miércoles, 29 de mayo de 2013
LA ISLA
Una isla es un reloj de arena
que se desgrana a golpe de olas.
En sus habitantes
es perpetuo el temor a ser orillados.
Observan con preocupación los iridiscentes
tonos de las bestias que los rodean,
sienten el cosquilleo del sargazo que penetra
en sus narices.
Los hombres se arroban con el canto
genital de las medusas.
Las mujeres sueñan con ser atenazadas
por cangrejos que las levanten ingrávidas
para luego perderse en obscuras galerías
de recónditos deseos.
Nada se antoja más que descubrir una isla
y sobrevivir rabdomantes.
Ubicar los manantiales, los olvidados tesoros.
Probar los reflejos de la cacería
persiguiendo la isla y a uno mismo.
Avistarla
Rodearla
Bajofondear
Acechar
Asediar
Desembarcar
y huir o dejar los huesos:
conjunción y disyuntiva.
Luego
desvirtuar las señales,
equivocar el rumbo,
trazar mapas inexactos con la intención
de perder al enemigo de juergas
para que no intente regresar
aprovechando la resaca o el buen tiempo.
Eso sí: guardar cada peñasco en la memoria,
el olor de las sales,
la solidez del granito que nos sacó a flote
salvándonos la vida;
la languidez corporal de sus playas tostadas al sol,
bandera atlántica con los tonos de los arrecifes.
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