepciones, y su exorbitante costo rebasa por mucho lo que el ciudadano promedio puede adquirir con su ingreso promedio.
Es decir, después de tantos años de existencia y desarrollo de tecnologías eficaces, de guerras por el petróleo, alguien que decida contribuir al mejoramiento del ambiente lo único que puede hacer de manera efectiva es no utilizar un automóvil, pues si lo hace aunque sea por necesidad, provocará el gesto de desdén de aquellos que abogan por el regreso a la vida rural del siglo XIX.
No puedo usar mi auto porque contamina. No puedo bañarme cinco minutos más porque el agua se acaba en el mundo. Soy un inconsciente porque en el techo de mi casa no hay pasto sembrado y entonces se refleja el calor del mediodía. Si como carne, imagínate cuántas hectáreas de selva fueron arrasadas para servirme un bistec. Me aterra jalar la cadena y dejar ir al caño cuatro o cinco litros de agua potable por cada miadita. Si me traslado en avión contribuyo al calentamiento global el equivalente a diez mil personas que viajan por tierra…
Otro dato: el 80% del agua dulce del mundo se utiliza –y se evapora más de la mitad- en los riegos agrícolas tradicionales. Eso quiere decir que si en este momento todos los habitantes de todas las ciudades del mundo ahorrásemos la mitad del agua que utilizamos, lograríamos incidir apenas en el 10% del total del agua disponible. No es una cantidad desdeñable, ciertamente, pero eso no nos va a sacar de apuros ni va a impedir que algún día el agua dulce disponible en el planeta se nos termine. Quizá unos años más de reserva, pero sólo eso.
Los dos ejemplos citados (el automóvil, el uso del agua) me dicen que aún cuando como ciudadanos conscientes hagamos nuestro mejor esfuerzo con acciones individuales para salvar el planeta, nunca lo lograremos a menos que las grandes corporaciones y nuestros gobiernos implementen los mecanismos necesarios para conseguir ese objetivo.
Hago una lista de propuestas que considero podrían ser tomadas en cuenta:
-Que nuestros gobiernos obliguen a las armadoras de automóviles a fabricar modelos con motores eficientes que consuman la mitad de gasolina que los actuales, o que de plano cambien su tecnología a eléctrica: las tecnologías existen y están disponibles para los ingenieros desde hace muchos años.
- Incentivar y popularizar los sistemas autónomos de generación de energía por medios solares, eólicos, etc. Lo mismo los sistemas autónomos de captación, almacenaje, reciclado y ahorro de agua.
- Proponer a nuestros congresistas una ley para que toda nueva edificación de inicio cuente con un sistema de almacenamiento de agua, aprovechamiento del agua pluvial y reciclado, así como un sistema autónomo de generación de energía eléctrica y/o térmica.
- Proponer una ley para que toda edificación ya existente en las ciudades, en un plazo mediano, en la medida de sus posibilidades cuente con dichos sistemas.
- Revisar y modificar nuestros métodos tradicionales de irrigación, para cambiarlos hacia el riego por goteo, cultivo en invernaderos, etc.
- Desarrollar potabilizadoras, desalinizadoras y tratadoras de aguas más eficientes que proporcionen a las ciudades toda el agua dulce necesaria, para no seguir extrayéndola de los mantos freáticos.
En fin, son algunas propuestas, no soy experto, pero son medidas posibles que nos ayudarían a reducir considerablemente la magnitud de nuestro actual problema ambiental. Sé que topan con cuestiones económicas de gran calado, por ejemplo la reducción drástica del ingreso de las empresas petroleras, o el control patrimonial de la energía que ejerce el Estado en países como México, y también sé que el gobernante que implementara tales medidas en su territorio, difícilmente ganará el favor de sus habitantes, por el costo y la obligatoriedad que conllevan.
Esas son las razones por las que nadie lo ha hecho hasta ahora.
Sirvan entonces estas líneas para alzar la voz a los gobiernos y a las grandes corporaciones para decirles: ¿están ustedes haciendo lo necesario en favor de nuestro medio ambiente? ¿por qué se escudan en la irresponsabilidad de los ciudadanos?
No son las empeñosas acciones individuales de unos cuantos, por muy loables que éstas sean, las que van a lograr abatir el cambio climático, la deforestación o la falta de agua potable. Urgen medidas, productos y sistemas responsables con el medio ambiente, cuya aplicación sea global.
Quizá entonces sigamos utilizando automóviles y dándonos duchas romanas de diez minutos. Pero será muy diferente hacerlo sin culpa.
Se siente verdadera culpa por no ser el habitante urbano ejemplar que tantos ambientalistas desearían: nos falta reciclar el agua de nuestra casa, utilizar menos el automóvil, sembrar árboles en nuestro entorno, comer más verduras, consumir menos carne, mantener un invernadero en nuestra azotea, depositar las pilas gastadas en los recipientes colocados ex profeso en algunos centros comerciales, llevar al súper nuestra propia bolsa para no utilizar más plásticos, preferir los productos en empaques reciclables, separar siempre la basura en orgánica e inorgánica, hacer composta y un sinfín de etcéteras.
La lista de “inconsciencias” sería interminable y abrumadora. Parece que nadie puede darse el lujo de vivir, porque al hacerlo está matando al planeta.
Todo lo mencionado es cuestión de cultura, de costumbres, algo que no va a cambiar de manera masiva ni instantánea a menos que todos nos viéramos súbitamente obligados a ello.
A mí me parece que los gobiernos y las grandes corporaciones están eludiendo su responsabilidad, dejando en nuestras manos las decisiones que ellos deberían haber tomado “desde arriba” hace ya mucho tiempo, y que no han tomado por razones políticas y económicas.
Como hombres de la calle no podemos hacer más de lo que habitualmente hacemos: cerrar bien el grifo, no tirar basura, caminar cuando se pueda. Pero a millones de personas les importa un bledo lo que ocurra después de hoy: la inmensa mayoría no tiene los medios, ni la educación, ni las intenciones, ni los productos, ni las normas que los obliguen a ser amigables con el medio ambiente.
Cuando yo tenía 14 o 15 años, mi amigo Hermilo Córdova ya había construido en el patio de su casa un pequeño prototipo de automóvil eléctrico, -estoy hablando de los años setentas-; en aquel entonces era una quimera proponer un automóvil impulsado por electricidad cuando el mundo tenía disponibles enormes yacimientos de petróleo barato.
Para entonces los japoneses ya habían inventado un motor con un rendimiento de 30 km por litro de gasolina; de todas formas solíamos platicar de las eficientes baterías de litio o de la energía provocada por la explosión del hidrógeno, que da vapor de agua como único residuo.
Casi 40 años después, cuando voy a una agencia a comprar un automóvil, lo mejor que consigo a precio razonable es un auto con un rendimiento de gasolina de 12 a 14 km por litro. Ni hablar de autos híbridos, o eléctricos, o de aquellos que utilizan baterías de hidrógeno: son excepciones, y su exorbitante costo rebasa por mucho lo que el ciudadano promedio puede adquirir con su ingreso promedio.
Es decir, después de tantos años de existencia y desarrollo de tecnologías eficaces, de guerras por el petróleo, alguien que decida contribuir al mejoramiento del ambiente lo único que puede hacer de manera efectiva es no utilizar un automóvil, pues si lo hace aunque sea por necesidad, provocará el gesto de desdén de aquellos que abogan por el regreso a la vida rural del siglo XIX.
No puedo usar mi auto porque contamina. No puedo bañarme cinco minutos más porque el agua se acaba en el mundo. Soy un inconsciente porque en el techo de mi casa no hay pasto sembrado y entonces se refleja el calor del mediodía. Si como carne, imagínate cuántas hectáreas de selva fueron arrasadas para servirme un bistec. Me aterra jalar la cadena y dejar ir al caño cuatro o cinco litros de agua potable por cada miadita. Si me traslado en avión contribuyo al calentamiento global el equivalente a diez mil personas que viajan por tierra…
Otro dato: el 80% del agua dulce del mundo se utiliza –y se evapora más de la mitad- en los riegos agrícolas tradicionales. Eso quiere decir que si en este momento todos los habitantes de todas las ciudades del mundo ahorrásemos la mitad del agua que utilizamos, lograríamos incidir apenas en el 10% del total del agua disponible. No es una cantidad desdeñable, ciertamente, pero eso no nos va a sacar de apuros ni va a impedir que algún día el agua dulce disponible en el planeta se nos termine. Quizá unos años más de reserva, pero sólo eso.
Los dos ejemplos citados (el automóvil, el uso del agua) me dicen que aún cuando como ciudadanos conscientes hagamos nuestro mejor esfuerzo con acciones individuales para salvar el planeta, nunca lo lograremos a menos que las grandes corporaciones y nuestros gobiernos implementen los mecanismos necesarios para conseguir ese objetivo.
Hago una lista de propuestas que considero podrían ser tomadas en cuenta:
-Que nuestros gobiernos obliguen a las armadoras de automóviles a fabricar modelos con motores eficientes que consuman la mitad de gasolina que los actuales, o que de plano cambien su tecnología a eléctrica: las tecnologías existen y están disponibles para los ingenieros desde hace muchos años.
- Incentivar y popularizar los sistemas autónomos de generación de energía por medios solares, eólicos, etc. Lo mismo los sistemas autónomos de captación, almacenaje, reciclado y ahorro de agua.
- Proponer a nuestros congresistas una ley para que toda nueva edificación de inicio cuente con un sistema de almacenamiento de agua, aprovechamiento del agua pluvial y reciclado, así como un sistema autónomo de generación de energía eléctrica y/o térmica.
- Proponer una ley para que toda edificación ya existente en las ciudades, en un plazo mediano, en la medida de sus posibilidades cuente con dichos sistemas.
- Revisar y modificar nuestros métodos tradicionales de irrigación, para cambiarlos hacia el riego por goteo, cultivo en invernaderos, etc.
- Desarrollar potabilizadoras, desalinizadoras y tratadoras de aguas más eficientes que proporcionen a las ciudades toda el agua dulce necesaria, para no seguir extrayéndola de los mantos freáticos.
En fin, son algunas propuestas, no soy experto, pero son medidas posibles que nos ayudarían a reducir considerablemente la magnitud de nuestro actual problema ambiental. Sé que topan con cuestiones económicas de gran calado, por ejemplo la reducción drástica del ingreso de las empresas petroleras, o el control patrimonial de la energía que ejerce el Estado en países como México, y también sé que el gobernante que implementara tales medidas en su territorio, difícilmente ganará el favor de sus habitantes, por el costo y la obligatoriedad que conllevan.
Esas son las razones por las que nadie lo ha hecho hasta ahora.
Sirvan entonces estas líneas para alzar la voz a los gobiernos y a las grandes corporaciones para decirles: ¿están ustedes haciendo lo necesario en favor de nuestro medio ambiente? ¿por qué se escudan en la irresponsabilidad de los ciudadanos?
No son las empeñosas acciones individuales de unos cuantos, por muy loables que éstas sean, las que van a lograr abatir el cambio climático, la deforestación o la falta de agua potable. Urgen medidas, productos y sistemas responsables con el medio ambiente, cuya aplicación sea global.
Quizá entonces sigamos utilizando automóviles y dándonos duchas romanas de diez minutos. Pero será muy diferente hacerlo sin culpa.
jueves, 3 de diciembre de 2009
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