lunes, 11 de febrero de 2008

UN CUENTO

EL NOMBRE DE LA NOVIA

El nombre en letras estilizadas nunca pudo imprimirse claramente. Las “eses” aparecían un tanto cerradas en las puntas, un defecto que hacía una notable diferencia con el nombre del novio, el cual, ese sí, estaba perfectamente nítido, legible y pesado.

Cambiamos de esténcil, mandamos a hacer un nuevo positivo fotográfico un tanto quemado para engrosar las letras y evitar el adelgazamiento en las puntas. Para colmo, el nombre de la novia con sus apellidos sumaba cuatro “eses”. El nombre del novio no llevaba ninguna.

Llevábamos ya tres días intentando resolver el problema del mejor modo posible. A los ojos de alguien no tan experto, podría ser pasable la calidad del material. Pero era una cuestión de honor entregar los trabajos de manera impecable, así fuese imperceptible en ellos cualquier variación para la mayoría de las personas.

Se hizo y rehizo la pantalla de impresión varias veces. Nunca se pudieron destapar las letras adecuadamente. El tiempo se nos venía encima y decidimos probar con una tinta adelgazada y un poco más clara, pues el color elegido era un gris medio, para ver si el solvente podría abrir un poco las esquinas que se mantenían obstinadamente cerradas, y también para intentar que el tono disminuyera un poco la visibilidad de los extremos.

Después de muchas pruebas, finalmente nos pareció adecuada una de las muestras. Las trescientas invitaciones debían estar listas para el viernes por la mañana, cuando el novio pasaría a recogerlas, debidamente ensobretadas en papel celofán, para comenzar el reparto entre los numerosos familiares y amigos.

Nuevas contingencias, otros imprevistos, retrasaron nuevamente el trabajo. Alguien había utilizado por error la tinta que habíamos preparado, y debíamos mezclar más, pero el blanco intenso se había terminado. Los sobres de celofán, lo comprobamos de último minuto, eran de un tamaño menor al de las invitaciones, por lo que había la alternativa de comprar nuevos sobres o reducir en un centímetro el tamaño de la invitación. Se optó por lo segundo.

Al comenzar a imprimir, luego de los primeros diez ejemplares, en el esténcil, sobre el nombre de la novia se pegó una pequeña astilla de madera que vino a echar a perder los siguientes diez, hasta que uno de los empleados se dio cuenta. Al retirar la basura, se despegó levemente la película plástica del esténcil, lo que provocó en éste una pequeña grieta que, viendo con poca atención las impresiones subsiguientes, originaba una marca apenas perceptible, pero que de alguna manera constituía una imperfección, una mancha, en el nombre de la novia.

No habiendo otro remedio, pues ya era el jueves, se autorizó la impresión con esa marca de la que sólo nosotros, impresores, con lupa, podíamos dar fe de su existencia. Pensé en los miles de trabajos que a la fecha habíamos realizado en el taller, y sí, me dije, de alguna manera absolutamente todos, por más mecánicos y repetitivos que fueran los procedimientos, llevaban una imperfección, algún sello que hacían denotar las vicisitudes de su elaboración, su procedencia, los trabajos que pasamos para obtener el producto terminado. Casi estaba seguro de poder identificar uno por uno los impresos que habíamos realizado, aún comparándolos con otros iguales hechos en otros talleres: observando la marca en las orillas del papel originadas por los bordes mellados de nuestras cuchillas de corte, comprobando los pequeños grabados en el papel originados por la presión de alguna bisagra colocada a cierta distancia, ubicando algunos repetitivos y microscópicos “piojos” o puntos de tinta…

Sobre las charolas se fueron acumulando las impresiones tan cuidadosamente trabajadas. Tomé una de las de enmedio, ya con la tinta seca y comprobé con satisfacción que nuestros esfuerzos habían culminado con éxito. La impresión estaba nítida, perfectamente a escuadra dentro de la cartulina; la cartulina se encontraba limpia, sin manchas ni dobleces de ningún tipo; el color era el adecuado. Observé con cuidado el nombre de la novia: sí, ahí estaba la marca, disimulada, imperceptible para ojos profanos. Por lo demás ¿a quién podría importarle después de entregadas las invitaciones y llevado a cabo el festejo en el día previsto? Por fortuna, no existían detectives en busca de imperfecciones raras en invitaciones de boda.

A las once de la mañana del viernes, recibí una llamada de mi cliente.

-¿Cómo van con las invitaciones?

- Jorge, nosotros siempre cumplimos –le dije orgulloso.

-pero ¿ya están terminadas?

-¡Claro que sí!, puedes pasar a recogerlas.

Un silencio, un murmullo embarazoso me hicieron notar que algo no estaba bien. Lo de siempre, -pensé. Resulta que el festejo va a ser en otro salón, o que me dieron mal la dirección de la iglesia.

-No importa, luego te explico…se va a cancelar todo. No te preocupes, de todas formas te pago lo que hayas hecho.

Tenían un año de noviazgo. Se llevaban estupendamente. En un par de ocasiones habían viajado juntos, lo que presume que se conocían de manera íntima. Ambos se habían presentado a sus respectivas familias. Por parte de la de él, de origen un tanto humilde, no se hacía otra cosa sino elogiar las buenas maneras y el porte distinguido de esta profesionista urbana, de buena familia e impresionante belleza. De hecho, era hasta exagerada en el cuidado de su figura: casi vegetariana, no fumaba ni bebía, empleaba toda clase de cremas exfoliantes, iba dos veces por semana al salón de belleza, salía diario a correr…

Fue precisamente esa mañana de viernes, ya con anillo de compromiso en mano e invitaciones para boda impresas, que mi cliente se encontró por casualidad con ella: debidamente ataviada en pants deportivos, adentro del auto, con su jefe, saliendo de un hotel de paso cercano al parque donde todas las mañanas ella acostumbraba correr.

No es que la cosa nos importe, después de todo, qué bueno que fue entonces y no luego que se descubrió todo. Pero ¿les digo algo? Nosotros, en el taller, siempre notamos que había algo raro con el nombre de la novia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ay ay los compromisos....saludos