miércoles, 18 de junio de 2014

PARÍS Y CHARTRES: Imágenes alternas

En París el azar te pone de súbito en el asiento de Balzac.
En Chartres, sirven ángeles en los restaurantes.







PARÍS
Se entra por aquí. 



                                       











CHARTRES
Carnes Rojas



                     
PARÍS
Montmartre a través del tiempo 















CHARTRES
¡Te quiero mucho!















PARÍS
Costumbre azteca














CHARTRES
Iniciación
















PARÍS
Siga la Flecha



CHARTRES
A la manera de Escher
















PARÍS
Tómalos con cuidado



CHARTRES
En Bandeja

viernes, 30 de mayo de 2014

Poema: EL TEMBLOR / THE QUAKE



EL TEMBLOR

De la entrepierna de la montaña,
de un olvidado pliegue suyo,
de una profunda herida de azogue y agua 
brota la queja.

Columnas de fuego juegan a las luchas 
entre el lodo y el tezontle,
y un repentino cambio de postura
mece la antigua nave de piedra
varada a la mitad del lago.

Espasmos buscan el cielo abierto,
exhalación de un grito sordo
hacia el nublado espacio solar.

Es la vibración del inframundo
rebelado contra sí mismo,
y contra el éter negro de lo inútil.

Hay temblores y sudor,
los xoloizcuintles alzan las orejas
atentos al tremor que asciende
desde el nudo ciego que desata
cerros y placas.

Como insectos atolondrados
nos movemos superficiales
a vueltas sobre nuestro frágil plato.

Buscamos entonces refugio y a los hijos,
palidecemos y empezamos a entender 
la inutilidad de rezos y súplicas cuando creíamos, 
con suerte, agarrar a dios desprevenido:

ahora no queda sino esperar su réplica.


THE QUAKE

From the crotch of the mountain,
from one of its forgotten folds,
from a deep wound of mercury and water
the wail arises.

Columns of fire wrestle
between mud and volcanic rock,
and a sudden change of position
rocks the old stone ship
stranded in the middle of the lake.

Spasms seek the open sky,
exhalation of a muffled cry
into the cloudy sunspace.

It’s the vibration of the underworld
rebelled against itself,
and against the useless black ether.

There is trembling and sweating,
xoloizcuintles* raise the ears
attentive to the tremor climbing
from the blind knot that unties
hills and plates.

As giddy insects
we move shallow-minded
circling over our fragile dish.

Then we seek refuge and the children,
we pale and begin to understand
the futility of prayers and supplications when we thought, 
hopefully, to catch an unsuspecting god:

now we can only wait for his reply.

*Xoloizcuintle= mexican bald dog


lunes, 19 de mayo de 2014

Poema LA OBRA MAESTRA/ THE MASTERPIECE



LA OBRA MAESTRA

Un artista está inquieto frente a una pintura.
Le duele abandonarla dejándola inconclusa,
pues esperaba dar más de sí.
Sin embargo, sabe que sus brillos fulgen 
siglos por delante en la dirección correcta:
un hilo dorado atraviesa su estudio.

Exacto azar repartirá asimétrico la Fortuna.
El hombre tendrá una sola muerte
y asomará fantasmal en el tiempo,
desvaneciéndose entre las plastas.
Su obra en cambio, pasará vicisitudes extraordinarias.
Será vendida y olvidada largo tiempo en algún desván
luego será robada falsificada recuperada 
copiada dañada restaurada
heredada denostada incomprendida
exhibida admirada.

Él sólo intuye que se le va de las manos
y quiere despedirse de ella acariciándola.
Toma distancia, 
toma un trago;
la toca desnuda por última vez.
Le percibe aromas de eternidad
y lo llena una nostalgia de cuerpo entero:
le duele lo injusto 
de un viaje al que no es invitado.


THE MASTERPIECE 
An artist is restless facing a painting. 
It hurts him giving up and left it unfinished 
as he expected to give more of himself. 
However, he knows that its brightness shines 
centuries ahead in the right direction: 
a golden thread is crossing his study. 

Exact randomness will distribute asymmetric Fortune. 
The man will have only one death 
and spectral he will peer out in time, 
fading between the lumps. 
His piece instead will spend extraordinary vicissitudes. 
It will be sold and forgotten long in some attic 
then it will be falsified stolen recovered 
copied restored damaged 
inherited insulted misunderstood 
exhibited admired. 

He senses this is getting out of his hands 
and wants to say goodbye by caressing her. 
He distances himself, 
he takes a drink; 
he touches her nakedness for the last time. 
He perceives fragrances of everlasting in her 
filled with a full-length longing: 
it hurts him the injustice 
of a trip to which he has not been invited.



jueves, 8 de mayo de 2014

Noche de Open-Mic en Queens


Fui invitado por mi amigo el poeta norteamericano Gordon Gilbert a una sesión de Open-Mic (Micrófono Abierto, en español) en el barrio de Queens de la Ciudad de Nueva York.

Lo que hasta hace unos años era una zona de bodegas industriales se ha transformado en una zona de comercios y viviendas que aprovechan la estructura de los edificios originales. Una cafetería de techos altísimos ubicada a la mitad de una amplia avenida, sirve una vez a la semana como lugar de encuentro para una comunidad de artistas emergentes locales. Este esquema se repite todos los días en varios sitios esparcidos por toda la ciudad.

Materialmente se requiere de muy poco, además del espacio reservado: un par de bocinas y micrófonos de pedestal, y una consola de sonido. La cafetería se beneficia de la venta de bebidas y bocadillos, en lo que antes del acuerdo con los organizadores del Open-Mic quizás hubiese sido una noche de bajos ingresos.

La cita era a las 7pm, y desde poco antes empezaron a llegar los artistas para ocupar sus lugares entre un público conformado por ellos mismos, algunos amigos y hasta una incipiente legión de seguidores. De manera previa cada uno se había registrado en línea. Para esta sesión hubo treinta participaciones disponibles, que se agotaron en una semana. El costo por inscribirse era de 7 dólares, que se podían pagar por internet, o bien en efectivo al llegar: la lista ya estaba impresa y completa. Cada presentación tenía un tiempo límite de seis minutos.   

La maestra de ceremonias, parte del equipo organizador formado por tres personas, dio comienzo a la sesión interpretando al piano tres extraordinarias piezas compuestas por ella misma, cantándolas en un estilo desenfadado, pleno de humor. 

Si el inicio fue sorprendente, lo que siguió durante cuatro horas más fue una muestra contundente del talento artístico neoyorkino, reunido por una noche mediante una estrategia profesional de apoyo recíproco. 

Artistas de todas las edades, géneros, razas, vestimentas, creencias y tendencias (aunque la mayoría, sí, jóvenes de 20 a 35 años) -todos aspirantes a un lugar en la "escena"- se presentaron uno tras otro actuando, aplaudiendo y festejando sucesivamente las actuaciones de los demás.

Escuchamos trovadores y compositores de voces excepcionales acompañados sólo por su guitarra (jazz, country, rock); comediantes en la mejor tradición del inteligentísimo stand-up norteamericano; una chica de ascendencia oriental que cantó y bailó al estilo de Kelly Clarkson con una pista probablemente elaborada por ella misma; una cantante afroamericana sensacional que no requirió del micrófono, acompañada al piano por un muchacho, interpretando piezas de su autoría como salidas de un musical de Broadway.

Y por supuesto los poetas. La palabra bien dicha es algo muy respetado en los Estados Unidos, cualquier estudiante tiene en la memoria algunos de los mejores poemas en lengua inglesa. La poesía es celebrada y en Nueva York sobre todo, hay una tradición literaria con una decidida vocación liberal, que ha sido instrumento y protagonista de los grandes hitos norteamericanos: libros, discursos, manifiestos, canciones, investiduras presidenciales, por mencionar algunos.

Las participaciones de los poetas en estas sesiones de Open-Mic, tal vez por razones culturales -a diferencia de nuestra ceremoniosa tradición hispánica- están despojadas de solemnidad, y los escritores tienen sobre sí la responsabilidad adicional de entretener. Es en este contexto que las lecturas tienen un fuerte componente físico: modulaciones de voz, movimientos corporales, interacción con el público, bromas, fraseo rítmico ("rapeo"). Es decir, el poeta debe aquí dramatizar y hasta cantar el poema, hacerlo interesante independientemente de sus valores literarios.

Esa noche escuchamos la voz profunda y los poemas vitales de nuestro amigo Gordon Gilbert, así como la diáfana expresión literaria de Valerie G. Keane, entre otros escritores. 

Adicionalmente al altísimo nivel de los participantes -casi todos pasarían sin problemas como profesionales- quiero señalar algo que llamó mi atención: el respeto de todos para cada uno de ellos, que fueron escuchados con detenimiento y aplaudidos sin excepción, haciendo que los artistas se sintieran en confianza para desplegar lo mejor de sus habilidades.

Eran las diez de la noche y el micrófono seguía abierto. A esa hora sólo unos cuantos se habían retirado, la mayoría seguíamos ahí, atentos, escuchando. Los murmullos eran de satisfacción. Nunca vi a nadie codear maliciosamente a otro ni hacer un mal comentario. La gente seguía llegando. 

Si es que existe, aquí tienen el secreto del éxito. Impresionante.




El poeta Gordon Gilbert leyendo


martes, 8 de abril de 2014

CUENTO: Conducta inapropiada


CONDUCTA INAPROPIADA

- How much time? '¿Cuánto falta?', preguntó en inglés el árabe alto y sonrosado que había contactado a José en la cenaduría La Última y Nos Vamos de Nogales, México.

- We are almost there, 'ya casi llegamos', le contestó también en inglés José, nativo de Sonora y pollero profesional.

Todavía era de noche. La última vez que José utilizó esa vereda apenas insinuada sobre la tierra fue un par de años antes, cuando le facilitó el sueño americano a una parvada de chinos inexpresivos.

Para José, los blanquitos solitarios que pagaban por cruzar ilegalmente desde México hacia el Norte siempre eran malosos, pero no era su chamba averiguar sus antecedentes. El güero no entendía ni madres de español, aunque hablaba un inglés casi perfecto.

Los dos habían caminado esa mañana por la ruidosa calle principal de Nogales hasta el HSBC, donde el extranjero depositó en ventanilla el pago complementario por el servicio contratado en la Ciudad de México. 

Ya pardeando, José pasó al destartalado hotel ubicado tres calles antes que la ciudad terminara -o que el desierto comenzara- en un súbito y colorido basurero de huesos, mezquites y cactáceas, para recoger al árabe que lo esperaba vestido con la ropa necesaria para la jornada.

- My friend! exclamó Terry, -así dijo llamarse el güero-, al ver llegar a José en su troca. Éste le pidió que pusiese su mochila en la parte de atrás, en la caja, a lo que Terry se negó con ademanes, subiéndose con ella en la cabina.

José pensó que su cliente podría ir más cómodo sin la mochila en los pies, pues el camino hasta el rancho de La Viuda todavía era largo; aunque no había razón para alegar: fuera uno a saber qué llevaba el extranjero en ese paquete. Se encaminaron por la carretera, desviándose kilómetros adelante entre sembradíos cubiertos de plástico, como naves blancas posadas sobre el desierto. Nada más pasarlos se enfilaron por una brecha.

En ese trabajo se imponía hablar lo menos posible. Dicha regla había permitido a José llevársela tranquila en más de treinta años de operar: cada mes, su único contacto en la Ciudad de México le enviaba clientes -personas o grupos pequeños- dispuestos a correr el riesgo de cruzar hacia los Estados Unidos por La Línea.

La Línea era el término abstracto con que la gente se refería a la red confidencial de veredas y propiedades privadas, que garantizaban a cualquiera que pudiera pagarlo, el acceso seguro a suelo norteamericano, a más de cien millas después de la frontera. 

Muy pocos eran los iniciados, -gente probada y discreta- que tenían verdadero acceso a ese cruce de caminos y complicidades binacionales. José era uno de ellos.

Gracias a eso, gozaba de cierta prosperidad. Era propietario de la troca en que ahora viajaban, de un auto deportivo y una minivan, aparte de dos casas del lado mexicano. Los fines de semana libres se iba a pescar tilapias a la cabaña que tenía en La Angostura, casi siempre bien acompañado mientras esperaba el mensaje con los detalles de la siguiente cita. 

Esto último, lo de la pesca, José lo soltó sin querer al árabe, tal vez hablando para sí; quizás no, agobiado por la monótona aridez del paisaje nocturno y por el ronroneo continuo de la camioneta, que le provocaban una modorra intolerable a pesar de su experiencia.

Era una semana ideal pues estaban en luna nueva, explicó a Terry. Y no había de qué preocuparse, pues aún con las nuevas tecnologías, para la border patrol era difícil distinguir entre personas, animales o vehículos; menos aún entre habitantes locales o inmigrantes ilegales. Además, la migra no disponía de agentes para cubrir tanto terreno. 

Hasta hacía diez años, -continuó José- anualmente entraba medio millón de personas de manera ilegal a los Estados Unidos por la frontera con México. Para el año pasado, ya sólo cincuenta mil pudieron hacerlo. Los encarcelamientos y las deportaciones diarias alcanzaban récord, y la cuota mortal por evadir la ley iba en ascenso. Eso hacía indispensables los servicios de personas como José y su socio. 

Terry consultó su enorme cronómetro de pulsera y solicitó al guía detenerse, interrumpiéndolo en el recuento de sus estadísticas. 

-Going to the toilet? It's all yours! '¿Quieres ir al baño? ¡Es todo tuyo!', exclamó José, que sonrió comprensivo mientras detenía el vehículo a la mitad de la nada negra, señalando con un amplio ademán la inmensidad frente a ellos. El extranjero sacó una lámpara, se apeó con todo y mochila, y se disolvió poco después en la obscuridad. 

El guía prendió la radio, sintonizando una estación de Movimiento Alterado que transmitía desde Calexico. La música llenó la noche de estrofas que inmortalizaban hazañas transgresoras. Desafíos a la autoridad sin importar bandera, que hermanaban a los ilegales de ambos lados.

Luego de un rato José se inquietó, pues Terry no regresaba. Apagó la radio, tomó su linterna y se bajó. Comenzaba a enfriar. Tenían tiempo, pero había qué aprovechar muy bien la noche. Se dirigió hacia donde el extranjero se había difuminado dentro del aire espeso. No había más que un asomo de penumbra.

A varios metros distinguió la silueta del güero, arrodillado, vestido con una bata blanca y haciendo inclinaciones repetitivas acompañadas de un murmullo continuo. 

Terry, como algunos a los que José había ayudado a cruzar, practicaba una religión extraña cuyas expresiones había atestiguado ocasionalmente. Rezaban a horas precisas, se enjuagaban el cuerpo, extendían un tapete para las rodillas. Hasta su Biblia estaba escrita en un lenguaje distinto.

Respetuoso, José regresó a la camioneta a esperar. Consultó mapas que sacó de la guantera.      

Cuando reanudaron la marcha, en la intimidad que la noche otorga, de manera espontánea, y tal vez correspondiendo en algo a la inicial locuacidad del pollero, también Terry soltó algo de su historia: provenía de un país de la Península Arábiga cuyo nombre no entendió bien José, al ser pronunciado con demasiada rapidez en el idioma original. 

Contó de su pueblo asediado violentamente por una guerra (tampoco aquí entendió muy bien José; ahora, quiénes eran los enemigos: Terry habló de guerrilleros, invasores, un dictador, milicias internacionales). Le platicó de un relámpago, la explosión que se llevó a todos en su casa, exceptuándolo a él. Y del hospital en donde le salvaron el pulmón, y el brazo izquierdo que colgaba apenas de unos tendones. 

A la tenue luz interior de la camioneta, el árabe le mostró la enorme cicatriz en su espalda, un escalón de carne en forma de luna creciente. Según Terry, representaba un testimonio de su fe: dios había dibujado en su cuerpo la señal de una misión.

Cuando Terry salió del hospital meses después, ya no encontró ni las ruinas de su casa: junto con varias más había sido allanada hasta el suelo, y su lugar lo ocupaba un campamento administrativo del ejército norteamericano.

De su única hermana estaba avergonzado. Durante la guerra, ella estudiaba la universidad en un país vecino. Pero su última, humillante noticia, era una fotografía en un prostíbulo de Nueva York. ¿Podría llamarse de otro modo aquel lugar en los Estados Unidos, atestado de mujeres que bebían alcohol ofreciendo sus senos a la cámara, a la mirada pecaminosa de los hombres? 

Para aligerar el silencio incómodo que siguió, José señaló al fondo de la brecha iluminada los ojos fosforescentes, hipnotizados, de algunos venados que cruzaban por aquellas soledades calentando el cuerpo. 

Y después, motivado por una empatía de coincidencias dolorosas, empezó a confiar a Terry algunas situaciones que también menguaban su ánimo, como estacas de ira clavadas en sus recuerdos.

La repentina muerte de su hermano Anselmo, a manos de un policía fronterizo que disparó desde el lado norteamericano, cuando Selmo salía eufórico de una fiesta, era algo que llevaría siempre como un trapo atravesado en la boca del estómago. 

El guardia se habría sentido amenazado por los gritos de Anselmo. O habría querido conciliar el sueño y disparó al aire pidiendo silencio. Con intención o sin ella, segó la vida hasta entonces dedicada a vender muebles para pagar la colegiatura de José. La conducta inapropiada del policía fue castigada reasignándolo a la frontera con Canadá.  

Otra de sus penas, contó José al güero, era la desaparición de su prima Elisa, quien hasta hacía un par de años trabajó en una maquiladora de aparatos electrónicos a cuarenta y cinco minutos de Nogales. 

Los que la vieron por última vez esperando el transporte urbano a la vuelta de su casa todavía de madrugada, coincidieron luego de confrontar los interrogatorios, en la presencia sospechosa de un jeep con placas de Arizona que fue rastreado hasta una base estadounidense, donde las investigaciones de la policía mexicana toparon con la indiferencia de los mandos militares.

A la incógnita de la desaparición -probable muerte- de su prima, José agregó un pormenorizado recuento de vejaciones habituales, agravios y deportaciones de una multitud de parientes y conocidos suyos por cuenta de los norteamericanos, ya fuese por ley o por pura discriminación.

Terry murmuraba algo entre dientes: parecía compartir con José el rencor provocado por tanta pinche injusticia.

Pasaban unas hileras de árboles chaparros cuando llegaron a La Viuda.

Iluminado por los faros, un peón salió de la nada para levantar el falsete de varas y alambre de púas que constituía la entrada al rancho. José saludó con una inclinación de la cabeza al pasar con la camioneta frente al encargado.

José y Terry, todavía rumiando en silencio sus historias, continuaron por algunos kilómetros más de brecha, antes de llegar a la base de un cerro donde estacionaron el vehículo debajo de una improvisada techumbre de ramas de huizache. Por la mañana y gracias también a la sombra del monte, se camuflaría cualquier destello metálico.

El plan consistía en caminar toda la noche hasta una colina, para ser recogidos casi al amanecer por otro vehículo que los llevaría por una serie de terracerías dentro de ranchos particulares en Arizona, hasta la casa donde Terry podría descansar y comer antes de salir en automóvil como un integrante más de una familia que se despediría de él frente al City Hall de Phoenix. Fin del servicio.

Para el migrante improvisado, internarse a cualquier hora o época en el desierto por esa zona significaba una virtual sentencia de muerte. Para un guía profesional como José, caminar en la obscuridad por las decenas de veredas entre cerros y espinos, lejos de las torres de vigilancia y de las zonas de patrullaje, constituía un placer que rayaba en lo animal.

Con sentidos tan desarrollados como su instinto, José distinguía en el aire, por el menor sonido u aroma, entre zorrillo o mapache, lechuza o faisán, pollo o migra

Caminaba por delante, con una lámpara minúscula adosada a la cachucha. Para él era inevitable, mientras avanzaba, pensar en tanta muerte inútil reducida a una prosaica cuestión monetaria: miles de vidas se hubiesen salvado con haber llevado unas baterías, ropa térmica o las botas adecuadas que ellos calzaban. Además del indispensable GPS.

Un súbito hedor a jabalí completó la información electrónica. José indicó a Terry la dirección correcta en la que debían desplazarse, siguiendo entre matorrales y peñascos el curso semioculto de aquellos animales vagabundos. El árabe no mostraba dificultad o cansancio alguno. Era notorio su entrenamiento.

A su hora, el musulmán pidió de nuevo hacer un alto para sus oraciones, apartándose de manera discreta para realizarlas. Bajo la inmensidad estrellada que se fundía con la llanura en un todo, esta vez José prestó mayor atención a los rezos, escuchando la sonoridad ancestral del idioma del Profeta perdiéndose en la dirección en la que el sol perfilaría las montañas en las siguientes horas. 

- How much time?  '¿Cuánto falta?'

- We are almost there.  'Ya casi llegamos'.

José se paró sobre una roca, observando atento por los binoculares. No era necesario, pero pidió silencio al árabe, y ahuecó su oreja durante algunos segundos. Después, levantó un brazo comenzando a hacer señales intermitentes con la lámpara, dirigidas hacia algún lugar en la negrura.

-They're coming, they're coming!  '¡Ya vienen, ya vienen!', le dijo al árabe. 

Hizo algunos ademanes, alzando un poco la voz, con gritos soterrados:

- Hey, I'm here! I'm here!   '¡Aquí estoy, aquí estoy!'

A lo lejos, un par de faros parpadearon en respuesta.

Habían logrado pasar sin problemas la arbitraria línea fronteriza. 

Ok, man, that's it. They will pick us up in their van, and we'll take some rest and enjoy a breakfast. Please hold the lamp and guide them while I make poop. 

'Bien, ya estuvo. Nos recogerán en su camioneta y luego descansaremos y disfrutaremos de un desayuno. Sostén por favor la lámpara y guíalos con ella mientras hago del dos', le dijo a Terry. 

Terry tomó la linterna y empezó a balancearla con el brazo en alto como en un concierto musical, observando con fijeza las ondulantes luces que se acercaban por la brecha, acompañadas de un zumbido que crecía en intensidad.

Mientras Terry balanceaba la linterna, al otro lado de la colina José corría fuera del alcance de los soldados de la base que se acercaban en el jeep, sin terminar de decidir muy bien por qué lo hizo. 

Sería porque le cagaban los evangelistas. O para que una muchacha desconocida pudiera divertirse a sus anchas en una disco de Nueva York. Tal vez por no dejar pasar a un terrorista que le hiciera más difícil el negocio. 


Podría ser eso último. Qué fastidio. Se estaba poniendo viejo.

miércoles, 2 de abril de 2014

Poesía: Bandhavgarh


BANDHAVGARH

Un tigre acecha entre líneas
y consulta la hora a pie de página.
Sus colmillos asoman por el separador.
Tiene hambre y espera un descuido:
el momento en que tú des la espalda
o caigas vencid@ por el sueño;
entonces la bestia comerá entrañas calientes toda la noche.

Al despertar asustad@ cerrarás el libro,
las fauces devoraban
la blanda carne de tu estómago
mientras tú, ignorante
soñabas con Madhya Pradesh,*
árboles de teca y frondas de bambú
bamboléandose sobre una piel tiznada,
añadiendo rayas a lo inexplicablemente mortífero
de este poema.

*Madhya Pradesh: Estado de India central que aloja varios Parques Nacionales, entre ellos Bandhavgarh, donde se preserva el tigre de Bengala. Es medianoche.







jueves, 27 de marzo de 2014

POEMA: Nunca Habrá Otra Como Tú



NUNCA HABRÁ OTRA COMO TÚ
De todas las frutas posibles
anidas en mis manos
moldeadas con el peso vivo de tu suntuosa forma.
Rubor, perfume y conjugación de sabores,
palabra corta que se extiende en la memoria.
Gota dulce prendida al extremo de una vara:
la femenina cavidad de tu semilla
duplica ahora de un tajo mis expectativas.
Tu carne se entrega lenta
en la azucarada anestesia
de una serpiente niña que muerde mi lengua.
Al tomarte has dejado
una canasta llena de promesas incumplidas,
posibilidades marchitas, fragancias ya todas inútiles.



THERE'LL NEVER BE ANOTHER LIKE YOU
Of all the possible fruits
you nest in my hands
molded by the body weight of your sumptuous shape.
Blush, perfume and combination of flavors,
short word extended in the memory.
Sweet drop pinned at the end of a cane:
the feminine cavity of your seed
now doubles with a hack my expectations.
Your flesh slowly gives itself
in the sugary anesthesia
of a baby snake biting my tongue.
By taking you, you have left
a basket full of broken promises,
withered possibilities, fragrances now useless.


Este poema, su traducción y algunas correcciones o precisiones del idioma  inglés, fueron realizados en el marco de las reuniones semanales de la Hot Poets Society of New York. La viñeta también es mía.

Roberto Mendoza Ayala