New York City, 20 de marzo de 2020, viernes.
Cuento del caeme-bien:
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21 de marzo, sábado.
Quiero dejar constancia de estos días aciagos llenos de inseguridades y temores por el coronavirus. Haré un seguimiento especial de la ciudad de Nueva York --donde habitualmente resido, y donde he estado recluido junto con mi esposa desde el 8 de marzo de 2020-- y también de mi país, México, donde viven dos de mis hijos y la mayor parte de mi familia directa. Asimismo, agregaré alguna información de Sydney, Australia, donde vive una de mis hijas.
Será un ejercicio libre, con notas y comentarios de los temas que surjan o me interesen, no necesariamente relacionados con la pandemia; un recuento del día a día desde mi perspectiva, que al final pueda ofrecer una imagen de conjunto del tiempo que me ha tocado vivir. Cuando sea necesario precisar datos, citaré fuentes de información confiable o verificada. Espero, con suerte, dentro de algunos años volver a este reporte personal de este periodo oscuro de nuestro planeta y
obtener alguna reflexión que pueda ser útil.
Para entonces supongo que ya habremos superado las desgracias que ahorita solamente se asoman de este lado del mundo. En China, en Italia y en España los muertos han sido ya miles, la capacidad de respuesta de sus gobiernos rebasada, aunque en esos lugares la "curva" de la epidemia empieza a descender o a "aplanarse". De alguna manera no hemos sido tan vulnerados en Nueva York. La esperanza de continuar así es poca, pero sin duda la mantenemos.
Nueva York nunca ha sido silencioso. El volumen de las sirenas de bomberos y ambulancias es particularmente alto y las emergencias son la constante aquí. Incluso en este periodo de cuarentena, desde la altura de mi piso escucho a cada tanto esos estridentes sonidos abriéndose paso por las avenidas, como en cualquier día normal de esta ciudad. ¿Dónde será ahora el incendio, por qué el accidente si el noventa por ciento de nosotros estamos en reclusión voluntaria? Alcanzo a ver las torretas parpadeando por la Sexta Avenida, pasando Herald Square, y perdiéndose subiendo hacia Central Park.
Antier salí a la calle para comprar algunos víveres. Extremé precauciones y tomé nota mental: debía abstenerme de tocarme la cara mientras estuviese afuera. El doorman, con los guantes puestos, me abrió el paso a la mañana fría de Manhattan. Apenas di vuelta a la esquina del edificio, me rebasaron dos personas caminando, una de ellas iba fumando.
Sin desearlo tomé una bocanada profunda del humo del cigarrillo y me sobresalté pensando que podría provenir de unos pulmones infectados. ¡Maldita sea! Haberme cuidado tanto las dos últimas semanas para venir a contraer la enfermedad de la manera más estúpida. Me tranquilicé, confieso que no del todo, al recordar que este virus no resiste temperaturas mayores a los 26 centígrados. El humo era cálido, provenía de un cigarrillo encendido, el interior de un cuerpo debería estar a 36.5 grados...
Con suerte eso será suficiente, lo sabré en dos semanas si es que antes no me he contagiado con la manija de una canastilla infectada o al agarrar un frasco de mermelada en la tienda. El demonio vive por doce horas adherido a las superficies planas, en especial de metales y vidrios. En todo eso pensamos.
Apenas es el viernes. Veo con preocupación los datos y las gráficas en la página mundial acerca de la pandemia. De ayer a hoy hay miles y miles más de contagiados y muertos. Se siente miedo, no importa que uno esté sano.
Cuento del caeme-bien:
Sí, ya sé que te acabas de despertar y con fastidio recuerdas que el coronavirus ronda por el mundo, que el cielo en Manhattan hoy seguirá gris aunque estaremos a 26 bochornosos grados, con lluvia. Y que estarás emparedada un día más.
¡Pero amor, estás conmigo! Qué afortunada eres.
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Que a partir del domingo empieza el verdadero encierro, dicen. Por más que uno quiere no se le ve la cresta a esta ola, seguimos cuesta arriba. Escucho que de ayer a hoy pasamos de 4000 a 8000 casos confirmados en el estado.
21 de marzo, sábado.
Así amanecen las estadísticas...la gráfica de la parte inferior derecha es inquietante. Mientras que China, Corea del Sur y Singapur han logrado contener el virus aplicando cientos de miles de pruebas para detectar y aislar a los portadores asintomáticos, en Europa y Estados Unidos no ha habido esa rapidez ni la capacidad para actuar sistemáticamente, y nuestra curva continúa ascendiendo punto a punto cada día.