domingo, 2 de septiembre de 2012

LO QUE SIGUE

Sucedió con la caída del sistema, con los errores de diciembre, con la estatización y la reprivatización de los bancos, con los amigos de Fox, con el pemexgate, con los gastos del segundo piso, con la escapada de El Chapo; con los asesinatos de Colosio y de Ruiz Massieu; con las devaluaciones, con las ligas de Bejarano, con el edificio del Senado, con la tarjeta La Efectiva y con los publirreportajes de Peña Nieto en horario estelar; con el Casino Royale y con la Estela de Luz. Ha sucedido con tantas y tantas cochinadas.

Siempre lo sospechamos: existe una colusión entre poderes que se asomaba aquí y allá, dejando escapar de vez en cuando por descuido o por venganza algunos datos, algún video, ciertas conversaciones telefónicas; que ensucia nombres y arrebata patrimonios, que deslegitima o tolera, que enjuicia o exalta, que promueve o corrompe, que persigue o asesina, y que absuelve cínicamente.

Pero nunca como hasta ahora, en esta era de la información, en que los documentos y los videos, los sonidos y las imágenes se han transformado en entes virales que en cuestión de segundos llegan hasta nuestras computadoras, habíamos podido vislumbrar el tamaño del saqueo cíclico a que está siendo sometido el país.

Tampoco nunca antes, más allá de informaciones aisladas o rumores, datos provistos por conocidos o por algunos periodistas convenientemente silenciados, habíamos sido capaces de llegar al complejo entramado de intereses y personajes que intervienen de manera más o menos siniestra y eficaz para mantener a los mexicanos atados de pies y manos, sin acceso a los niveles reales del poder.

Una democracia discapacitada que ha exhibido de manera forzada información y documentos probatorios de las trapacerías priístas para la utilización discrecional de millonarios fondos de origen cuando menos desconocido, sin que las instancias gubernamentales pestañearan siquiera.

De manera asombrosamente rápida, las instituciones, NUESTRAS instituciones, fueron echando cal sobre las huellas financieras que conducían a los epicentros desde donde se realizó la compra del poder a un costo que habremos de pagar los mexicanos por generaciones.

Que todos los partidos hayan intentado comprar la voluntad de los electores no es una buena excusa para haber dejado pasar impunemente ante nuestras narices a la nauseabunda camarilla que con el más patrimonialista de los sentidos se hizo del país.

La ingenua aspiración ciudadana de acceso a las decisiones fundamentales quedó simplemente en eso, en ingenuidad, con las esperanzas destrozadas por los tiburones de un poder que se ha replicado en un juego de espejos al parecer interminable.

Se llegó al extremo cínico de cambiar a posteriori el nombre de los destinatarios del dinero. De sus orígenes ya mejor ni se habla. Ahora resulta que estamos tontos los que vimos o concluimos otra cosa.

A quienes les tocaba hacer un planteamiento inteligente del asunto para llegar hasta las últimas consecuencias descubriendo el desnudo cuerpo del rey, de manera sospechosa contribuyeron con un alegato jurídico ñoño y surrealista a afianzar la generalizada creencia en la fatalidad de los hechos consumados: así es aquí y háganle como quieran.

Lo que no se ganó en los tribunales, no se ganará en la calle. En primer lugar, porque quedó demostrada la concurrencia de intereses partidistas y gubernamentales que acallaron, distorsionaron, evadieron, mintieron, simularon, desaparecieron y sentenciaron. Aquí nadie se salva, todos quedaron manchados. A nivel institucional no hay nada qué hacer: ninguna denuncia va a prosperar, ninguna marcha o manifestación logrará cambiar ninguna resolución, y ya se vio que hasta la evidencia documental puede dejar de serlo en cualquier momento. Por ahí no es.

Pero tampoco nadie ganará ni en la calle ni en los tribunales porque a nadie le importa realmente esto. Con instituciones a modo de partidos y gobierno, las personas no entienden cuál pueda ser la relación entre manifestarse o denunciar, y mejorar su calidad de vida.

Ojalá me equivoque, pero lo que sigue no puede ser nada bueno. La gente se dio cuenta de todo. Por algunas semanas las apariencias se perdieron y la simulación se hizo evidente. Los jerarcas priístas se mantuvieron en vilo, maniobrando en silencio para no tener que devolver lo comprado. La gente entendió y calló. En parte por complicidad, en parte por conveniencia.

Pero el nuevo gobierno, que dejó entrever el torbellino de corrupción que lo arrasa todo en la estratósfera, cómo va hacer para explicar a la gente que las reformas legislativas que tenemos pendientes en México desde hace 20 años -las mismas que se aplicaron y catapultaron económicamente a China y a la India desde entonces- van a ser aprobadas y aplicadas de manera indolora a una población empobrecida.

Cómo van a hacer para explicarnos que la educación en México va seguir siendo rehén de un sindicato manejado por una señora corrupta, riquísima e ignorante, y que por otros seis años vamos a seguir teniendo los últimos lugares mundiales en la materia.

Cómo le harán para controlar el narcotráfico, cuando los ex-gobernadores de los estados priístas son indiciados y perseguidos por narcotraficantes. O cuando la principal fuente de financiamiento para su campaña lo fue algún cartel del narco.

Cómo van a aplicar el iva generalizado, o a proponer cualquier nuevo impuesto; cómo van a recaudar, cómo van a aumentar la base de contribuyentes cuándo todos fuimos testigos de cómo se maneja y a dónde va a parar nuestro dinero.

Qué clase de personas se van a inscribir en lo sucesivo para competir por los puestos públicos; qué diputados, senadores y presidentes municipales vamos a tener en las siguientes elecciones, si los recién llegados no reponden a los intereses de sus comunidades, ni piensan solucionar otro problema más que el suyo, el personal: ya llegué, cómo voy a recuperar lo que invertí.

Lo que viene, lo que sigue, es una descomposición de una sociedad que ya de por sí estaba descompuesta. Una ola de indolencia, de desobediencia y de corrupción. Un detrimento en nuestra calidad de vida. La vuelta al México de los setentas, una orgía sexenal de dinero y contratos que terminará por envilecer a algunos, empobrecer a muchos y a enriquecer a unos cuantos al final.

No tenemos remedio.

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