martes, 24 de agosto de 2010

EL NEGRO

Yo también tengo las manos manchadas. Adoro el olor de la tinta fresca. Me gusta observar los reflejos de la tinta antes de revolverla para colocarla en la malla o en la máquina de impresión. Me gusta constatar su firmeza, su claridad, la pureza con que devuelve la luz, distorsionada y brillante, como en los espejos de Chapultepec donde reíamos de niños viendo las figuras deformadas: el enano, el gordo, el jorobado, el aplastado, el patotas.

El olor a barniz, a solventes, a pigmentos, es mezcla de olores sugerentes. “Me gustas porque hueles bonito”, me decías entonces, acercando la punta de tu nariz al cuello de mi camisa, porque entre mi piel y la tela se concentraban los químicos durante las horas de trabajo, haciéndome luego exudar el característico perfume del impresor. Y aspirabas fuerte, olisqueando como conejo, haciéndome cosquillas y regodeándote en el –según tú- agradable aroma. Hasta recuerdo que entre broma y veras, alguna vez lo confesaste todo: “Me enamoré de ti por tu olor”, reprochándome el cambio de mis actividades por unas de medio burócrata que nada tenían que ver con la luz.

Y ese negro brillante, esa goma de xantano, ese carbón, esa hulla, ese óxido que de tan azul profundo resulta negro, lo balanceas en el extremo de la espátula. Es el mundo en vilo en la punta de tu herramienta, lo que está a punto de suceder y de anunciarse, es decir, de pre-verse como en una premonición. ¿Qué papel será finalmente manchado por qué moléculas negras? Hormigas finas y translúcidas comeluz, letras y palabras que harán la diferencia con el papel, el contraste, luz amortiguada y puesta a buen recaudo, vigilada por negros carceleros que dormirán aplastados unos contra otros en sus blandas camas mientras la Historia dure lo que tenga que durar; hasta que los elementos o los hongos o algún insecto vuelvan a fundir los significados en el estómago del Todo.

El negro es el primer color. El más agradable, el más brillante y vivo. El que todo lo permite, el que no admite medias tintas. El negro grita fuerte: bien puesto no deja lugar a dudas. Es lo que es sin vacilaciones. Otros se disolverán, se confundirán con el soporte, se tornarán invisibles con el tiempo, palidecerán. El negro quema: es rastro inequívoco, ceniza donde hubo incendio, lumbre. Esta página, una vez definitiva, abandonará mis manos, mi mente, cualquier cosa de más que se me ocurra después, y no habrá entonces remedio, ni existirá retorno. Estará condenada a provocar gozo o náuseas a regocijo o a pesar mío. Se igualarán las sombras para siempre, pues nunca sabré si detrás de mí, de mi existencia, alguien ose asomarse a este escrito.

Por eso siempre abro con algo de reverencia los libros viejos, mientras más viejos, mayor respeto, casi seguro de sostener el certificado de defunción de su autor. Hurgo entonces en la mente del muerto con un placer que raya en la insania: me estoy leyendo a mí mismo.

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