viernes, 26 de julio de 2013

¿RELIGIONES SERIAS?


Por supuesto no es lo mismo descabezar una gallina o untarse sangre de neonatos que comerse simbólicamente a una persona, pero esas diferencias rituales no hacen más "serio" el fondo de ninguna religión, que es el dominio de los hombres a través del pensamiento mágico. 

Las religiones son una forma de poder basada en el sostenimiento de la ignorancia, el sometimiento psicológico y la necesidad de congregarse o de ser aceptado que tiene el ser humano.

Existirán, acaso, religiones mejor organizadas y algunas serán más exitosas o poderosas que otras. Pero en su entramado todas tienen una historia negra tan grotesca como abusiva, que pretenden sea olvidada o ignorada. De eso, a hablar de religiones serias... 

Que habrá qué batallar siempre con ellas, sin duda. Qué nos queda, en tanto no se rebase el umbral de lo privado: me resisto a ver la ignorancia convertida en política pública, como en algunos lamentables ejemplos de gobiernos en México y en el mundo.

sábado, 6 de julio de 2013

PUENTES DE NUEVA YORK

Hace muchos años, de visita en Nueva York, nos hospedamos en Brooklyn en la casa de Nadia, una señora ruso-americana de plática muy divertida que rentaba cuartos a estudiantes, incluyendo a mi amigo Jorge Rodríguez Martínez, que cursaba una maestría en diseño industrial.

Cierto día caminamos horadando la Gran Manzana en todas direcciones. El regreso desde Manhattan hacia Brooklyn sobre el histórico puente lo hicimos hacia la medianoche. Mi hermano Eduardo, al contemplar la dimensión de la tarea que íbamos a acometer, con el agravante del frío glacial de diciembre, le preguntó a nuestro guía si no cenaríamos algo antes. El incansable Jorge se limitó a señalarnos un punto luminoso al otro lado del East River: "ahí hay un Dunkin Donuts".

Fue una perfecta estafa, porque nunca encontramos el dichoso negocio ni cenamos, pero de todas maneras nos divertimos muchísimo.

Este junio, fiel a mi política de regresar una y otra vez a los lugares que he recorrido -con la secreta intención de volverlo a hacer y quizás así vivir para siempre-, decidí cruzar a pie el puente de Brooklyn, ahora a pleno día, saboreando su arquitectura y leyendo cuanta placa conmemorativa se encuentra adosada a él.

Memorizando cada ladrillo, cada cable y cada viga; leyendo los nombres de los ingenieros y patrocinadores del puente que nadie lee nunca, queriendo absorber para mí y para siempre una parte significativa de la historia mundial.

Llegué a Brooklyn y vagué un rato por el distrito Dumbo contemplando las pizzerías, los edificios viejos de ladrillo, las modernizaciones, las conservaciones  y embellecimientos que emprenden autoridades y ciudadanos inteligentes, cuidadosos con el entorno. Pasé junto a un antiguo carrusel totalmente restaurado, cobijado por una estructura de cristal y acero diseñada por el arquitecto Jean Nouvel, premiado con el Pritzker.

Regresé sobre el puente de Manhattan, extremadamente ruidoso por el paso continuo de los vagones del metro. Sin embargo dispone un lado para el tránsito peatonal y otro para el de bicicletas.  Lo pasé a pie. La próxima vez pienso hacerlo en bicicleta.


El puente de Brooklyn visto desde el puente de Manhattan.

Una vista del Brooklyn Bridge Park. 
A la mitad de la foto, junto al río,  se observa 
el cubo de cristal con el carrusel.

Bajando el puente de Manhattan hacia Canal Street.

Debajo de uno de los arcos del puente de Brooklyn.



jueves, 20 de junio de 2013

LA BESTIA DE KANDAHAR

Enorme Hermano
hasta donde alcanzamos a ver
¿por qué tienes las orejas tan grandes?

Antes de comernos
líbranos, Señor, de nuestros enemigos.
No es intención contrariarte,
pero en esas desdentadas listas tuyas
un marcador cubre a los indiciados.

Aún así nos sentimos seguros
cuando dejas caer tu furia sobre los Elegidos,
animando cada tanto
nuestras pequeñas y breves existencias
con tu pirotecnia de vísceras.

Noches de Kandahar
acompasadas por el aleteo nocturno
de dioses mortales sin invitación,
aguafiestas de bodas y música de entierros.

La red se teje sobre el planeta:
los sabios lo saben,
y desesperados no encuentran la punta al hilo.

Se enlazan los nodos, la geografía se nos hace chiquita,
vamos quedando arrinconados
sobre este ladrillo triste
que quiebra el cristal
de una noche sin gemas.



Woody Allen





Que Woody Allen no toque el clarinete con un nivel mínimamente aceptable para los que estuvimos dispuestos a pagar por una audición suya fue una gran decepción.

Uno asumía que valía la pena escuchar a un genial director de cine, escritor y humorista al que además le da por tocar su instrumento con su grupo de jazz los lunes por la noche en el Café Carlyle de Nueva York.

Tal vez no me informé lo suficiente. Es posible que una breve consulta a los comentarios en línea del lugar me hubiesen abstenido de asistir. Mi conclusión: sigamos disfrutando de las películas de Woody Allen, sigamos festejando su humor y su excentricidad, sus libros y sus comentarios. Y no dejemos de admirarlo en el Carlyle.

martes, 4 de junio de 2013

EVANGELIOS APÓCRIFOS: El bullying del niño-dios

Agradezco al poeta y periodista andaluz avecindado en México, Juan Cervera Sanchís, el obsequio que me ha hecho de un ejemplar de Los Evangelios Apócrifos, en edición de 1963 por la Editorial Católica de Madrid.

Ejemplar de consulta para los especialistas, en este caso el libro goza del Nihil obstat, esto es, la autorización de los censores de la iglesia católica para ser publicado. Ello implica que a la par de los eruditos análisis y comentarios del compilador Aurelio de Santos Otero, quien nos da abundantes luces acerca del origen y evolución de estos textos, evidentemente quedaron fuera de la edición numerosos pasajes pues las versiones omiten versículos y hasta capítulos enteros, quizás por explicar de más o incluso contradecir las pulidas versiones de los evangelios canónicos aprobadas a principios del siglo IV.

Paradójicamente, en estos evangelios apócrifos se encuentran muchos de los elementos de la mitología cristiana que son parte informal de la tradición, o constituyeron material que numerosos artistas -y no olvidemos que las grandes obras de arte en Occidente fueron financiadas por la Iglesia-, retomaron para documentar ciertas imágenes pictóricas o literarias que han llegado hasta nuestros días sin que se encuentre referencia alguna de ellas en los libros del culto católico.   

Los ejemplos son numerosos: baste mencionar los nombres de Joaquín y Ana, abuelos de Jesús y padres de María; las referencias a los hermanos de Cristo; la presencia del buey y el asno en el nacimiento milagroso del Salvador en una cueva; los nombres de los tres reyes magos; el nombre de Longinos, soldado romano que atravesó con una lanza el costado del crucificado...

Estos evangelios apócrifos (apócrifo viene del griego: "cosa escondida, oculta"), devinieron para la Iglesia en libros de origen dudoso, cuya autenticidad se impugnaba. 

Lo extraordinario del caso es que la Iglesia misma no pudo desentenderse del todo de éstos, quizás porque aportaban algunos elementos no tanto verificables (pues ni siquiera la existencia misma de Jesús ha sido comprobada de manera histórica, y los testimonios escritos, los evangelios, -sean canónicos o apócrifos-, datan los primeros de por lo menos dos siglos después del supuesto nacimiento de Cristo) como contra-argumentales: corroboraban los "errores" filosóficos, teológicos o hasta dizque históricos en que incurrían las numerosas sectas o escuelas de interpretaciones (gnósticas, docéticas, encratísticas, maniqueas, monofisitas, bogomiles, coptas, y un largo etcétera) que se disputaban la titularidad del cristianismo que desde esa época iba decantándose hacia la forma del poder que actualmente conocemos.

No deja de ser fascinante, sin embargo, el paseo por la evolución de estos manuscritos, que se sucedían unos a otros en torrente conforme se diseminaban las enseñanzas de la doctrina cristiana  fundacional. 

Nada extraño que surgieran versiones incongruentes, adornadas, explicativas, disparatadas y hasta contradictorias de un mismo texto, al gusto de los intereses de cada secta, o bien de acuerdo a las limitaciones, humores, geografía, imaginación, información, educación o dominio de los idiomas que tuviese cada uno de los escribas encargado de realizar las respectivas copias o traducciones, en un tiempo en el que no existía la imprenta y el conocimiento era difundido de manera oral o manuscrita.

Como en un juego del teléfono descompuesto, entre decenas de anécdotas no oficiales, se asiste a la progresiva transformación de estos primitivos manuscritos expuestos a los más diversos accidentes: ortográficos, fonéticos, errores de copiado, diferencias de interpretación, mutilaciones, ilegibilidad por deterioro del soporte, etcétera. Todo explicado en el libro con abundantes anotaciones a pie de página que en muchas ocasiones, obviamente sin querer, confirman silogísticamente al lector la falta de autenticidad o  inspiración divina...¡de los evangelios canónicos!

Conforme la nueva religión se extendía, igual se multiplicaban sus textos, cuyo conjunto llegó a ser de varios cientos (más los que se acumulen, pues varios de ellos están perdidos y se conocen sólo por referencias), escritos en o traducidos al arameo, griego, latín, siríaco, hebreo y hasta francés; encontrándose fragmentos de los mismos desperdigados desde Etiopía hasta Rusia, pasando por Egipto, y llegando hasta la biblioteca Británica de Londres, por citar sólo algunos de los lugares donde han sido encontrados o están bajo resguardo. 

Al margen de cualquier otro que se les asigne, queda el valor literario de estos documentos, algunos de los cuales relatan pasajes fantásticos al estilo de las leyendas orientales, donde entre otras cosas interesantes descubrimos a un niño Jesús arrogante y violento, capaz de matar por medio del bullying mental a sus inocentes compañeros de juegos, que no sabían con quién se estaban metiendo.

Podría haber sido digno de incluirse en la antología de Cuentos Breves y Extraordinarios compilada por Borges y Casares en 1956, este Pasaje II del Evangelio del Pseudo Tomás que transcribo por su belleza de imagen y lenguaje exacto; anécdota que prefigura -siempre dentro de la tradición cristiana-, el mandato de Jesús a sus apóstoles:


1. Este niño Jesús, que a la sazón tenía cinco años, se encontraba un día jugando en el cauce de un arroyo después de llover. Y recogiendo la corriente en pequeñas balsas, la volvía cristalina al instante y la dominaba con su sola palabra.

2. Después hizo una masa blanda de barro y formó con ella doce pajaritos. Era a la sazón día de sábado y había otros muchachos jugando con él.

3. Pero cierto hombre judío, viendo lo que acababa de hacer Jesús en día de fiesta, se fue corriendo hacia su padre José y se lo contó todo: "Mira, tu hijo está en el arroyo y tomando un poco de barro ha hecho doce pájaros, profanando con ello el sábado".

4. Vino José al lugar y, al verle, le riñó diciendo: "¿Por qué haces en sábado lo que no está permitido hacer?" Mas Jesús batió sus palmas y se dirigió a las figurillas gritándoles: "¡Marchaos!" Y los pajarillos se marcharon todos gorjeando.

5. Los judíos, al ver esto, se llenaron de admiración y fueron a contar a sus jefes lo que habían visto hacer a Jesús.








miércoles, 29 de mayo de 2013

LA ISLA





                                         Una isla es un reloj de arena
                                         que se desgrana a golpe de olas.

                                         En sus habitantes
                                         es perpetuo el temor a ser orillados.
                                         Observan con preocupación los iridiscentes
                                         tonos de las bestias que los rodean,
                                         sienten el cosquilleo del sargazo que penetra
                                         en sus narices.

                                         Los hombres se arroban con el canto
                                         genital de las medusas.

                                         Las mujeres sueñan con ser atenazadas
                                        por cangrejos que las levanten ingrávidas
                                        para luego perderse en obscuras galerías
                                        de recónditos deseos.

                                       Nada se antoja más que descubrir una isla
                                       y sobrevivir rabdomantes.
                                       Ubicar los manantiales, los olvidados tesoros.
                                       Probar los reflejos de la cacería
                                       persiguiendo la isla y a uno mismo.

                                       Avistarla
                                       Rodearla
                                       Bajofondear
                                       Acechar
                                       Asediar
                                       Desembarcar

                                       y huir o dejar los huesos:
                                       conjunción y disyuntiva.

                                       Luego
                                       desvirtuar las señales,
                                       equivocar el rumbo,
                                       trazar mapas inexactos con la intención
                                       de perder al enemigo de juergas
                                       para que no intente regresar
                                       aprovechando la resaca o el buen tiempo.

                                       Eso sí: guardar cada peñasco en la memoria,
                                       el olor de las sales,
                                       la solidez del granito que nos sacó a flote
                                       salvándonos la vida;
                                       la languidez corporal de sus playas tostadas al sol,
                                       bandera atlántica con los tonos de los arrecifes.




martes, 30 de abril de 2013

TU NOMBRE EN LA MARQUESINA (Ficción)



Entró corriendo al teatro. Encontró el número de su asiento en la penumbra, adaptando sus ojos a la tenue obscuridad. Se sentó. Esperó a que comenzara la obra. Al abrirse la cortina, descubrió un contingente numeroso de actores que pretendía ser un público. Miró hacia los lados y hacia atrás: él seguía siendo el único espectador en la sala. Se hizo pato jugando a apagar el celular, mientras esperaba que del otro lado comenzara algún diálogo. No ocurría nada. Dobló y desdobló la hoja del programa que una señorita muy amable le había dado al entrar, cuando llegó escuchando en el altavoz el anuncio de la tercera llamada. Cuando se dio cuenta que el teatro estaba vacío, quiso irse, pero se sintió  comprometido. Pensó que por tratar de llegar a tiempo, quizás hasta había dejado estacionado el auto en lugar prohibido, pues era extraño que la calle estuviese tan despejada a esas horas. Sin embargo, no observó ningún disco que prohibiera aparcarse. Se olvidó del asunto cuando uno de los actores carraspeó desde el escenario. Con la incomodidad de encontrarse solo en medio del graderío, se dispuso a observar. Pero no sucedía nada. La iluminación en el foro era escasa, descubriendo apenas las caras rígidas de los actores. Eran varias filas de personajes con vestimentas diversas, hombres y mujeres, más o menos quietos en sus asientos, con la mirada fija hacia el frente. Algunos hacían pequeños movimientos con las manos, sutiles ademanes. Una mujer regordeta y con sombrero, murmuró algo en la oreja de su acompañante, un caballero de edad algo avanzada, canoso y delgado, con rostro que parecía seco a la distancia, tal vez acentuado por la iluminación espectral.

Creyó escuchar una música asordinada, una lejana Big Band. La bocina debía encontrarse a sus espaldas, pues de ahí provenía el sonido. Dobló el programita que tenía entre las manos: serían ahora dieciséis los rectángulos que formaba con ese nuevo doblez. Miró otra vez al escenario, donde los personajes en silencio parecían mirar una película. La música incrementó su volumen hasta que ésta cesó de pronto con un especie de golpe y un grito. No le quedó más remedio que voltear: una mujer bajaba corriendo por el lado derecho del auditorio, llamándolo por su nombre. Inequívocamente se dirigía hacia él. Pensó en el auto, tal vez una grúa estaba enganchándolo en esos momentos. La mujer, una rubia a lo Scarlett Johansson, se detuvo a medio pasillo llamándolo a grito abierto ¡Xavier, Xavier!

Se sintió en ridículo al levantarse, excusándose con los actores mediante una mirada y media sonrisa que pedía comprensión. ¿No hubiese sido más sencillo y discreto acercarse a él sin tanto escándalo? 

Atorándose entre los asientos, tropezando, Xavier se encaminó apurado hacia la Scarlett, que lo esperaba sosteniendo un pequeño bulto en una de sus manos. Era inútil pasar desapercibido. Sin embargo, los actores que apenas e hicieron algún movimiento, continuaban sentados y callados dentro del escenario. Diez metros delante de ellos, Xavier se acercaba con vergüenza a la mujer. Palpaba con la mano derecha las llaves del auto y la cartera, que pensaba, tendría qué utilizar para salir del paso.

Al llegar a la Scarlett, ésta deshizo en el aire el paquete que traía, una bolsa que se desplumó como  almohada mientras de manera instintiva Xavier se había agachado para esquivar un golpe. Volaban cartas.

- ¡Bastardo! ¡Imbécil! ¿Qué crees que soy tu burla?

La miró desconcertado: era sin duda hermosa y se encontraba verdaderamente molesta. Cayó en la cuenta: una de esas obras experimentales en las que hacían participar al público. 

Regresar a su lugar hubiese sido una absoluta falta de respeto hacia tantos actores que habían decidido brindarse aunque fuese para un solo espectador, y decidió seguir la corriente.

La furia de la mujer parecía genuina, sus ojos verdes chisporroteaban una selva completa, mientras la quijada endurecida parecía que en cualquier momento le rompería la piel de la cara.

Xavier balbuceó, pensando en decir algo inteligente que llevase adelante la obra, algo que no rompiese con la línea general de una improvisación que algún dramaturgo, queriéndose pasar de listo, habría compuesto para el caso.

- ¡No te enojes, Scarlett! ¡Tuve qué volar de urgencia a Mérida!

Del foro se desprendieron algunas carcajadas que tuvo qué aguantar.

La rubia se cruzó de brazos. Él esperaba que ella le soplase alguna línea, que le hiciese algún gesto para saber hacia dónde debía llevar la trama antes de volver a su asiento. Sin embargo, la Scarlett hizo un mohín como esperando algo más, algún pretexto que aliviara en algo el enojo que le demostraba. Sus labios pronunciaron una lenta y rabiosa frase: 

- Te estuve esperando y no llegaste.

Xavier, siguiéndole el juego, un tanto halagado por constituirse en el tormento de aquella mujer cuyo ajustado vestido insinuaba sin vulgaridad apetitosas formas, inventó que tuvo qué salir de urgencia, pues sus clientes le habían llamado a medianoche y a esa hora tuvo qué comprar el boleto para Mérida, juntar sus papeles y salir muy temprano hacia el aeropuerto. Entre tanta prisa dejó olvidado el celular que estaba cargándose sobre el buró. Había querido marcarle a ella desde Mérida, pero cuando llegó al lugar del accidente (¿esa apurada invención suya, de un abogado viajero, no desconcertaría a la Scarlett?) se encontró con que el chofer ya había agotado el crédito  de su teléfono, y el resto del día se lo pasó en el ministerio público y con el agente de la aseguradora tramitando los documentos del incidente. Apenas alcanzó a regresar al aeropuerto para tomar el último vuelo hacia la Ciudad de México; al llegar a su departamento, consideró que sería una imprudencia llamarle tan tarde, estaba seguro que ella entendería al día siguiente que había ocasiones así en su trabajo.

Terminada su detallada explicación, se quedó esperando alguna reacción de la Scarlett; pero ella continuaba recelosa, con la cabeza baja y sin mirarle a los ojos, sin darle señal que indicase a Xavier lo que se esperaba de él en los siguientes instantes.

Después de un prolongado y embarazoso silencio, Xavier optó por recoger el montón de cartas que le habían sido arrojadas prácticamente a la cara. Estaban esparcidas en la alfombra. Las recogió  echándolas de nuevo a la bolsita de tela donde ella las traía. Intentó hacerlo con toda naturalidad, sin perder de vista la reacción de la actriz.

A punto de terminar, cuando observaba vagamente lo que le pareció una escritura conocida en alguno de los sobres, comenzó a escuchar sollozos convulsivos de la Scarlett que pronto se convirtieron en torrente. Desconcertado, Xavier miró hacia al escenario, donde los actores se mantenían imperturbables,  observándolos. Regresó su atención a la mujer, y en un acto reflejo, levantándose mientras sostenía en una de sus manos la bolsa con las cartas, intentó rodearla con sus brazos; en ese instante ella se derrumbó por completo buscando su pecho, acurrucándose, mientras Xavier la abrazaba no muy convencido de estar haciendo lo correcto.

Aplausos. Y alivio.

Xavier abrazaba a la Scarlett, que no lo soltaba, esperando el momento en el que terminara la fantasía para regresar a su asiento. Sentía la respiración de ella, el vapor cálido de su aliento junto con algunas lágrimas humedeciéndole la camisa. Se apagaban los aplausos mientras ella lo estrechaba con una fuerza inesperada. En algún momento él le acarició la cabeza. De entre la maraña de cabello rubio y lacio salió un murmullo suplicante:

- No te vayas, no te vayas...

Al hacerse el silencio de nuevo, Xavier intentó inútilmente separarse de la mujer que continuaba recostada sobre su pecho; ahora ya no le decía nada, habría qué esperar para saber qué seguía.

Luego de unos segundos, cuando Xavier comenzaba a impacientarse por estar a merced de las ocurrencias de los actores, ella lo soltó, le dirigió su extraña mirada verde, quizás más extraña esta vez, y tomando su mano, lo jaló de súbito hacia la parte trasera de la sala.     

Él, entre confuso y divertido, se dejó llevar corriendo hacia la obscuridad donde no los alcanzaba la leve iluminación que provenía del escenario. La Scarlett abrió de súbito una puerta, deslumbrándolo. Una Big Band tocaba al otro extremo del salón. 

Poco antes de cerrar, Xavier alcanzó a mirar la descompuesta cara roja de la señora del sombrero; escuchó apagarse detrás de la puerta las voces de protesta, las exclamaciones y las palabrotas; los pasos sobre las tablas de los actores que furiosos salían en su persecución.

II


Scarlett se perdió entre el gentío que llenaba el lugar.

Una especie de neblina ocupaba el aire, sacudido por la fuerza de la música que tocaba la orquesta. Xavier se encaminó hacia al otro extremo del salón, alzándose cada tanto de puntillas intentando rastrear la cabellera de la muchacha.

Nunca hubiese sospechado la existencia de aquel antro junto al teatro, pero concluyó que era lógico: no en balde Coyoacán era uno de los lugares más visitados de la ciudad. Xavier sostenía con firmeza la bolsa con las cartas. Pensó en éstas como la única prueba de realidad de lo que había sucedido apenas unos momentos antes. Una bolsa de felpa llena de cartas, probablemente de utilería, lo obligaban a seguir aquella inesperada aventura, aparentemente perseguido por toda una compañía de actores.

Se había alejado ya lo suficiente de la puerta por donde entró, nadie más se había asomado por ahí, y con alguna tranquilidad se detuvo junto a una mesa. La asistencia en general era de personas de mediana edad, no se trataba de adolescentes. De un vistazo comprobó que él vestía de manera apropiada, pues la mayoría de los hombres llevaba saco sport. Ninguno usaba corbata. El griterío y las risas se entremezclaban en ese instante con las notas de un clarinete a la mitad de "Nice Work if you can get it". 

Prosiguió su avance entre las mesas y las personas que deambulaban con copas en la mano. Con el rabillo del ojo creyó divisar una claridad dorada. Era Scarlett, sentada, haciéndole señas para que se acercara. 

Bueno, había llegado el final de la farsa. Le entregaría la bolsa de felpa, tal vez reirían juntos unos momentos y después se iría para siempre de la vida de la actriz, feliz al menos de haber tenido una experiencia diferente en aquella noche de teatro.

Xavier a la distancia le mostró la bolsa, como diciéndole: "aunque todo sea de mentiras, mi responsabilidad ha hecho que guarde esto para ti, ahora debo entregártelo". Scarlett seguía pidiéndole que se acercara, de manera enfática. Cuando llegó Xavier, le hizo lugar en la silla junto a ella, y le indicó que se sentara.

No había más qué seguir el ritmo, cualquier cosa que ocurriese a partir de ahí era ganancia para la vida solitaria de Xavier. Cumplidor en su trabajo como Jefe de Área de la Secretaría del Patrimonio, pasaba todos los días de nueve a seis revisando interminables listas de inmuebles desperdigados por el territorio nacional, ajustando sus descripciones, comprobando las claves catastrales, los datos de inscripción en el Registro Público; elaborando reportes de las diferencias encontradas y las correcciones hechas contra el soporte documental.

La mirada verde era mucho, muchísimo más de lo que había aspirado a encontrar los fines de semana culturales que se permitía como único lujo. A diferencia de sus compañeros de oficina, le disgustaba beber, y lo que él al principio creyó que era simple respeto a su moderación, con los años llegó a convertirse en verdadera exclusión por su mamonería, que lo apartaba sin ofenderlo de cualquier reunión o fiesta que casi cada fin de semana organizaban los compañeros, sin invitarlo. 

Solamente en un par de ocasiones convivió con Jonás y con Mercedes; de hecho Mercedes le había interesado. Demasiada mujer para él -pensaba-: grandota, atrabancada, mandona; sin embargo aceptó en un par de ocasiones  las invitaciones de él para ir juntos al cine de arte.

En la segunda ocasión, nervioso, platicándole en el auto acerca de los significados ocultos en una película de Bergman, Xavier observó la mirada entre divertida y aburrida detrás de los anteojos de Mercedes, a quien él no se había atrevido a tocar aún. 

Ella se le abalanzó besándolo. Xavier recordaba todavía el sudor en la cara de ella junto con el vaho en sus anteojos; el sabor de un lápiz labial demasiado fluorescente y perfumado, los ojos cerrados que ella mantenía mientras él, lejos de concentrarse o sentirse entusiasmado, observaba los barritos y las imperfecciones en la piel de Mercedes, y aspiraba el escandaloso aroma que la impregnaba.

Cuando ella le pidió que fuesen a un lugar donde estuvieran solos, nomás no entendió, y se la llevó a un parque, lugar que ella consideró apropiado para retirarse poco después, dejando a Xavier pensando cómo le haría la siguiente vez que se vieran, para cogérsela.

Ya para cuando se extendió por la Secretaría la especie, por parte de Mercedes misma, de que ésta se le había ofrecido y que Xavier "le había sacado", ya él había abandonado toda esperanza respecto a ella. Se enteraría luego que Mercedes andaba con el Director de Adquisiciones, un calvo cincuentón, con esposa y fama de borracho, quien finalmente la sacó de trabajar poniéndole casa chica y un abultado sueldo como aviadora en la nómina.

De eso ya habían pasado cinco años. Muchas tardes, demasiados fines de semana. Ocasionales viajes a Mérida para visitar a su madre, quien vivía con Raquel,  la hermana de Xavier, y quien afortunadamente se había recibido en Enfermería, por lo que no le faltaban a la mamá los cuidados propios de su edad.

Xavier al sentarse puso la bolsa con las cartas sobre la mesa, y casi de inmediato Scarlett lo presentó con cada uno de los que la acompañaban. 

Entre el bullicio del lugar, apenas escuchó (aunque fingió poner atención) los nombres de cada quién. Eran cuatro hombres y tres mujeres que conversaban entre sí, y voltearon a ver al nuevo invitado sólo en cuanto Scarlett se dirigía a ellos. Había una Sara y un Rogelio. Algún Alberto o Roberto. Le llamó la atención Selene (¿O Selena?) quien hacía honor a su nombre, pálida como una bruja, con el cabello lacio de un negro sedosísimo. Del cuello le colgaba una cadena con una enorme estrella dorada. Xavier de inmediato pensó en un pentáculo, aunque ya viéndolo con atención, el dije hacía más referencia al mar que a la hechicería.

- ¿Qué quieres tomar?

Otra vez Xavier, sin remedio, se llenó de las intimidantes notas selváticas.