miércoles, 15 de marzo de 2023

Nuestro único adversario: el abstencionismo

Debo reconocer que —al menos en Facebook— ya no vale la pena intentar convencer a nadie de la maldad de AMLO, del enorme daño que le está ocasionando a nuestro país.

En mis redes sociales sostengo un diálogo circular o de espejo en el que muy pocos de mis familiares, amigos o conocidos difieren —en términos generales—de mi opinión. Compartimos argumentos, intercambiamos evidencias con información oficial; nos mofamos, nos enfurecemos y amargamos con las interminables mentiras y despropósitos del presidente. Nos damos “like”. 


Pero es solo un reforzamiento de ideas entre afines, pues con los años —y por razones básicamente mercantiles— se nos ha agrupado o clasificado en segmentos a los que solo llega la información de los medios y cuentas que más leemos o seguimos (junto con los comerciales que los acompañan). Vivimos confinados en reductos virtuales. 


Soy ingenuo si creo que alguien que vive al día —y desgraciadamente cada año de este sexenio millones de mexicanos más se han sumado a esa situación— va a convencerse, porque alguien se lo explique, que recibir $2,000 mensuales “de parte de López Obrador” no mejora en nada sus condiciones de vida. Nuestro país se está degradando en todos sentidos de manera acelerada, y eso tiene un costo para los ciudadanos —en pesos y centavos— que rebasa por mucho el importe de la dádiva que tan “generosamente” otorga el tlatoani a quienes considera sus súbditos.


Se ha empobrecido tanto a nuestra gente, que aliviar con esos billetes la urgente necesidad de medicinas y consultas médicas, reponer lo que les roban en los asaltos en el transporte público, o comprar una canasta básica de alimentos que les cuesta lo doble que hace cuatro años, los hace agradecerlo al mismo personaje que en ese mismo lapso los ha lanzado al vacío de la pobreza, la enfermedad y la violencia, como si fuese un síndrome de Estocolmo.  


No los culpo: todos necesitamos dinero y algo de esperanza. Y mientras un par de miles salgan mágicamente en la pantalla de un cajero automático cada mes, a quién carachos le importa cómo es que fueron a dar ahí. Por quién voy a votar, pues ni modo que muerda la mano que me asegura al menos sobrevivir; no sea que lleguen los otros, los corruptos de siempre, y ya ni siquiera eso reciba. Eso dice la propaganda oficial, eso dicen los “Servidores de la Nación” que van a las casas. Y aunque sea ilegal y sea mentira, el control es absoluto.   


El veneno de la propaganda oficial ha invadido las mentes de muchos mexicanos con peligrosa eficacia, a tal grado que muchos niegan con suspicacia o vehemencia cualquier evidencia del riesgo del colapso social, económico y de libertades en que nos encontramos, y apoyan la opción perversa que les presenta AMLO con su imaginario e indefinible “proyecto de nación”.


Nadie va a venir a salvarnos del peligro de caer en una dictadura. Y lo que es más: sabemos que millones de mexicanos (espero que menos de los que parecen) están dispuestos a votar por quienes les indiquen AMLO y su partido, sin importarles las consecuencias, sin darse cuenta lo que implica la fe ciega en un caudillo. Parece que no aprendimos de nuestra Historia. 


De hecho, falta todavía un gran trecho legal para echar abajo el ignominioso plan “B” que pretende arrebatarnos la posibilidad de tener elecciones libres. Porque partimos del supuesto que en junio de 2023 y en 2024 tendremos elecciones libres; y no quiero ser pesimista pero en estos momentos hasta eso está en duda, pendiendo de un hilo. 


Malas decisiones, decisiones ambiguas o indecisiones de la Suprema Corte, nos colocarían en una situación que prefiero no imaginar. Sería el fin del México de libertad democrática que hemos gozado en estas últimas tres décadas, algo que los más jóvenes no entienden o les es indiferente porque no les tocó vivir ninguno de los 70 años de la “dictadura perfecta” del partido oficial y sus caudillos. Parece que solo hasta que perdamos nuestra libertad de elegir a nuestros gobernantes es que lo vamos a dimensionar y a lamentar.  


AMLO quiere imponer en México —a estas alturas ¿cuál es la duda?— una dictadura como las que hay en Cuba, Venezuela y Nicaragua, mediante un partido financiado con dinero en efectivo, y apoyado por las armas del Ejército y la delincuencia organizada. Propagando división, violencia, mentiras e ignorancia. Haciendo dependiente a nuestra gente de unas migajas repartidas de manera condicional.


Esta película ya la vimos (al menos los más viejos o los más informados) y sabemos que acaba mal (en México ya empezó) con desabastos, con cartillas de racionamiento, enfermedades, pobreza (más), corrupción (más), militarización, violencia (más), justicia a modo, violaciones a los derechos humanos, autoritarismo, devastación ambiental (más), ignorancia (más), espionaje, expropiaciones, destierros, homofobia, ausencia de instituciones, nacionalismo exacerbado, rencor social, discriminación y cleptocracia.


Y sigo sin entender cómo es que las mujeres —51% de nuestra población— están dispuestas a refrendar un régimen que las odia, las desatiende, las encarcela, las utiliza como floreros o las ignora, y que además les ha eliminado refugios, guarderías y derechos que se suponía estaban garantizados. Pero eso ya no importa entenderlo. Está sucediendo. Pasamos del “Enrique bombón, te quiero en mi colchón” al “Es un honor estar con Obrador”. Que ellas decidan: tienen el poder de cambiar esto para bien.


Este mal presidente podrá atosigarnos con su estulticia y sus injurias; nos hará salir a las calles a protestar masivamente para defender al INE como ya lo hemos hecho; podrá provocarnos indignación cada día con sus despropósitos, sus evasivas, su corrupción y sus mentiras; intentará educar “ideológicamente” a nuestros hijos en lo que le queda del sexenio; buscará que cambiemos de temas para que no hablemos de sus fracasos; intentará sabotear al INE de mil maneras; y si no puede, acudirá a sus amigos del crimen organizado para ayudarlo a consolidar un narcoestado. 


Pero a AMLO se le acaba el tiempo y él lo sabe. Por eso está desesperado arremetiendo como nunca contra nuestras instituciones, repitiendo y magnificando sus mentiras todos los días. Creando enemigos reales e imaginarios. Y quienes creen en él por los motivos que sean, están dispuestos a justificarlo hasta el absurdo. Algunos, muy pocos, ante el alud de evidencias del fracaso de su administración, cambiarán de opinión al final. Pero ya no está en nuestras manos convencer a nadie con argumentos: es una cuestión de fe. 


¿Lograrán imponerse? No lo sé. Aunque el mensaje a mis amigos, a aquellos quienes no tengo qué convencer que nuestro presidente y este gobierno van mal pero que la situación puede empeorar si no hacemos algo, es el siguiente:


SALGAMOS A VOTAR cuando nos toque hacerlo. Masivamente. Invitemos a familiares, vecinos y amigos. No permitamos que el desánimo o la indiferencia se apoderen de nosotros. No permitamos que triunfe el fanatismo. No nos dejemos. Hagamos lo nuestro y SALGAMOS A VOTAR. EL ABSTENCIONISMO, no el obradorismo, es nuestro único adversario.


Solo si somos más los que votamos en contra del “proyecto” de este patético caudillo y de sus candidatos hechos de rencores y mentiras; solo si logramos abrumarlos con nuestros votos, es que no podrán imponerse.