Que Woody Allen no toque el clarinete con un nivel mínimamente aceptable para los que estuvimos dispuestos a pagar por una audición suya fue una gran decepción.
Tal vez no me informé lo suficiente. Es posible que una breve consulta a los comentarios en línea del lugar me hubiesen abstenido de asistir. Mi conclusión: sigamos disfrutando de las películas de Woody Allen, sigamos festejando su humor y su excentricidad, sus libros y sus comentarios. Y no dejemos de admirarlo en el Carlyle.
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