Setenta y cinco vueltas al Ángel de la independencia: setenta y cinco años a partir de la expropiación petrolera de 1938. Darle cuerda al revés al reloj de la historia, retrasar el tiempo, devolvernos a nuestro vergonzoso e inútil pasado cuasi-socialista. Ése es el simbolismo de la marcha de las "izquierdas" en el centro de la Ciudad de México.
Para los integrantes de Morena, un proyecto de partido político cuyo nombre asocia de manera perversa elementos religiosos y raciales, y que buscaba convertirse en una entidad fascista dotada de formidable energía colectiva, este doce de diciembre ha sido tal vez el día marcado para su precipitado aborto.
Si el PRI logró convertir en dogmas conceptos tales como "soberanía" o "traición a la patria", al tiempo que se adueñaba de los colores de la bandera -mismos que por milagro aparecen en la imagen de la tilma de San Juan Diego-, un López Obrador menos ilustrado, de maneras toscas, pero con gran intuición, se adueñaba de la columna vertebral de México avanzando progresivamente hasta el lugar del águila y la serpiente, pasando por la estación del Hemiciclo donde finalmente tuvo qué atrincherarse para tomar el aire que empezaba a faltarle.
No tardó este también nefasto López (los otros: López de Santa Anna, López Portillo) en pergeñar un engendro que integrara a su pensamiento de ideas fijas, huero de argumentos, elementos caros a la cultura popular que por su naturaleza aglutinaran los fanatismos.
Morena, la virgencita, la inmancillada, incorrupta, verdeblancocolorada. Tez morena y manto tricolor: nada mal para un intolerante evangelista de clóset. Reclamo a los ricos y poderosos blanquitos, a los pirrurris. Acusaciones hipócritas. Apropiación de términos. Uso machacón del plural en entrevistas y discursos. La mesa parecía servida para el enfrentamiento entre mexicanos reviviendo una disputa decimonónica.
Sin embargo para desgracia de López, Peña Nieto se adelantó y logró erigirse como la referencia que en el futuro señalará dos etapas de la vida nacional: antes de Peña, después de las reformas de Peña.
Contrastan los cuatro millones y medio de pregrinos en la Basílica de Guadalupe, con los escasos doscientos integrantes de Morena que hasta anoche acampaban afuera de la Cámara de Diputados buscando obstaculizar el visto bueno a la reforma energética.
Bajo asedio, entre gritos, insultos y manotazos, ha sido el mismo PRI el que ha puesto fin a uno de los mitos generados para su perpetuación en el poder. Los hechos a la larga darán las razones, pero hoy les fue arrebatada una bandera a los falsos socialistas.
Y aunque Morena alcanzara la oportunidad del registro, el formidable desgaste ha desactivado su capacidad de convocatoria. Y sin convocatoria no se ganan elecciones. Y si no se ganan elecciones no hay dinero. Y sin dinero, en México difícilmente se accede al poder. Eso debe tener enmohinado López, -aparte de enfermo-, al grado que no ha sido capaz siquiera de un balbuceo ante la andanada que le cayó de sopetón.
Para su colmo, la aprobación de la reforma se dio el doce de diciembre, el día de la guadalupana; el de la morenita en diminutivo. El día que ni López ni nadie en Morena quería que llegase, dado el valor de las coincidencias simbólicas, -porque no va a pasar nada, la gente si acaso irá a misa, no va a salir a amotinarse en las calles- y por lo que tanto se esforzó en mandar a poner candados en las puertas del salón de Plenos o en instruir para prolongar patéticamente una discusión que desde hace cuarenta años estaba agotada. La fecha se agregará desde hoy a la triste colección de aniversarios y agravios de la anacrónica izquierda fascista mexicana.
Sería políticamente incorrecto burlarse de ellos: son gente de otras creencias. Dejémoslo así.
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