martes, 30 de abril de 2013

TU NOMBRE EN LA MARQUESINA (Ficción)



Entró corriendo al teatro. Encontró el número de su asiento en la penumbra, adaptando sus ojos a la tenue obscuridad. Se sentó. Esperó a que comenzara la obra. Al abrirse la cortina, descubrió un contingente numeroso de actores que pretendía ser un público. Miró hacia los lados y hacia atrás: él seguía siendo el único espectador en la sala. Se hizo pato jugando a apagar el celular, mientras esperaba que del otro lado comenzara algún diálogo. No ocurría nada. Dobló y desdobló la hoja del programa que una señorita muy amable le había dado al entrar, cuando llegó escuchando en el altavoz el anuncio de la tercera llamada. Cuando se dio cuenta que el teatro estaba vacío, quiso irse, pero se sintió  comprometido. Pensó que por tratar de llegar a tiempo, quizás hasta había dejado estacionado el auto en lugar prohibido, pues era extraño que la calle estuviese tan despejada a esas horas. Sin embargo, no observó ningún disco que prohibiera aparcarse. Se olvidó del asunto cuando uno de los actores carraspeó desde el escenario. Con la incomodidad de encontrarse solo en medio del graderío, se dispuso a observar. Pero no sucedía nada. La iluminación en el foro era escasa, descubriendo apenas las caras rígidas de los actores. Eran varias filas de personajes con vestimentas diversas, hombres y mujeres, más o menos quietos en sus asientos, con la mirada fija hacia el frente. Algunos hacían pequeños movimientos con las manos, sutiles ademanes. Una mujer regordeta y con sombrero, murmuró algo en la oreja de su acompañante, un caballero de edad algo avanzada, canoso y delgado, con rostro que parecía seco a la distancia, tal vez acentuado por la iluminación espectral.

Creyó escuchar una música asordinada, una lejana Big Band. La bocina debía encontrarse a sus espaldas, pues de ahí provenía el sonido. Dobló el programita que tenía entre las manos: serían ahora dieciséis los rectángulos que formaba con ese nuevo doblez. Miró otra vez al escenario, donde los personajes en silencio parecían mirar una película. La música incrementó su volumen hasta que ésta cesó de pronto con un especie de golpe y un grito. No le quedó más remedio que voltear: una mujer bajaba corriendo por el lado derecho del auditorio, llamándolo por su nombre. Inequívocamente se dirigía hacia él. Pensó en el auto, tal vez una grúa estaba enganchándolo en esos momentos. La mujer, una rubia a lo Scarlett Johansson, se detuvo a medio pasillo llamándolo a grito abierto ¡Xavier, Xavier!

Se sintió en ridículo al levantarse, excusándose con los actores mediante una mirada y media sonrisa que pedía comprensión. ¿No hubiese sido más sencillo y discreto acercarse a él sin tanto escándalo? 

Atorándose entre los asientos, tropezando, Xavier se encaminó apurado hacia la Scarlett, que lo esperaba sosteniendo un pequeño bulto en una de sus manos. Era inútil pasar desapercibido. Sin embargo, los actores que apenas e hicieron algún movimiento, continuaban sentados y callados dentro del escenario. Diez metros delante de ellos, Xavier se acercaba con vergüenza a la mujer. Palpaba con la mano derecha las llaves del auto y la cartera, que pensaba, tendría qué utilizar para salir del paso.

Al llegar a la Scarlett, ésta deshizo en el aire el paquete que traía, una bolsa que se desplumó como  almohada mientras de manera instintiva Xavier se había agachado para esquivar un golpe. Volaban cartas.

- ¡Bastardo! ¡Imbécil! ¿Qué crees que soy tu burla?

La miró desconcertado: era sin duda hermosa y se encontraba verdaderamente molesta. Cayó en la cuenta: una de esas obras experimentales en las que hacían participar al público. 

Regresar a su lugar hubiese sido una absoluta falta de respeto hacia tantos actores que habían decidido brindarse aunque fuese para un solo espectador, y decidió seguir la corriente.

La furia de la mujer parecía genuina, sus ojos verdes chisporroteaban una selva completa, mientras la quijada endurecida parecía que en cualquier momento le rompería la piel de la cara.

Xavier balbuceó, pensando en decir algo inteligente que llevase adelante la obra, algo que no rompiese con la línea general de una improvisación que algún dramaturgo, queriéndose pasar de listo, habría compuesto para el caso.

- ¡No te enojes, Scarlett! ¡Tuve qué volar de urgencia a Mérida!

Del foro se desprendieron algunas carcajadas que tuvo qué aguantar.

La rubia se cruzó de brazos. Él esperaba que ella le soplase alguna línea, que le hiciese algún gesto para saber hacia dónde debía llevar la trama antes de volver a su asiento. Sin embargo, la Scarlett hizo un mohín como esperando algo más, algún pretexto que aliviara en algo el enojo que le demostraba. Sus labios pronunciaron una lenta y rabiosa frase: 

- Te estuve esperando y no llegaste.

Xavier, siguiéndole el juego, un tanto halagado por constituirse en el tormento de aquella mujer cuyo ajustado vestido insinuaba sin vulgaridad apetitosas formas, inventó que tuvo qué salir de urgencia, pues sus clientes le habían llamado a medianoche y a esa hora tuvo qué comprar el boleto para Mérida, juntar sus papeles y salir muy temprano hacia el aeropuerto. Entre tanta prisa dejó olvidado el celular que estaba cargándose sobre el buró. Había querido marcarle a ella desde Mérida, pero cuando llegó al lugar del accidente (¿esa apurada invención suya, de un abogado viajero, no desconcertaría a la Scarlett?) se encontró con que el chofer ya había agotado el crédito  de su teléfono, y el resto del día se lo pasó en el ministerio público y con el agente de la aseguradora tramitando los documentos del incidente. Apenas alcanzó a regresar al aeropuerto para tomar el último vuelo hacia la Ciudad de México; al llegar a su departamento, consideró que sería una imprudencia llamarle tan tarde, estaba seguro que ella entendería al día siguiente que había ocasiones así en su trabajo.

Terminada su detallada explicación, se quedó esperando alguna reacción de la Scarlett; pero ella continuaba recelosa, con la cabeza baja y sin mirarle a los ojos, sin darle señal que indicase a Xavier lo que se esperaba de él en los siguientes instantes.

Después de un prolongado y embarazoso silencio, Xavier optó por recoger el montón de cartas que le habían sido arrojadas prácticamente a la cara. Estaban esparcidas en la alfombra. Las recogió  echándolas de nuevo a la bolsita de tela donde ella las traía. Intentó hacerlo con toda naturalidad, sin perder de vista la reacción de la actriz.

A punto de terminar, cuando observaba vagamente lo que le pareció una escritura conocida en alguno de los sobres, comenzó a escuchar sollozos convulsivos de la Scarlett que pronto se convirtieron en torrente. Desconcertado, Xavier miró hacia al escenario, donde los actores se mantenían imperturbables,  observándolos. Regresó su atención a la mujer, y en un acto reflejo, levantándose mientras sostenía en una de sus manos la bolsa con las cartas, intentó rodearla con sus brazos; en ese instante ella se derrumbó por completo buscando su pecho, acurrucándose, mientras Xavier la abrazaba no muy convencido de estar haciendo lo correcto.

Aplausos. Y alivio.

Xavier abrazaba a la Scarlett, que no lo soltaba, esperando el momento en el que terminara la fantasía para regresar a su asiento. Sentía la respiración de ella, el vapor cálido de su aliento junto con algunas lágrimas humedeciéndole la camisa. Se apagaban los aplausos mientras ella lo estrechaba con una fuerza inesperada. En algún momento él le acarició la cabeza. De entre la maraña de cabello rubio y lacio salió un murmullo suplicante:

- No te vayas, no te vayas...

Al hacerse el silencio de nuevo, Xavier intentó inútilmente separarse de la mujer que continuaba recostada sobre su pecho; ahora ya no le decía nada, habría qué esperar para saber qué seguía.

Luego de unos segundos, cuando Xavier comenzaba a impacientarse por estar a merced de las ocurrencias de los actores, ella lo soltó, le dirigió su extraña mirada verde, quizás más extraña esta vez, y tomando su mano, lo jaló de súbito hacia la parte trasera de la sala.     

Él, entre confuso y divertido, se dejó llevar corriendo hacia la obscuridad donde no los alcanzaba la leve iluminación que provenía del escenario. La Scarlett abrió de súbito una puerta, deslumbrándolo. Una Big Band tocaba al otro extremo del salón. 

Poco antes de cerrar, Xavier alcanzó a mirar la descompuesta cara roja de la señora del sombrero; escuchó apagarse detrás de la puerta las voces de protesta, las exclamaciones y las palabrotas; los pasos sobre las tablas de los actores que furiosos salían en su persecución.

II


Scarlett se perdió entre el gentío que llenaba el lugar.

Una especie de neblina ocupaba el aire, sacudido por la fuerza de la música que tocaba la orquesta. Xavier se encaminó hacia al otro extremo del salón, alzándose cada tanto de puntillas intentando rastrear la cabellera de la muchacha.

Nunca hubiese sospechado la existencia de aquel antro junto al teatro, pero concluyó que era lógico: no en balde Coyoacán era uno de los lugares más visitados de la ciudad. Xavier sostenía con firmeza la bolsa con las cartas. Pensó en éstas como la única prueba de realidad de lo que había sucedido apenas unos momentos antes. Una bolsa de felpa llena de cartas, probablemente de utilería, lo obligaban a seguir aquella inesperada aventura, aparentemente perseguido por toda una compañía de actores.

Se había alejado ya lo suficiente de la puerta por donde entró, nadie más se había asomado por ahí, y con alguna tranquilidad se detuvo junto a una mesa. La asistencia en general era de personas de mediana edad, no se trataba de adolescentes. De un vistazo comprobó que él vestía de manera apropiada, pues la mayoría de los hombres llevaba saco sport. Ninguno usaba corbata. El griterío y las risas se entremezclaban en ese instante con las notas de un clarinete a la mitad de "Nice Work if you can get it". 

Prosiguió su avance entre las mesas y las personas que deambulaban con copas en la mano. Con el rabillo del ojo creyó divisar una claridad dorada. Era Scarlett, sentada, haciéndole señas para que se acercara. 

Bueno, había llegado el final de la farsa. Le entregaría la bolsa de felpa, tal vez reirían juntos unos momentos y después se iría para siempre de la vida de la actriz, feliz al menos de haber tenido una experiencia diferente en aquella noche de teatro.

Xavier a la distancia le mostró la bolsa, como diciéndole: "aunque todo sea de mentiras, mi responsabilidad ha hecho que guarde esto para ti, ahora debo entregártelo". Scarlett seguía pidiéndole que se acercara, de manera enfática. Cuando llegó Xavier, le hizo lugar en la silla junto a ella, y le indicó que se sentara.

No había más qué seguir el ritmo, cualquier cosa que ocurriese a partir de ahí era ganancia para la vida solitaria de Xavier. Cumplidor en su trabajo como Jefe de Área de la Secretaría del Patrimonio, pasaba todos los días de nueve a seis revisando interminables listas de inmuebles desperdigados por el territorio nacional, ajustando sus descripciones, comprobando las claves catastrales, los datos de inscripción en el Registro Público; elaborando reportes de las diferencias encontradas y las correcciones hechas contra el soporte documental.

La mirada verde era mucho, muchísimo más de lo que había aspirado a encontrar los fines de semana culturales que se permitía como único lujo. A diferencia de sus compañeros de oficina, le disgustaba beber, y lo que él al principio creyó que era simple respeto a su moderación, con los años llegó a convertirse en verdadera exclusión por su mamonería, que lo apartaba sin ofenderlo de cualquier reunión o fiesta que casi cada fin de semana organizaban los compañeros, sin invitarlo. 

Solamente en un par de ocasiones convivió con Jonás y con Mercedes; de hecho Mercedes le había interesado. Demasiada mujer para él -pensaba-: grandota, atrabancada, mandona; sin embargo aceptó en un par de ocasiones  las invitaciones de él para ir juntos al cine de arte.

En la segunda ocasión, nervioso, platicándole en el auto acerca de los significados ocultos en una película de Bergman, Xavier observó la mirada entre divertida y aburrida detrás de los anteojos de Mercedes, a quien él no se había atrevido a tocar aún. 

Ella se le abalanzó besándolo. Xavier recordaba todavía el sudor en la cara de ella junto con el vaho en sus anteojos; el sabor de un lápiz labial demasiado fluorescente y perfumado, los ojos cerrados que ella mantenía mientras él, lejos de concentrarse o sentirse entusiasmado, observaba los barritos y las imperfecciones en la piel de Mercedes, y aspiraba el escandaloso aroma que la impregnaba.

Cuando ella le pidió que fuesen a un lugar donde estuvieran solos, nomás no entendió, y se la llevó a un parque, lugar que ella consideró apropiado para retirarse poco después, dejando a Xavier pensando cómo le haría la siguiente vez que se vieran, para cogérsela.

Ya para cuando se extendió por la Secretaría la especie, por parte de Mercedes misma, de que ésta se le había ofrecido y que Xavier "le había sacado", ya él había abandonado toda esperanza respecto a ella. Se enteraría luego que Mercedes andaba con el Director de Adquisiciones, un calvo cincuentón, con esposa y fama de borracho, quien finalmente la sacó de trabajar poniéndole casa chica y un abultado sueldo como aviadora en la nómina.

De eso ya habían pasado cinco años. Muchas tardes, demasiados fines de semana. Ocasionales viajes a Mérida para visitar a su madre, quien vivía con Raquel,  la hermana de Xavier, y quien afortunadamente se había recibido en Enfermería, por lo que no le faltaban a la mamá los cuidados propios de su edad.

Xavier al sentarse puso la bolsa con las cartas sobre la mesa, y casi de inmediato Scarlett lo presentó con cada uno de los que la acompañaban. 

Entre el bullicio del lugar, apenas escuchó (aunque fingió poner atención) los nombres de cada quién. Eran cuatro hombres y tres mujeres que conversaban entre sí, y voltearon a ver al nuevo invitado sólo en cuanto Scarlett se dirigía a ellos. Había una Sara y un Rogelio. Algún Alberto o Roberto. Le llamó la atención Selene (¿O Selena?) quien hacía honor a su nombre, pálida como una bruja, con el cabello lacio de un negro sedosísimo. Del cuello le colgaba una cadena con una enorme estrella dorada. Xavier de inmediato pensó en un pentáculo, aunque ya viéndolo con atención, el dije hacía más referencia al mar que a la hechicería.

- ¿Qué quieres tomar?

Otra vez Xavier, sin remedio, se llenó de las intimidantes notas selváticas.



  

No hay comentarios: