miércoles, 2 de septiembre de 2009

LA MÁSCARA Y OTROS RELATOS

RECUPERANDO EL SIGLO QUE SE NOS FUE

Leído en la sala Manuel M. Ponce del Palacio Nacional de Bellas Artes de la Ciudad de México la noche del 1o. de septiembre de 2009, con motivo de la presentación del libro "La Máscara y otros Relatos" de Juan de la Cabada, con Prólogo de María Ángeles Juárez Téllez. El 4 de septiembre se cumplen 110 años del nacimiento del escritor.

Es un alivio saber que en este México donde estamos cada vez más enajenados con las cuestiones de la simple sobrevivencia, aún existan personas, interés, instituciones y presupuesto para realizar una labor de preservación y rescate de la memoria colectiva.

Es el caso del Gobierno del Estado de Campeche, de la USBI de la Universidad veracruzana, y del mismo Instituto Nacional de Bellas Artes, que propicia la presentación de este libro en un foro de máxima importancia, con el objetivo de difundir el resultado de un minucioso trabajo de investigación y transcripción para evitar que el tiempo arrasara con -y se perdiera sin remedio- una parte importante de la obra de un escritor fundamental para las letras mexicanas.

Juan de la Cabada Vera quien ya de por sí nos es necesario literariamente hablando -por la maestría de sus trazos, por la riqueza del lenguaje que emplea, por su recreación fiel del habla popular del mexicano, por su penetrante conocimiento de la psicología humana-, es un cronista imprescindible a la hora de buscar entender el mundo del siglo XX desde una perspectiva iberoamericana con dos grandes ventajas: la primera, él fue testigo y en muchos casos, hasta protagonista de los hechos; la segunda, su longevidad.

Situaciones afortunadas que le permitieron como a pocos ubicarse en lugar privilegiado, para relatar con maestría hechos con información de primera mano, o bien realizar sus ficciones con alarde de envidiable bagaje social, político, cultural y psicológico.

Es la suya una visión que abarca desde las postrimerías de la presidencia de Porfirio Díaz hasta el terremoto de 1985 de la Ciudad de México.

En los relatos que conforman este libro, María Ángeles Juárez Téllez ha agrupado con inteligencia los textos en torno a una secuencia cronológica que coincide no tanto con las fechas en que fueron escritos, sino con los periodos históricos de los que éstos forman parte.

Habrá que recordar aquí que muchos relatos fueron transcritos de originales hechos a propia mano del autor –manuscritos- a tinta o lápiz, y que sólo con base al conocimiento de la historia y de la literatura que María Ángeles Juárez Téllez tiene, además –por qué no decirlo- de los años de pláticas atesoradas con Juan de la Cabada, fue como ella logró en numerosas ocasiones deducir o descubrir el verdadero sentido de algunas palabras aparentemente ilegibles, orientarnos -en la introducción que hace al libro-, hacia los nombres reales de los personajes atrás de las anécdotas; llevarnos hacia la adecuada conclusión de una frase sin terminar.

Asimismo fue capaz de discernir entre el descuido o el adrede de una escritura caprichosa, algunas veces hermanada con el oficio de guionista cinematográfico del escritor.

No omito señalar el gran esfuerzo de investigación literaria e histórica que le requirió a María Ángeles corroborar, o en otras ocasiones sugerir con autoridad, el nombre correcto de una población, el significado exacto de unas siglas, deducir el idioma original o la grafía de una palabra extraña.

Encontramos en Juan de la Cabada tonos y colores que nos hacen recordar tanto a José Revueltas como a Luis Buñuel, a Martín Luis Guzmán o a Chava Flores, a Juan Rulfo y a John Lennon. En estos trabajos coexisten la literatura “pura”, por denominarla de alguna manera, con el trabajo social y la denuncia política, que por influjo del buen oficio de su autor muy poco se rebajan a lo panfletario. Existen pinceladas de poesía, así como prosa que en medio de la rapidez de palabra del escritor se convierte en lluvia de reflexiones que bordea lo poético.

Y señalo con ejemplos: en su relato Las lágrimas, existe más que la sola evocación de la miseria del trabajador mestizo en la ciudad. Hay algo tremendamente inasible, tremendamente literario y lleno de vigor en el patetismo, en lo pesimista de la visión de destino, que lo hermana con Revueltas, por no mencionar la denuncia implícita de la corrupción tanto del patrón como del líder sindical que encontramos en el texto.

De Buñuel encontramos un eco evidente: la resonancia de Viridiana en el relato de Juan de la Cabada denominado Yo trabajaba… Cito:

“Sacó un traje de novia y Josefina se lo puso, la botonadura toda era por el frente. Se extrañó ella, pero se lo puso. Él, la condujo a otra recámara completamente a obscuras y la hizo acostarse en un diván que tenía como un metro de altura. Aunque ella no sabía exactamente en qué estaba acostada. Ya tendida en el diván, el alemán prendió cuatro cirios…( )…se reía frente al miedo que ella demostraba y la empezó a calmar, explicándole que no se trataba de ocasionarle algún mal, sino que únicamente necesitaba para satisfacer su deseo sexual con una mujer, vestirla con ese traje de novia que había pertenecido a su novia en realidad, y que murió de un síncope cardiaco la noche de bodas en sus brazos, sin haber logrado hacerla suya.”

Hasta aquí la cita, y dejemos para los especialistas cinematográficos dilucidar la cuestión de las primicias: el intercambio, influencia o préstamo de imágenes entre Buñuel y de la Cabada, pues ya se ha mencionado aquí que Juan de la Cabada fue también hombre de cine.

En La Máscara, relato que da nombre al libro, la trama se sitúa en tiempos de la Revolución Mexicana. El protagonista, el viudo Arévalo, que fungía al mismo tiempo como militar, licenciado, juez, y pintor de Francisco Villa, logra engatusar a una joven el mismo día del entierro de su esposa. Cito:

“Sorprendida, y con una gran compasión hacia el señor Arévalo, a quien creyera en un estado completo de locura o histeria por su inmenso dolor, la comprometió en gestión de matrimonio. Y como el señor Arévalo era juez, inmediatamente la convenció de que ya estaban casados. Es curioso que él ya tuviera lista el acta de matrimonio, firmada por el juez del Registro Civil”.

Más adelante, nuestro coronel se traslada en cargo de autoridad a Ciudad Juárez; vemos que las vocaciones de los lugares perduran, porque luego de varias situaciones donde la Muerte hace sólo una presencia lateral, alcanza por fin a Arévalo en alguna cantina de mala fama, a manos de un desconocido, para que las balas que le estaban destinadas hicieran blanco en su humanidad. Cito:

“Era viernes, pero Arévalo murió el sábado, y en la autopsia se comprobó que, en efecto, habían sido dos balazos los que recibió el cuerpo, pero los tiros habían entrado en el mismo sitio, por lo cual, la segunda bala hizo penetrar más la primera…”

Lo increíble de la imagen de una bala empujando a la otra, la fatalidad presente en el relato, remite por necesidad a Martín Luis Guzmán. Sin embargo, no es sólo en este trabajo donde la Revolución o las balas son protagonistas: el relato que mencioné anteriormente, Yo trabajaba… más adelante viene a ser una descripción minuciosa y emocionante de la frustrada huida del tren presidencial de Carranza hacia Veracruz, con lujo de detalles militares que sólo podía proporcionar alguien que participó en acciones bélicas, y que olió de cerca el humo de la muerte.

Encontramos coincidencias con Chava Flores en los relatos que hacen crónica social, en la manera de retratar a los personajes populares, en la forma de recrear el habla de los habitantes de las ciudades de principios de siglo, que poco a poco se irán poblando de entes pintorescos como los que aparecen en La Carga. Sin embargo el más logrado de los relatos en ese sentido es En 1900, mi padre se sacó la lotería… que por sí solo merecería un análisis detallado tanto por la riqueza de su contexto histórico y social, como por el caracter de sus protagonistas que oscilan entre los de la picaresca española y los del Rosario de Amozoc.

El laconismo y la crudeza de Rulfo, la pincelada eficaz de lo real maravilloso, los muertos parlantes, todo ello lo encontramos en El ataúd, relato muy breve que sin embargo nos conmueve en una cuartilla con la escalofriante resignación de su personaje.

En Y el muerto murió, donde de manera sarcástica se hace referencia a las enfermedades y a la agonía que precedieron a la casi interminable muerte de Franco, la poesía está presente. Compruébese esto leyendo como poema el patético listado de dolencias e intervenciones médicas del dictador. De la misma forma, como prosa poética habrá de leerse El Pastor, vivaz proclama antirreligiosa, donde de manera descarnada, desnudando la hipocresía del sacerdote -versículos bíblicos de por medio-, Juan de la Cabada arremete contra esa forma del corrupto poder que se escuda entre los rezos y el pase de charola.

Podría seguir mencionando ejemplos de influencias literarias, musicales o cinematográficas en estos relatos de Juan de la Cabada. Lo más importante, sin embargo, es que ya los tenemos, que son nuestros, que están aquí, y han sido publicados. Algo que se encontraba en la oscuridad ha sido dado a la luz, y revelado a nuestros ojos y mentes. Cosa de agradecerse a quienes hicieron esto posible: universidades, gobiernos e institutos. Enhorabuena por la cultura mexicana, enhorabuena por Juan de la Cabada a los casi ciento diez años de su nacimiento.

Nuestro patrimonio literario, en un país que ha dado al mundo grandes escritores, se ve felizmente incrementado con estos relatos. Y esa es una buena noticia.

Roberto Mendoza Ayala

viernes, 28 de agosto de 2009

PLANTAR

Tus pies, tierra firme a medianoche,
son la manera que tengo
de no perder el piso entre sueños.

Antípodas de tus ojos,
se plantan ligeros sobre mis plantas
y como tus ojos, acarician
con fuego lento y sostenido.

Sobre tus pies
en simetría camino
mientras tus pies levantan
ese planeta tuyo
a donde suelo volar en nocturno.

Milagro plantar:
en espejo de agua nuestras huellas coinciden.

Muevo un dedo, eres ninja y te anticipas,
encuentro un feroz durazno a la vuelta de un pliegue.

Despierto, siento tus pies y bendigo:
“estás aquí, colgada de mí, asida a mí…”

Entonces froto tus pies con los míos
y como lámpara de los deseos
se desparrama el día.

martes, 4 de agosto de 2009

DE NUBE INQUIETA

De nube inquieta,
de algún silencio que en el sueño es grito,
de insospechada altura
bajaste.

Pudiendo caer a medio océano
y perderte en confusión de olas y encajes,
viniste a dar aquí,
precisa entre mis brazos
abrazando la luz antorcha
de tu cuerpo,
a media noche parida.

El grito soterrado que acallé
en la confusión del sálvese quien pueda,
devino en fractal susurro
que se diluyó en la ramificada espesura.

Una y otra y otra y otra vez saboreo
el golpe súbito,
el instantáneo incendio
que provocó tu inesperada acometida,
cuando la oscuridad huyó a trancos.

Evoco las dulces brasas, tus rescoldos
perfumando el alba.

lunes, 13 de julio de 2009

PRONTA Y EXPEDITA

Como que este país no puede ya darse el lujo de interrumpir la impartición de justicia con motivo de ¡vacaciones!

Urge que los legisladores revisen cómo le vamos a hacer, pues es absurdo que se detengan los procesos quince días o un mes, dos a tres veces por año, en todos los ámbitos.

Eso para nada es acorde con el ideal de justicia pronta y expedita. Menos en las condiciones de urgencia en que vivimos.

Si hay que pasar por encima de sindicatos o abolir abusivas "conquistas laborales"...pues hay que hacerlo, pero ya.

miércoles, 17 de junio de 2009

METZERI

METZERI

Me pides un poema.

“Miren, –dirás- tengo un padre poeta:
ha logrado unos versos
que, leyéndolos,
lo hacen a uno vivir para siempre.

Nadie como él
sabe describir la noche
en que nací,
cuando atravesamos ululando
la ciudad del dios
de la cabeza inclinada.

Ocho de abril, 1996, 22:35 horas,
las jacarandas destellaban.

Antes de salir escuché mi nombre:
era él que resignado me bautizaba,
mientras en su mano sostenía mis primeros mil gramos.

Miró de reojo a mi madre,
ella estaba en un grito.”

Yo sé: quisieras mejor
que este poema
hablara de la vida de tus ojos,
de la pícara sonrisa
que es el cetro
de tus ochenta amigos.

Pero hay palabras
que no debemos olvidar
aunque se remojen en cada escena:

la incubadora

el hospital

el hospital

el rumor del oxígeno en la noche

el diminuto puño
apretado hasta rehacerte
con las uñas clavadas,
la línea entera del destino.

tus manos y tus pies alfileteados,
sujetos con mangueras y cables,
como una valiente Gulliver
atrapada en el país de las cofias.

tus cicatrices, mías, todas…

(¿Ves lo que te digo?)

Yo sé: quisieras mejor
que hablara de tus luces,
de tus modales con gracia,
del arco iris que te nimba
en cualquier estación.

Del día cuando sin querer
te nos apareciste en la tele.

O de tu figura armoniosa…

Pero hay que recordar también
los montes claros,
el camino de la escuela,

yo acariciaba tu mano herida
antes de cruzar la calle,

este callejón de poesía
a donde ahora me llevas,

con vericuetos, y esquinas:

Las casas llenas de gorjeos
donde vivimos.

Las ciudades que visitamos.

Los mares y albercas que te escucharon reír
buceando en sus atardeceres.

Tu hermano y tú danzando
juntos en la tierra, zumbando en las alas
de los aeroplanos

Te advierto que hoy tienes trece
y aquí permanecerás en ese encanto,

no importa que mañana

alguien llegue a tu rescate

con otro poema.

miércoles, 10 de junio de 2009

¿VOTO EN BLANCO?

¿Voto en blanco? Cuestión de que los dirigentes partidistas se pongan abusados para aprovecharlo.

Muchos estaríamos dispuestos a votar por cualquier candidato a diputado, de cualquier partido, que nos ofrezca por escrito y ante notario, promover iniciativas legislativas que propongan:

a)Reducir de manera sustancial el financiamiento a los partidos.

b)Reducir a la mitad la cantidad de diputados.

c)Eliminar las candidaturas plurinominales.

d)Reelección de diputados, alcaldes y jefes delegacionales.

Esas propuestas sí nos interesan a los ciudadanos. Con un solo partido que hiciera suyas las iniciativas de los promotores del voto blanco, todos ganaríamos.

viernes, 1 de mayo de 2009

CURRICANEANDO EN EL CHUMPÁN




Cuando viajas por la carretera que va de Emiliano Zapata, Tabasco, hacia el río Chumpán, en Campeche, se van cruzando por el camino algunos compañeros de paisaje. Por ejemplo los guaraguao, aves combinación de águila con buitre que acechan desde los árboles a la orilla de las carreteras, para alimentarse de los despojos de cualquier animal que pudiera ser atropellado.

Su menú consiste en tejones, mapaches, liebres, iguanas, tepezcuintles, zorrillos, coyotes, puercoespines, e incluso aves como los tapacaminos, pájaros singulares que acostumbran no moverse de su sitio aunque el mundo les pase por encima con todo y llantas.

No se piense que uno va alegre por ahí, masacrando especímenes como los que he mencionado. Sin embargo es inevitable que cada tantos kilómetros de pavimento se encuentren los restos diseminados de cualquiera de ellos.

Amanece y el sol apenas comienza a levantarse en medio de la bruma que convierte de ensueño el paisaje horizontal salpicado de árboles y de palmeras.

De forma equivocada, los campesinos han desmontado sus selváticas parcelas mediante la quema, -hectáreas enteras-, para dar paso a los pastos que en los meses siguientes alimentarán a un ganado que para estas fechas se está muriendo ante nuestros ojos por la sequía.

Las pieles y cornamentas abandonadas, los animales moribundos, se cuentan por decenas a la orilla de la carretera, desde que salimos de Zapata. Las zonas de potrero presentan en su mayoría un color dorado y la lluvia no llega. Hay quienes tienen pozo, riego o tecnología y mantienen extensiones verdes bien cultivadas. Irónicamente, junto a los alambrados que preservan estos ranchos hay gran cantidad de reses muertas.

Al llegar a nuestro destino, un pueblo situado debajo de un puente junto al río, subimos a una lancha las hieleras, las provisiones y las cañas. El río tendrá en su parte más ancha unos dos kilómetros de orilla a orilla. Pero el ancho promedio es de unos trescientos metros. El Chumpán desemboca cincuenta kilómetros abajo, en la Laguna de Términos.

La orilla está bordeada de mangles blancos casi en su totalidad; éstos hunden sus raíces en el fango, proporcionando cobijo a gran variedad de animales. Todo es un continuo de follaje verde, palmeras, lirios, plátanos, mangos y árboles de flores, frutos y maderas exóticas.

Desafortunadamente, a pesar de esta explosión vegetal propiciada por el agua, en grandes tramos se puede apreciar que la selva termina a no más allá de unos metros de la orilla, debido a la quema que he descrito.

El tipo y tamaño de los peces que uno encuentra está en función de su proximidad a la orilla y la profundidad del río. A la mitad encontrará uno las especies más grandes, entre ellas los sábalos, peces robustos que sin embargo parecen no ser tan apreciados como alimento en la zona, debido a que su carne tiene gran cantidad de espinas, por lo que generalmente se les cocina desmenuzados, en “minilla”.

Entre el centro y la orilla, uno podrá pescar los robalos, esos sí muy codiciados por su carne limpia y de excelente sabor. Recuerdo haber visitado este mismo lugar hará unos quince años, y la pesca en esos días era abundante y de muy buen tamaño: los robalos que obtuvimos entonces pesaban cuatro o cinco kilos. En esta ocasión hubimos de conformarnos con ejemplares de algo más de 500 gramos.

Andrés, nuestro lanchero, explica que lentamente han ido terminando con la antigua abundancia algunos inconscientes que a pesar de estar prohibido, pescan con grandes redes de malla chica, que se llevan prácticamente todo cuanto encuentran por el río, no dando oportunidad a los ciclos de reproducción natural.

Las mojarras se localizan en lugares frondosos, escondidas entre las raíces de los mangles, donde es posible pescarlas con un sedal de mano y algo de paciencia. Carnada: corazón de res. Aunque suene repulsivo, a las mojarras les encanta esta víscera, y pudimos obtener con ella algunos ejemplares de las variedades Roja y Castarrica; éstas últimas de aspecto atigrado.

También entre las raíces habita una gran cantidad de jaibas, de coloración entre azul y roja, que se alimentan de los desperdicios de los peces, y de los animales muertos. Junto con los bagres, los peces bigotudos que todos conocemos, las jaibas se encargan de mantener la limpieza de los bajos fondos.

El agua aquí, por increíble que parezca, es salada pues por ser temporada de “secas” el mar penetra río adentro los cincuenta kilómetros que mencioné, y aún más. De ahí la profusión de mangles, especie vegetal habituada a la salinidad y que yo ubicaba más bien muy cercana a la costa.

Por motivo de la entrada de mar, los pescadores han avistado en esta temporada algunos tiburones surcando las tranquilas aguas de tierra adentro.

Otro temor: los lagartos. El año pasado hubo una crecida tal que desbordó numerosos pantanos y lagunas interiores que son hábitat natural de los caimanes. Estos reptiles entonces se diseminaron por el río Chumpán, y algunos otros, provocando que en las aldeas situadas en sus orillas, los padres prohíban a sus hijos bañarse sin vigilancia en sus aguas, como lo habían hecho hasta antes de la crecida.

Observamos grupos de cuatro a seis turistas en lanchas confortables, con chaleco fosforescente, toldo y buenos implementos, pasando rápidamente junto a nosotros, haciendo olas, dirigiéndose cada quien a los lugares “secretos” donde todavía es posible capturar buenos ejemplares de pesca.

Por nuestra parte nos dedicamos, con bastante éxito, a “curricanear” desde nuestra modesta lancha: pescar engañando al pez con una cucharilla brillante que va girando o vibrando conforme la embarcación se mueve lentamente y en paralelo a unos metros de la orilla.

Por su voracidad, el robalo se engancha con el anzuelo al confundir el currican con un pequeño animal de colores vivos. Alberto llevó varias cajas llenas de las clases más variadas de curricanes que pueda uno imaginar: de arco iris, con pluma, plateados, dorados, en forma de pez o de insecto; amarillos, rojos, etc. En tres días de pesca los utilizamos todos.

Hacia las doce del día los peces quizá se van a trabajar o a echar la siesta, pues es hora en que ya no pica nada. El sol empieza a calar duro y advertimos que es hora de retirarnos. Regresamos con el motor a toda marcha hacia la aldea. Al llegar, Andrés extrae las vísceras de los pescados con un machete, y ya limpios son cargados en las hieleras y subidos a la camioneta, junto con toda nuestra parafernalia de cañas y anzuelos.

Desmañanados, insolados, cansados, pero contentos, nos dirigirnos hacia la fresca palapa del rancho de Horacio, donde nos esperan unas estupendas puntas de filete a la mexicana. Por cierto que aquí, en Campeche, los filetes suelen ser de venado.